Baltasar Brum, mártir y estadista

Brum es evocado por su martirio republicano y pocas veces se le recuerda como estadista. Ministro a los 30 años, presidente de la República a los 35, fue una figura inigualable, con un pensamiento original y vigoroso que lo proyectó como uno de los más influyentes líderes de la larga serie de gobernantes extraordinarios que promovió el Batllismo.

Según recuerda su biógrafo Juan Carlos Welker, a las 7 de la mañana del viernes 31 de marzo de 1933, dos policías se presentaron en el domicilio de Baltasar Brum, en la calle Río Branco casi Colonia, para llevarlo preso. El expresidente, quien salía de ducharse, tardó apenas unos minutos en vestirse -sin camisa, pero con saco, como lo inmortalizarán las fotografías registradas posteriormente- y tras tomar sus revólveres, corrió a los policías a los tiros, y advirtiéndoles con voz firme: "díganle a quien los ha mandado, que estoy resuelto a matar y a morir, ¡y que no me entrego!".

Ante esa reacción, la Policía instaló un cerco, tanto por 18 de Julio como por Colonia, iniciándose la agonía cívica que concluyó a las 4 de la tarde, cuando Brum resolvió suicidarse. Se había resistido a asilarse en alguna Embajada y se dio cuenta que no podría atravesar por su cuenta el perímetro policial. Durante esas nueve horas, el expresidente le expresó a sus familiares y a los amigos que le acompañaban que no iba a entregarse a las autoridades y les reiteró que "si vivo, la dictadura durará veinte años. Si muero, cinco". Ese pensamiento coincidía con lo que había expresado pocos días antes, en febrero, en el Consejo Nacional de Administración, órgano de gobierno del que era miembro, sosteniendo que cumpliría con sus deberes en defensa de la Constitución, fueran cuales fueran las consecuencias. También le había dicho a Domingo Arena, quien así lo relató posteriormente: "No olvide Arena, que las libertades públicas siempre se han asentado sobre la sangre de los dirigentes".

Quiere decir que el suicidio de Brum no fue un arrebato, sino una conducta asumida y deliberada, la máxima protesta que un héroe cívico puede ofrendar en defensa de la causa de las instituciones. Una lección llena de coraje y de desprendimiento, que marcó a fuego a la dictadura de Terra y que refuerza la conciencia cívica de los uruguayos.

La enorme entidad moral de su martirio significa, como contrapartida, que su vida y su obra se hayan desdibujado en parte ante los ojos de la historia. Hablamos de la muerte de Brum con emoción, con hondo sentido del homenaje republicano, pero no nos referimos tanto a su proyección como estadista joven y vigoroso. Repasemos algunos de esos aspectos.

Los héroes mueren jóvenes

Brum tenía 49 años ese día trágico de 1933. Había nacido en Artigas el 18 de junio de 1883. A los 26 años se graduó de abogado, pero ya ejercía el profesorado de filosofía y de literatura. Había sido candidato municipal en Salto, donde mantuvo, en 1910, una polémica que lo impulsaría a nivel nacional, iniciando una electrizante carrera política. A los 29 años fue nominado como ministro de Instrucción Pública, pero debió esperar unos días para asumir, al cumplir los 30, para respetar los requisitos constitucionales. Luego fue ministro de Interior; de Hacienda y Canciller sucesivamente, terminando esa etapa de su fulgurante carrera como presidente de la República a los 35 años, batiendo un récord que aún se mantiene.

De estatura mediana, enérgico y decidido, radical en sus concepciones, pero de propensión bondadosa, Brum era un trabajador incansable y tanto cuando fue ministro como presidente pasaba hasta 18 horas en sus oficinas, obsesionado con las tareas a su cargo. Como él mismo recopilaba sus escritos en el diario El Día, hay testimonios fidedignos de la variedad de temas y enfoques que desarrollaba, sobre lo que ha sido de enorme interés el libro publicado por la Cámara de Representantes en 1999, que fue prologado, con hondura y vasto domino conceptual, por Luis Víctor Anastasia.

