Pereira pide "bajar la pelota al piso". Compartimos. Sin embargo, ¿entiende el presidente del Frente Amplio que la izquierda local es un ejemplo de fair play político? Nosotros creemos que no, y nos sobran motivos. Sólo basta con recordar -como haremos a continuación- algunos de los tantos dislates frentistas en contextos diversos: la campaña electoral de 2019, la pandemia del covid-19, el referéndum contra la LUC y la actual reforma educativa. Hay que mirarse más al espejo.
Cuando el Frente Amplio advirtió que podía llegar a perder las elecciones, su tono cambió. Desde entonces, hemos denunciado reiteradamente una serie de desbordes que forman parte de lo que dimos a llamar "deriva radical". Dicha deriva comenzó en 2019, con los propios ministros frenteamplistas a la cabeza. Muñoz diciendo que si llegaba a ganar "el partido rosado" el "pueblo" iba a "perder todo", Bonomi afirmando que las propuestas de la "derecha" le daban "risa", Murro poniendo en duda los aumentos salariales futuros y Bayardi asegurando que la búsqueda de desaparecidos no continuaría. Vaya juego limpio...
La campaña de miedo y desinformación fue feroz. Hubo desbordes de todo tipo y color, incluyendo múltiples violaciones de la laicidad por parte de corporaciones desesperadas por la pérdida de poder. La propia Vicepresidente en ejercicio, Lucia Topolansky, vaticinaba una "enorme movilización social", "conflicto" y "mucha inestabilidad", si ganaba la oposición. Luego, la candidata a Vicepresidente, Graciela Villar, diría que la "lucha" continuaba siendo entre "oligarquía y pueblo", y el PIT-CNT, que en ese entonces gobernaba Pereira, se pronunciaba en contra de una supuesta "reinstauración conservadora". La frutilla de la torta la pondría el propio Martínez; en un suceso inédito en la historia del Uruguay, se negó a aceptar el triunfo de la coalición tras conocerse los primeros resultados (irreversibles).
En el primer plenario post elecciones, cuando transcurría el último tramo del gobierno de Vázquez, el Frente Amplio no tuvo empacho en continuar con su retórica belicosa. En un documento público, aseguró que la coalición triunfante, particularmente el gabinete propuesto, representaba "los intereses de los privilegiados", "la agenda de los más poderosos", "los intereses del agronegocio", "las recetas fondomonetaristas" y "el modelo cívico-militar" ¡Sí, leyó bien! Los autopercibidos campeones del fair play no dudaron un minuto en comparar el gabinete ministerial actual con la dictadura cívico-militar.
Después de las elecciones, vino la pandemia. El tono de los que hoy piden "bajar la pelota" no mejoró, todo lo contrario. Con Pereira al frente del PIT-CNT, organizaron un "caceroleo" y un "apagón" -como en dictadura- reclamando una "cuarentena general obligatoria"; o sea, la receta kirchnerista. No contentos con ello, mandataron a sus directores de salud pública a renunciar, en pleno auge de contagios, y se opusieron, en conjunto con los gremios de la educación, a la presencialidad en las Escuelas cuando la situación había mejorado.
La película posterior la vimos todos: paros, marchas, movilizaciones, asambleas y hasta "paseos a cielo abierto" organizados desde la Intendencia de Montevideo. También tuvieron tiempo para cuestionar los contratos de las vacunas y poner en duda la palabra del Presidente. Sin ideas, incursionaron en el nauseabundo slogan de las "muertes evitables", que con mucho ahínco repetía Miranda, que acusaba al gobierno de llevar a cabo una "política barata". En efecto, los hoy devenidos en policías de lo políticamente correcto, no tuvieron problema en tratar a "los otros" de asesinos.
En paralelo, comenzaba la ofensiva contra la LUC, y particularmente contra las medidas de seguridad. En todos lados veían represión (hoy sostienen que vivimos prácticamente en un estado de anomia). Uno de sus militantes llegó a inventar que lo habían baleado por tener un pegotín del Frente Amplio en su termo. De esa manija, surgieron los múltiples grafitis violentos contra la policía que se vieron a lo largo y ancho de la ciudad: "La pandemia es la policía...", "Falta presupuesto para la educación porque sobran milicos...". Llegaron a vandalizar la sede del sindicato policial (al que también quisieron expulsar del PIT-CNT) con consignas como "no más policía" y "asesinos".
De la LUC se inventó de todo: que "privatiza la educación pública"; que "precariza los alquileres"; que "incrementa la violencia policial"; que "desmantela ANTEL"; que "aumenta el precio de los combustibles"; que "privatiza el portland de ANCAP"; que "incrementa la edad jubilatoria"; que "limita el derecho a huelga"; que "habilita el pago en negro de los salarios"; que "propicia la justicia por mano propia", etc. Tan turbio fue el tono de la campaña en contra de la LUC que no contentos con la contratación de un asesor kirchnerista experto en campañas sucias, llamaron a Valenti & Cia.
La violencia escaló a niveles preocupantes. El entonces secretario político del Frente Amplio, Rafael Michelini, llegó a amenazar con organizar aglomeraciones si no le daban más plazo para juntar firmas. Luego, con la complicidad de vastos sectores de la izquierda, una murga identificada con el Frente Amplio se llegó a burlar de la muerte del Dr. Larrañaga en un cuplé anti-LUC. Incluso, un militante de la Vertiente Artiguista echaba del Cerro a simpatizantes del NO a punta de insultos irreproducibles.
En estas condiciones llegamos a situaciones como las actuales en las que futuros educadores le cantan al presidente "Hijo de...", en el que se vandaliza la casa del presidente del Codicen y se atenta contra su camioneta en un acto público. Y entendámonos bien, muchos de los que hoy ponen el grito en el cielo por las manifestaciones de algunos legisladores de la coalición en tuiter, luego justifican las acciones de violencia física argumentando que hay lugares a los que el gobierno no debería ir.
La incógnita con la que encabezamos estas líneas sólo la contestará el tiempo. A la luz de los antecedentes mencionados, entenderá el lector cuál es nuestra respuesta. Esperamos, ansiosos, no tener razón.