Adela y José Enrique

Por Julio María Sanguinetti

Esta semana hemos celebrado, con actos todos los días, el centenario del nacimiento de Adela Reta, la formidable jurista, que alumbró el pensamiento humanista y la acción social del país durante toda su vida. Por su parte, el Ministerio de Educación y Cultura anuncia que el próximo Día del Patrimonio llevará el nombre de José Enrique Rodó, a 150 años de su nacimiento, bajo el lema de "Las Ideas cambian el mundo".

Formidables figuras ambas, con medio siglo de distancia entre ellas, pueblan el siglo XX con su presencia. Más allá de su incuestionable valor nacional, para nosotros, colorados, constituyen un orgullo estas celebraciones que destacan ante la ciudadanía el valor de quienes representaron a nuestro partido en distintos tiempos y lugares, asociados ambos a su tradición y sus ideas de libertad y solidaridad.

Adela Reta nació en Montevideo en 1921 y murió en el 2001, poco después de terminar nuestra segunda presidencia, durante la cual puso todo su esfuerzo para adelantar las obras del Auditorio Nacional que hoy lleva, con justicia, su nombre. Sin ella, difícilmente hubiéramos podido hacer esa obra memorable, a partir del compromiso que habíamos asumido durante la campaña electoral de devolverle a la cultura del país esa sala, que se había incendiado en 1971.

Antes del Sodre, fue Ministra de Educación y Cultura durante los cinco años que van desde 1985 a 1990. Años difíciles, pero esperanzados de reconstrucción de la institucionalidad y, sobre todo, del espíritu de comunidad nacional, resquebrajado por los tiempos de la violencia política. Fue una formidable Ministra, bajo cuyo período se firmó con la Universidad de la República el acuerdo del Pedeciba, se desarrollaron los clubes de ciencia, se redactaron varios códigos y se iniciaron la obras de reconstrucción del Auditorio Nacional. Más allá de su cartera, fue una colaboradora inestimable en esa tarea de pacificación que llevamos adelante en aquel período posterior a la dictadura.

En 1965 había sido Ministro de la Corte Electoral y desde 1967 hasta 1974, Presidente del Consejo del Niño, donde cumplió una labor relevante de tecnificación profesional y ampliación de los fines del instituto. Llevaba años dedicada al tema. Incluso fue a Alemania a estudiar el fenómeno de la minoridad infractora. Toda esta acción fue paralela a su profesión de abogada, catedrática de Derecho Penal, primera mujer con ese grado en nuestra Facultad de Derecho. Llegó a él luego de un histórico concurso y no solo formó varias generaciones de profesionales sino que, dirigiendo la revista especializada, creó doctrina. También co-redactó el Código de la Niñez y Adolescencia , el Código de Procedimiento Penal e innumerables otras leyes.

Por encima de su currículum, fue una institución nacional. "La doctora" era un manantial de sabiduría al que se recurría ante dudas o las tribulaciones de los momentos difíciles.

Yendo hacia atrás en el tiempo, nos encontramos con la figura enorme de José Enrique Rodo, el formidable escritor que a los 29 años deslumbró a América Latina con su "Ariel", expresión filosófica de un idealismo que pretendía la superación humana y el apego a la tradición humanista ateniense que "supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y el de lo real, la razón y el instinto, las fuerzas del espíritu y las del cuerpo". Hacía el elogio de la formidable, "ciclópea", obra material de los EE.UU., pero cuestionaba el riesgo que conllevaba de caer en la vulgaridad y no ir más allá de un empobrecedor criterio utilitario.

Fue diputado colorado en tres períodos (1902-1905; 1908-1991; 1911-1914) y acompañó las dos candidaturas presidenciales de Don Pepe. Incluso se volcó en 1911 a la segunda como respuesta al rechazo nacionalista, que pretendía ir a las armas para impedir esa posible elección por la vía democrática. Ya había pasado el tan mentado debate por la supresión de los crucifijos en los hospitales del Estado, que en ocasiones se suele mostrar como una diferencia absoluta con don Pepe. Sí es verdad que más tarde discrepará con el planteo colegialista y considerará demasiado "radicales" las reformas sociales de la segunda Presidencia de Batlle y Ordóñez, pese a que fue miembro informante de la Ley de Liceos Departamentales y, con anterioridad, lo había sido también de la Ley de 8 horas. Esas divisiones han existido y seguirán existiendo en cualquier gran partido democrático. Solo en los totalitarios se vive -o se adolece- bajo la regla de la unanimidad. En este caso, el aporte del estadista Batlle y Ordóñez como el del intelectual José Enrique Rodó, han enriquecido a la República con su aporte, como a nuestro Partido por su lucha.

Rodó presidió el Club Rivera, de quien dijo que "De todos los caudillos del río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano; quizás, en gran parte, porque fue el más inteligente". Del mismo modo, consideraba que su campaña de las Misiones "es la página que más sin reserva podamos vincular al hecho de nuestra definitiva independencia, de nuestra constitución como nacionalidad".

Ni Adela ni Rodó son figuras de frío mármol. Así lo deben entender los jóvenes, no siempre inclinados a asumir que nuestro presente es un eslabón de una larga cadena que viene de atrás. Nuestros homenajeados están tan vigentes como en su vida, porque su pensamiento, su ejemplo, sus ideas, siguen inspirando a esta vieja colectividad que levanta con orgullo sus banderas de república, libertad, laicidad y justicia.




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