Batlle y Ordóñez supo del joven dirigente en 1910, a propósito de la famosa polémica salteña, cuando Baltasar tenía 27 años, y desde entonces se integró al Batllismo como figura principal. No es posible hacer una comparación entre los integrantes notables de los elencos de gobierno de esa época -personalidades dispares pero brillantes como Serrato, Eduardo Acevedo, Pedro Manini Ríos y tantos otros- pero no hay dudas de que Brum fue de los más influyentes. Jurista sólido, ciudadano con vocación internacionalista, hombre culto e intelectualmente inquieto, Brum marcó su tiempo.

De las bibliotecas públicas a la tierra para los campesinos

Como ministro de Instrucción Pública, Brum impulsó proyectos de enorme interés: la instalación de bibliotecas públicas en todos los departamentos; la represión del proxenetismo; la efectiva gratuidad de la Enseñanza en todos sus grados. Como Canciller, nutrió la tradición internacionalista del país a través de su doctrina sobre el arbitraje amplio, potenciada a partir de un Tratado con Italia que preveía que se someterá a juicio arbitral cualquier conflicto que se suscite entre las partes. A ello, Brum agregó sus concepciones sobre el panamericanismo y la solidaridad americana, con expresiones precursoras que todavía siguen vigentes.

Tanto en su prédica en El Día como en la acción legislativa, Brum mantuvo una fuerte campaña a favor de la cesión de tierras a los colonos y campesinos a través de mecanismos de enfiteusis, es decir la cesión de tierras públicas a quienes pudieran trabajarlas, un conjunto de ideas a las que dio cuerpo en su proyecto de 1931.

Hay muchos otros aspectos del pensamiento de Brum que podríamos destacar, pero, en beneficio de la imprescindible brevedad que requiere una nota periodística, destacaremos sólo dos últimos aspectos. Su prédica y acción a favor de la igualdad de derechos del hombre y de la mujer y su sabia interpretación de las virtudes del Batllismo al conciliar el capital con el trabajo. Ambos temas tienen todavía una especial vigencia.

Los derechos de la mujer

Siendo presidente de la República, Brum dio un impulso muy marcado a la legislación en favor de la igualdad de derechos de la mujer. La plena conquista de esa meta recién vino a consagrarse en 1946, pero, así como Batlle y Ordóñez marcó la primera etapa del reconocimiento legal de la igualdad, Brum marcó con la misma fuerza y convicción un nuevo ciclo.

Como en ese tiempo el Presidente no tenía las facultades de colegislador tan ampliamente reconocidas como ahora -el presidente tenía iniciativa en los temas vinculados a la guerra, la Policía y las Relaciones Exteriores y el resto de las competencias radicaban en el Consejo de Administración- Brum encomendó a legisladores de su confianza que promovieran la legislación respectiva.

Hubo en ese momento dos proyectos, uno de junio de 1921, por el que se reconocía a la mujer el derecho al voto tanto en lo nacional como en lo departamental y se establecía que "la mujer es igual al hombre ante la ley, sea preceptiva, penal o tuitiva", señalando el camino de la equiparación de los derechos civiles.

Al no haberse aprobado esa iniciativa, se amplió el texto y en 1922 se presentó un nuevo proyecto.

En la exposición de motivos, los diputados Orlando Pedragosa Sierra e Ítalo Eduardo Perotti indicaron que las iniciativas consagrando los derechos políticos y civiles de la mujer eran de la autoría de Brum y que habían recibido el respaldo unánime de la bancada batllista. La mujer uruguaya, se sostenía en este segundo texto, es tan digna como el hombre de la ciudadanía y apta para las prerrogativas civiles que hoy le niegan los códigos.

Los legisladores indicaron que "hace ya tiempo que este generoso postulado integra el programa liberal de nuestro partido" y explicaron que el proyecto "elimina de las páginas de la codificación nacional el rezago de errores y preconceptos contra la mujer, sólo mantenidos por egoísmos, por temor o inercia de los hombres". Los firmantes aseguraron que en ese momento - 1922- un proyecto de esa índole y alcances "no tiene precedentes parecidos en la historia jurídica y parlamentaria de América y quizá de Europa, tal es la vastedad de las materias que abarca, el minucioso y razonado juicio que acompaña a los muchos artículos que modifica, suprime o adiciona a nuestra codificación civil y política".

