Baltasar Brum, 80 años después

Este 31 de marzo se cumplieron 80 años del suicidio de Baltasar Brum, trágica protesta contra el golpe de Estado que perpetrara el Presidente Gabriel Terra con el apoyo del líder de la oposición nacionalista Dr. Luis Alberto de Herrera.
   
El golpe de Estado fue un hecho político civil. No hubo intervención militar y ello le hace muy distinto al que sufrimos en 1973. El coloradismo riverista y el batllismo terrista, más el nacionalismo herrerista, se enfrentaron al batllismo ortodoxo y al nacionalismo independiente. Pese a esa naturaleza política, fue en la época, para sus opositores, sentido y vivido como una tragedia de la misma profundidad que aquella que nuestra generación vivió en 1973, dividiendo profundamente a los dos grandes partidos y a la opinión pública en general. Y el heroico sacrificio de Brum marcó a fuego el atropello a la Constitución.

Baltasar había sido un joven rutilante. Batlle le había conocido en una Convención y tenido noticia de un debate en Salto, en el Teatro Larrañaga, defendiendo las ideas colegialistas. Es así que lo nombra —en su segunda presidencia— Ministro de Instrucción Pública pero debe esperar varios meses para efectivizarlo porque Brum aún no llegaba a la edad constitucional mínima... Realiza una notable labor y es nombrado Ministro del Interior por el Presidente Viera, cargo que abandona en 1916 para ocupar una Cancillería que resultó histórica: alinea al país en contra de Alemania en guerra contra Francia y relanza con vigor la relación con la potencia emergente, los EEUU.

Al término de ese mandato, con 35 años, es Presidente de la República, entre 1919 y 1923. En 1931 integra el Consejo Nacional de Administración (la Constitución había dividido las competencias del Poder Ejecutivo entre un Presidente y un Consejo) y en ese cargo estaba cuando lo sorprende el golpe de Estado.

Su heroico gesto final suele desdibujar la magnitud de su labor política, en la educación, en el feminismo, en las relaciones exteriores, en la industrialización nacional, campos todos en que fue relevante su actuación. Su figura juvenil, además, encendía el entusiasmo de otros jóvenes, a quienes atraía a la vida política, tan fermental en esos años.

La crisis de 1929 arrastró al mundo y hasta nuestra región llegó como un vendaval. Golpes de Estado en Argentina, en Brasil, en Chile e, infortunadamente, también en Uruguay, que interrumpió así —abruptamente— un proceso de desarrollo sin parangón en América Latina.

Desde aquel trágico 31 de marzo, Baltasar Brum es un símbolo. Del Batllismo, naturalmente, pero de la democracia uruguaya toda. Marca el máximo desprendimiento en la defensa de las instituciones. Con lucidez, dijo entonces que con su gesto acortaría la dictadura al mancharla de sangre. Y así fue, efectivamente.

A 80 años del episodio, pasadas todas las cosas que ocurrieron más tarde, Brum se erige con una luz singular, en el símbolo mayor del institucionalismo uruguayo. Y le dice al país que en el Batllismo no hay transigencia para con los desbordes. Razón por la cual Terra, pese a su larga labor de estadista, manchó su figura para siempre. No hay como la perspectiva del tiempo para que cada gesto, cada hecho, se ubique en su lugar.

J. M. S.



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