Edición Nº 1064 - Viernes 5 de diciembre de 2025

Autoabastecimiento

Por Frank Zorzin

Viajando en tren en cualquier parte de Alemania, a la vera del terraplén, se puede apreciar al entrar a las ciudades, unas parcelitas de 100 a 200 m2, de quintas muy cuidadas y frondosas, generalmente con una cabañita prolija. Se llaman "Schrebergarten".

"Schreber" viene del apellido del Dr. Daniel Gottlob Schreber que por 1870, en la ciudad sajona de Leipzig, arrendó un terrenito para que escolares aprendieran a cultivar hortalizas y verduras, preocupado por el bienestar de los niños y las consecuencias de la desruralización durante la industrialización.

De los escolares pasó a los padres y al poco tiempo ya eran 100 parcelitas, creciendo hasta hoy en forma exponencial.

Los arrendatarios iniciales eran empleados sin mucho poder adquisitivo, que de esta forma se ahorraban la compra de algunos insumos, abriéndose la posibilidad de pasar el fin de semana rodeado de algo verde, cosa para nada despreciable, cuando aún se quemaba carbón y familias numerosas tenían que compartir un monoambiente entre varias generaciones.

Hoy son unas 45.000 hectáreas ocupadas en estas quintitas, primordialmente en predios comunales de bajo valor inmobiliario. El interesado debe ocupar el 25% de la superficie en cultivos anuales, debe asistir a las reuniones de socios, está subordinado a directivas de la alcaldía, las cabañitas no pueden superar los 12 m2 y no se puede pernoctar en ellas.

En la ex República Democrática Alemana , este sistema permitió zafar al desabastecimiento de la impuesta economía soviética, aunque la dictadura privilegió a los miembros leales al partido, desvirtuándose el concepto en algunos casos, hasta generosas fincas señoriales rodeadas de parques de varias hectáreas, en donde se podía pernoctar en amplios y cómodos dormitorios.

Hoy siguen cumpliendo el mismo propósito social que hace 150 años. No son un símbolo de status, sino de republicanismo. Darle la posibilidad al citadino de pocos recursos de parar la olla y tener un lugar de esparcimiento a bajo costo. Son un "colchón" social importante a prueba de populismos estacionales. Sobrevivieron conflagraciones, ocupaciones, hiperinflación, a Hitler y Honecker.

Su variedad botánica e importante superficie suburbana cobra relevancia ecológica al ser refugio para insectos, reptiles, roedores y pájaros.

En estos momentos pandémicos, en el hemisferio norte es primavera y los Schrebergarten están rebosantes de vida. Los usufructuantes guardan "distancia social" y plantan, carpen, podan, fertilizan, pintan, izan la bandera de su patria o del club de sus amores, truecan su producción, hacen asaditos o ponen la piscinita de plástico para los pequeños. Banderas de Albania, Rumania, Portugal y Bayern Munich, comparten este espacio de convivencia multicultural.

Uno va mirando por la ventana del tren y se pregunta en qué momento doblamos equivocados en nuestra generosa "Patria Orientala", perdiendo la conducta del autoabastecimiento. Cuánto jardín, azotea y baldío hay actualmente, que no es cultivado.

En los '60 cuando era un niño capurrense, en los jardines había tomateras, se plantaba morrón, ají, cebolla, ajo, pepinos, frambuesas y se hacía sociabilidad bajo una parra de uva chinche o moscatel.

Tener un tonel para compostear los desechos orgánicos era "normal", enriqueciendo el suelo y minimizando residuos.

El almacenero tenía un nogal y guardaba para vender nueces en navidad, había pitanga, higueras, limoneros, bergamotos, naranjos, durazneros, laureles y olivos, no faltaba el canterito con perejil, orégano, cebollín, romero, algún ají picante, o el ciruelo a donde nos colgábamos de niños y rezongaba la vecina. Hasta había un granado en la quinta de enfrente.

Hoy los jardines lucen un césped espectacular, alguna palmerita washingtonia y en el mejor de los casos un cerco de ligustrino o crategus.

No quiero generalizar, pero el tiempo que antes se le dedicaba a la quinta, ese tiempo que el vecino limpiaba el alma y se enorgullecía porque tenía la sandía más pesada y lustrosa, hoy lo perdemos con TV, Whatsapp y Playstation. No digo que uno sea mejor que el otro, pero la quinta es a prueba de crisis, lo otro no.

De repente no es mala idea que los canales de TV comunales deban tener un espacio en horario razonable, en donde se incentiva el huerto, se muestra cómo construirlo, se instruye cuándo y cómo hacer los almácigos, se discute sobre el cuidado, se alecciona sobre las plagas y cómo combatirlas ecológicamente, se enseña a hacer conservas, dulces y escabeche, se fomentan bolsas de intercambio para semillas y se prestan libros de "hágalo Usted mismo".

Con tantos compatriotas que "viven al día", cosa que no va a cambiar sustancialmente al corto plazo, generar una conducta colectiva hortícola de autoabastecimiento y trueque, no es de despreciar y nuestra República tiene antecedentes en ello si uno lee los almanaques del Banco de Seguros del Estado hasta mediados de los '80.

Me puedo imaginar escenarios, en donde el MIDES, el MEC, las Intendencias y el MVOTMA instrumentan que cada casa que se construya para los más vulnerables disponga de un predio para hacer una quinta, y sea parte de las políticas sociales, cultivarla. Y si no es posible en el predio edificado, disponer de áreas cercanas en donde hacerlo.




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