Una huella imborrable

Por Fátima Barrutta

Para quienes nacimos mucho después de la segunda mitad del Siglo XX, hablar de Derechos Humanos podría parecernos a simple vista algo obvio.

Sin embargo, ha sido y es el desconocimiento y el menosprecio de los Derechos Humanos lo que ha originado actos de barbaries ultrajantes para la conciencia de la humanidad.

El contexto histórico en el que nace la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948, es precisamente, el del horror ante la crueldad y aberración producidas en la segunda guerra mundial.

Millones de personas murieron, millones de personas quedaron sin hogar y otras millones de personas morían de hambre.

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, son las mujeres las que dejaron una huella imborrable. Eleanor Roosevelt fue sin duda la mujer más prominente del Comité de Redacción y se considera que su gran logro fue su papel en la elaboración del texto y en la tarea de asegurar su aprobación.

Conjuntamente con Eleanor había tres delegadas no occidentales que ejercieron una influencia especialmente enérgica sobre la Declaración.

Ellas fueron: Minerva Bernardino, de la República Dominicana, Hansa Mehta, de la India y la Begüm Shaista Ikramullah, de Pakistán.

Los Derechos Humanos, a los que se les reconoce validez universal, marcan el nivel alcanzado en el largo, difícil y siempre precario progreso moral de la humanidad, hacia mayores cotas de Libertad y Justicia.

Se cumplieron 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; es una oportunidad para celebrar los avances de los Estados que los garantizan y ejercer la presión internacional necesaria para que también lo hagan aquellos que los incumplen.

Los riesgos que hoy afronta la humanidad bastan para constatar que ninguna cultura se halla ´vacunada´ contra la barbarie.

Reconocer los Derechos Humanos es la mejor garantía contra la barbarie

De la misma manera que si no reconociéramos los mecanismos para protegerlos no podríamos vivir en una sociedad libre y democrática.

Estoy convencida de que este siglo XXI  estará determinado por los avances en la igualdad real entre mujeres y hombres;  ninguna otra acción tiene mayor potencial de transformación social, e impacta en todos los ámbitos de nuestra vida como es la exigencia incondicionada de una ética humanista, en cuyo cumplimiento nos va nuestra propia humanidad.

Tenemos la oportunidad histórica para mejorar la cooperación internacional  migratoria. Debemos valernos de la educación como el motor que promueve el respeto a los derechos y libertades y garantiza su pleno goce.



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