El articulado era realmente minucioso, con la mención específica de los artículos de los códigos penal y civil que debían derogarse, con decenas de modificaciones. Brum tenía una sólida formación de jurista, lo que queda demostrado en la larga fundamentación que acompañó al proyecto y que tomó forma de libro -Los derechos de la mujer- tras haberse presentado ese documento a la bancada batllista.

Es muy interesante reproducir parte de los fundamentos de Brum:

"Conviene recordar que el problema relacionado con la igualdad civil y política de la mujer con el hombre se planteó, primero que en cualquier otra agrupación política, en el Partido Colorado.

Y ese hecho no puede ser de extrañeza para nadie, ya que el Partido Colorado representa, desde su aparición en el escenario de la vida política del país, una tendencia altruista que se preocupa de realizar el bien, fueren cuales fuesen las resistencias opuestas a su paso, a los prejuicios y convencionalismos que debiera derribar. En ese sentido orientó siempre su propaganda y su acción, sin averiguar si sus innovaciones generosas le reportarían o no, de inmediato, alguna ventaja electoral.

La tendencia avancista y liberal de nuestra colectividad es tan intensa, que no han podido contenerla ni aún los peores mandatarios surgidos de sus filas.

En efecto, durante la dictadura de Latorre fueron implantadas varias reformas verdaderamente liberales, como la obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza, la laicización del estado civil y algunos códigos que satisfacían las ideas más progresistas de aquella época.

Más tarde, durante el gobierno de Santos, se implantó el matrimonio civil obligatorio, que tuvo inmensa y favorable repercusión en los destinos de nuestro pueblo y que todavía origina agitados y vivos debates en varios países americanos que no han logrado incorporarlo a sus legislaciones.

En el período contemporáneo de nuestra historia, que comienza con la presidencia de Cuestas -y en el que se experimenta la influencia innovadora de Batlle- el Partido Colorado ha conseguido realizar una obra de reparación social tan intensa, que atrae sobre nuestro país la atención y el respeto de los hombres estudiosos del mundo, atención y respeto sintetizados en la carta del Presidente Wilson -de Estados Unidos- al Ministro Buero (Canciller uruguayo): "reconozco plenamente la posición de avanzada que el Uruguay ha ocupado en cuanto concierne a todas las reformas liberales y en cuanto a la cooperación internacional encaminada a asegurar la paz.

Dentro de esa enorme obra de justicia social, ejecutada o estudiada por nuestro Partido, era imposible olvidar el arduo problema relacionado con la igualdad de derechos civiles y políticos del hombre y de la mujer. Fue así -resume Brum- que en 1914 el representante Héctor Miranda presentó en la cámara dos proyectos tendentes a alcanzar dicha finalidad". Tras ese comentario, Brum hizo un pormenorizado informe de las alternativas que sufrieron esos proyectos

El capital y el trabajo

En la polémica que mantuvo en Salto con el director del periódico "La Prensa", Luis A. Thevenet, en 1910, Brum defendió la posición de Batlle, acusado de ser socialista y anarquista.

Es interesante reproducir parte de su argumentación: "La oposición acusa a Batlle de ser ultra socialista, de que aspira a sacrificar las clases ricas a las pobres. Ese argumento es injusto. No se agita en nuestro ambiente el problema obrero con los caracteres extremos con que se presenta en el viejo mundo. Ni el capital ni el trabajo se desenvuelven aquí en la misma forma que en aquellos países, ni existe entre nuestra clase trabajadora, condiciones de vida de tal dureza que la eche en brazos de la desesperación... La obra de Batlle ha sido más bien conservadora que revolucionaria. Como poder moderador, se preocupó de encauzar el movimiento modernista que se había iniciado con violencia y que hubiera sido difícil de detener. Lo que los obreros conseguirían por medio de la huelga diariamente renovada -cuyos resultados son tan funestos para ellos como para el capital- el señor Batlle se apresuró a concederles por medio de la ley. Evitando así mayores enconamientos e inútiles pérdidas económicas. El obrero dejó de ver en el Estado un aliado del capital y en éste a un enemigo. El trabajador, ampliamente protegido por la ley, ya no tiene necesidad de recurrir a la violencia para reivindicar sus derechos... El socialismo de Batlle significa la reconciliación del trabajo y del capital, y no el sacrificio de uno a expensas del otro."




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