Batlle siempre

Por Julio María Sanguinetti

Un programa de televisión que se ajusta a un formato de la BBC y conduce con inteligencia Diego Delgrossi, nos dio la ocasión de repasar la significación de José Batlle y Ordóñez en la historia de nuestro país. Basta detenerse un instante para mirar con serenidad esa figura y su tiempo histórico, para reconocer el legado fundacional que supone.

Si el Uruguay de hoy sigue teniendo una posición privilegiada en la comparación internacional, tanto en su desarrollo social como en su fuerza institucional y su honestidad política, es porque en aquellos tiempos en que el país se abría a la modernidad del siglo XX, dejando detrás el tiempo de las revoluciones, lo hizo de un modo notable.

Fue el inicio de la legislación social (ley de 8 horas y de accidentes de trabajo); un revolucionario comienzo de emancipación femenina (divorcio por causal y por sola voluntad de la mujer, investigación de paternidad, ingreso a la administración pública); el estímulo a la inmigración y normas tan humanitarias como abolir la pena de muerte o prohibir las corridas de toros.

Aquella enorme masa de inmigrantes encontró en la educación publica la herramienta de integración a la sociedad. La gratuidad de Secundaria y la Universidad, la revolucionaria Universidad de Mujeres, la instalación de liceos en cada cabeza de departamento y la expansión masiva de la enseñanza primaria, le dieron a la reforma vareliana un impulso que significó no solo alfabetizar sino elevar la cultura cívica del país. Ese impulso educacional, sumado al estímulo industrial y las importantes obras públicas, permitieron el afianzamiento de una clase media que asentó la democracia uruguaya.

El Batllismo difundió la política, organizó un partido de masas, fundó un diario popular (“El Día”) y sus propuestas institucionales cambiaron la vida cívica. El proyecto de gobierno colegiado, con todo lo discutible que fue y que es, tenía el sentido de llevar el país a las urnas, dejar atrás para siempre la era de las revueltas y generar un sistema político abierto. Sumado a ello, la separación de la Iglesia y el Estado, que completaba el proceso de laicización iniciado en el siglo anterior, se generaba ese clima de tolerancia que le ha permitido al Uruguay una pacífica convivencia de todas las corrientes filosóficas, sin coacciones para nadie y libertad de cultos asegurada.

Cuando el Partido Nacional ganó el gobierno por primera vez en casi un siglo, se anunciaba la “desbatllistización” del Estado. Sin embargo, todo lo alcanzado era tan sólido, que resultó inamovible. Y las instituciones estatales nacidas en aquellos años (Banco Republica, Hipotecario y de Seguros, UTE, Puerto, etcétera) encontraron la ratificación de quienes en su momento las habían impugnado.

El Frente Amplio, ahora en el gobierno, también se encuentra con que las bases de “Estado burgués” que impugnó y cuestionó (hasta por las armas) son el país mismo. En la imposibilidad de impugnar a Batlle y el Estado de Bienestar que construyó, se dice que es su continuidad. Ello es meridianamente falso porque: 1) el Frente Amplio —o la inmensa mayoría de sus sectores— sigue creyendo en la lucha de clases, en la división entre ricos y pobres, idea que el Batllismo repudió siempre del socialismo, considerando que era el voto y la democracia lo que les permitirían el avance a las clases populares, como efectivamente ocurrió; 2) el Frente Amplio alberga en su seno tendencias anti-democráticas, que así como un día se asociaron al golpe de Estado en febrero de 1973, hoy siguen creyendo que Venezuela y Cuba son democracias; 3) el concepto de seguridad social del Batllismo fue un red de protección a quien trabajaba y no una igualada hacia abajo, como la que ha traído el Frente Amplio, congelando a los pobres en la pobreza, con dádivas que no alientan el esfuerzo; 4) el Batllismo defendió la integridad del Estado, que hoy desfallece ante el delito, por la sobrevivencia del viejo resabio tupamaro a la autoridad pública; 5) el Batllismo construyó un Estado defensor de la industria y de la modernización agropecuaria, que hoy languidecen bajo una carga impositiva desalentador de la inversión.

Podríamos seguir. Lo importante es que el Batllismo no está cristalizado en el tiempo. Hoy el gobierno solo tiene para mostrar las inversiones en forestación y en zonas francas, que se crearon en nuestros gobiernos. Y ante el fracaso de política educativa, reconocen a regañadientes que nuestra reforma de 1995 era el camino que, por no continuarlo, nos ha llevado a esta situación critica.

Sigue siendo Batlle nuestra fuente de inspiración. Y así como en su tiempo fue el impulso a la industria textil, hoy lo ha sido a la celulosa. Momentos distintos, herramientas distintas, pero con el mismo propósito: generar riqueza para sustentar las obligaciones sociales asumidas.

Batlle no es solo una figura histórica. Sigue siendo presente y futuro.



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