Un héroe de la República

Con Alejandro Atchugarry el país pierde a una de sus mayores ciudadanos, la política nacional a un valor ejemplar, el Partido Colorado a una sus mentes más lúcidas, sus hijos a un padre devoto y todos sus amigos a un hombre noble, generoso y leal.

Nada de lo señalado en el epígrafe es frase de compromiso. Realmente Alejandro fue todo esto y aún más. El país nunca le agradecerá lo suficiente lo que fue su rol en la crisis de 2002, cuando la Argentina nos contagió su tragedia y —en nuestro país y los organismos financieros internacionales— no faltaban quienes, al modo de los vecinos, pedían que nos declaráramos en default. En aquel momento dramático, el Presidente Batlle le pidió su concurso; él dudaba por su falta de formación económica, pero finalmente —entre todos— le convencimos que su rol iba mucho más allá de lo económico. Este tema lo manejaban otros, desde el Banco Central, presidido por Julio de Brum, o en los EE.UU., además del Embajador Fernández Faingold y del contador Carlos Sténeri, agente financiero del Estado y dos grandes economistas, Ariel Davrieux e Isaac Alfie. Había un equipo vigoroso, ¿pero cómo se manejaba el tema político? ¿Cómo se lograban los votos legislativos para una reprogramación coactiva de depósitos o una absorción de cuatro bancos en crisis? Las difíciles soluciones financieras requerían leyes…

Allí es donde resultó fundamental su credibilidad, su capacidad de diálogo, su inteligencia para buscar consensos sobre medidas a veces heterodoxas pero imprescindibles para que el Parlamento procediera con eficacia y rapidez. La consecuencia fue salir de la crisis, preservar el crédito de un país que nunca había deshonrado sus compromisos y entregar el poder a un partido adversario, dos años después, ya en pleno crecimiento.

Más allá de esta gesta, Atchugarry fue un jurista fino, docente reputado en materia civil, de gran precisión conceptual, que en la vida parlamentaria —como diputado, como senador— perfeccionaba las leyes con preciosismo de relojero. Fue también un formidable Subsecretario de Transporte y Obras Públicas junto al Ministro Jorge Sanguinetti y luego Ministro él mismo, sustituyéndolo. A esa gestión se debe, entre otras muchas cosas, el llamado a licitación para otorgar una concesión en terrenos del Estado de la terminal logística de Tres Cruces, entonces una novedad en cuanto a la colaboración oficial y privada.

Esa vocación de servicio, esa capacidad de sacrificio, se puso a prueba en circunstancias personales muy duras: durante su Ministerio de Transporte y Obras Públicas fue operado de urgencia por un aneurisma (como el que ahora le costó la vida y que entonces superó de milagro); cuando hubo de enfrentar la crisis, venía de la pérdida de su esposa y asumió, con devoción, la difícil tarea de completar la formación de sus tres hijos. Dijo entonces que debía ser padre y madre, y así lo fue, a cabalidad.

Por cierto que son proverbiales las características de su estilo ascético, el desapego a las vanidades, su sencillez. La famosa camionetita que se hizo popular cuando la crisis fue, de verdad y no para la publicidad, un ícono de su modo de vivir. Por cierto, llamaban la atención su delgadez, su peligroso modo de fumar y su frugal comida. Dentro de esos hábitos tan austeros, asombraba —sin embargo— su capacidad de prodigar, en ocasiones hasta la madrugada, tanto en la tarea pública como en el mantenimiento de su pequeña empresa constructora.

Afectuoso, cálido, sensible a la amistad y al desvalimiento ajeno, esa calidad espiritual impregnaba sus actos.

Para nuestro Partido, tan golpeado por el destino en los últimos meses, la pérdida de Alejandro nos deja sin su consejo y su prestigio. Por cierto, luego de salir del Ministerio y el Senado, había anunciado —y mantenido- su idea de no postular más a cargos electivos. Seguía cerca del partido, acompañando siempre, pero nos desanimaba con su negativa a asumir una candidatura presidencial que hubiera tenido enorme respuesta. Respetábamos sin embargo, sus razones, los deberes familiares que se imponía y la conciencia de su fragilidad de salud, que aunque no alegaba, estaba sin duda en su conciencia.

Había pedido a su familia que para su final no hubiera honores ni discursos. Y así fue. Sencillo. Apenas dije unas palabras de despedida en el velatorio. Y en el cementerio, espontáneamente, lo hizo su hijo Gastón con un emocionante agradecimiento filial. Ocurrió, sin embargo, algo más que honores oficiales: el reconocimiento del país entero, el saludo de todos los sectores políticos, el análisis de una prensa que advirtió la caída de un grande.

Así se fue Alejandro. Un héroe a su pesar. Un político brillante sin proponérselo. Un santón laico sin sermón ni prédica. Un ciudadano.

JMS



Sin espacio para las medias tintas
Recuerdo y Compromiso
Julio María Sanguinetti
La Revolución de los Claveles
Santiago Torres
"Antisionistas"
La "guerra de las bandejas" continua...
Institucionalización del abuso
El Frente Amplio y la vivienda
Occidente, nosotros
Debería darles vergüenza...
El trabajo debe cuidarse respetando las reglas del mercado
Elena Grauert
Encuentro de muy pequeños productores rurales con el precandidato Yamandú Orsi
Tomás Laguna
Ladran Sancho
Consuelo Pérez
Informar con responsabilidad sobre el futuro de las jubilaciones
Jorge Ciasullo
La expansión del Imperio Español en el Río de la Plata
Daniel Torena
Un país asolado por la violencia respalda la línea dura de su presidente
La obsesión antiisraelí de Gustavo Petro legitima a Hamas y pone en peligro a los colombianos
Cambios en el mapa
Los temores de guerra en Europa
Frases Célebres 987
La desaparición de Josef Mengele
LA LIBRERIA
Inicio - Con Firma - Ediciones Anteriores - Staff Facebook
Copyright © 2021 Correo de los Viernes. Publicación de la Secretaría de Prensa del Foro Batllista.