Basta de desidia politiquera

Como en la educación, en materia económica los gobiernos frenteamplistas han practicado una desidia imperdonable. Ello ha tenido consecuencias tangibles y dolorosas (pérdida de decenas de miles de empleos, cierre de empresas, etc.). Es imprescindible, entonces, parar con la inacción.

Las economías de los países, cuando sufren un desequilibrio —por causas externas o internas—, más tarde o más temprano se reequilibran. Los gobiernos pueden ayudar a superar lo más ordenadamente posible el desequilibrio ocurrido, atendiendo los factores que lo produjeron y procurando así mitigar los daños. Y pueden hacer otra cosa también: prever posibles desequlibrios y adoptar las medidas preventivas correspondientes.

Pero los gobiernos también pueden quedarse de brazos cruzados. En ese caso, el desequilibrio los toma (en rigor, toma a sus países) sin recursos para enfrentarlo o, si el desequilibrio está en proceso y haciéndose notar, dejando que la economía se reequilibre sola, con la ya consabida consecuencia de dejar un tendal.

Por citar un ejemplo dramático y presente. La inflación de 1.300.000% de Venezuela (al cierre de 2018) no es el desequilibrio: en realidad es la economía reequilibrándose en forma automática, generándose así una catástrofe social de dimensiones apocalípticas. Como el régimen de Maduro es intrínsecamente incapaz de encarar un reordenamiento del desequilibrio, insistiendo en profundizar los factores que lo generan, la respuesta de la economía en su búsqueda de equilibrio es catastrófica.

En Grecia —sin llegar a los extremos demenciales de Venezuela— ocurrió un proceso similar.

Es claro que Uruguay está muy lejos de ambos ejemplos. Lejísimos. Empero estamos pagando precios por haber desconocido las señales que aconsejaban adoptar las previsiones del caso y por seguir desconociendo las señales de los desequilibrios que nos aquejan y que se deberían intentar superar mediante políticas explícitas y no permitiendo que los automatismos hagan su trabajo cruel.

En 2013, si se observaba qué venía ocurriendo en los mercados a futuro, se podía anticipar una caída en el precio de los granos. O sea, en uno de los grandes rubros en los que se había sustentado el espectacular crecimiento económico de la última década. Sin embargo, el gobierno de Mujica —secundado en el equipo económico por el astorismo— no hizo nada al respecto. Gastó toda la plata que recaudó a paladas en medio del boom de crecimiento, pero gastó también la que no tenía (la perniciosa doctrina de “los espacios fiscales” del Cr. Astori) por lo cual nos endeudó y, al endeudarnos, importó miles de millones de dólares que inundaron el mercado y deprimieron —deprimen— el tipo de cambio, afectando la competitividad de nuestra producción exportable. En lugar de prever la dificultad y prevenir, bajando el gasto en términos reales e intentando desendeudar al Estado, aquel gobierno se dedicó uno y otro día a incrementar las vulnerabilidades del país.

Las consecuencias del desaguisado irresponsable, de esa desidia sustentada no en la ignorancia sino en la politiquería más ramplona, las venimos viendo en los últimos años: decenas de miles de puestos de trabajo que se pierden, menor recaudación, déficit fiscal incontrolable, déficit del BPS cada vez mayor, mala temporada turística, empresas que cierran, uruguayos que se van (¡bienvenidos los nuevos inmigrantes!).

Semejante estado de cosas no puede continuar. Y la ciudadanía no debiera permitir que quienes se han negado a leer las señales de la economía del mundo, la regional y la nacional enviaban —y envían— renueven su mandato como si nada hubiera pasado.

Para ello se impone trabajar en pos de un gran acuerdo en el cual, más allá de las legítimas y saludables identidades partidarias, se establezcan claramente las grandes líneas por las que transitará un futuro gobierno de coalición. Un gobierno responsable y de certezas, que no se escape por la tangente de la demagogia y evite hacerse cargo de los problemas del país, como han hecho los gobiernos del Frente Amplio, que sólo han sabido transitar con viento de popa, pero se paralizan en aguas procelosas.



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