Un gobierno resignado y un país sin esperanzas

A menos de dos años de iniciado su nuevo mandato, el gobierno aparece como derrotado, sin fuerzas para mandar ni para convencer

El año cierra mal para Uruguay y las perspectivas para 2017 no son alentadoras.

El país sigue sin poder definir sus grandes cuestiones. Aunque el gobierno ha planteado algunos cambios en materia de inserción internacional, todos sabemos que por los bloqueos internos del Frente Amplio, así como por el candado que significa el Mercosur, las propuestas aperturistas quedarán por el camino.

Las autoridades de la enseñanza se niegan en forma contumaz a encarar reformas de fondo y los resultados del desempeño estudiantil son cada vez peores, pese a la euforia irreal que provocó una lectura apresurada y equivocada de las pruebas Pisa.

Aunque el Ministro de Interior, Eduardo Bonomi, sostiene que ha bajado el delito, las cifras son contundentes e inapelables en la visión global: cuando terminó el primer gobierno democrático en 1990, el total de las rapiñas en cinco años era de 8.500, y al ritmo que vamos, este lustro terminará con más de 100.000 rapiñas, a un promedio de 56 por día. Un enorme desastre que el Ministro intenta ocultar hablando de porcentajes y no de cifras totales, manipulando los números como confirmadamente hizo en el pasado e impidiendo que cualquier auditoría independiente chequee con precisión la veracidad de los datos.

En materia económica, la población va a empezar a sufrir con más rigor el ajuste fiscal ya en marcha con las tarifas, a lo que se agrega desde enero el incremento de los impuestos al trabajo y a las jubilaciones. Concluido el período de expansión de la economía internacional, el gobierno, que tiene que tapar el enorme agujero de Ancap y los otros despilfarros de la administración del señor Mujica, no tuvo más remedio que recurrir a los ya exhaustos bolsillos de los contribuyentes. Pero el fiscalazo no será suficiente para corregir el déficit fiscal y este año que se inicia seguirán los desequilibrios macroeconómicos. 2017 terminará con un déficit similar al actual, que es de 3.7% del producto, y en el mejor de los casos llegaremos a un 3,5% o -en la más optimista de las hipótesis- a un 3%, tras un brutal ajuste a los ingresos de la gente. Entre sus repetidos desvaríos, el Ministro Astori prometió ante su bancada -al hacer el presupuesto y para calmar los reclamos- que en 2017 habrá una rendición de cuentas en la que se corregirá el Presupuesto. O sea que habrá una fuerte tensión para aumentar el gasto. ¡Agarrate, Catalina! En vez de anunciarnos una reducción de su presupuesto, el Gobierno predijo, de mano del supuesto cuidador de nuestras finanzas personales, un mecanismo que terminará fatalmente en más impuestos.

No hay grandes proyectos nacionales en marcha. Debe ser un motivo de remordimiento interior que la única tabla de salvataje a que acude el Frente Amplio sea la inversión escandinava en la tercera planta de celulosa, un recurso que ingenió el último gobierno colorado. Pero no hay otras inversiones en vista, pese a la imperiosa necesidad que tiene el país de modernizar su infraestructura, otra pesada ancla que el Frente Amplio no puede levantar.

Tampoco hay otras iniciativas novedosas en la administración. La burocracia y la falta de recursos han impedido que los tímidos anuncios sobre el programa de cuidados, acaso el único tema nuevo que presentó el Dr. Vázquez, se vayan concretado. En suma, el Frente Amplio intenta apenas administrar la crisis, mientras sus sectores se aferran grotescamente a los puestos y repartijas del poder.

Para colmo, al señor Presidente se le ve cansado y repetitivo, sin fulgor ni imaginación. No puede mandar por los bloqueos de su bancada y de la central obrera, pero tampoco tiene fuerza y convicción como para convencer a la opinión pública. Parece distante, frío, ajeno, camina lento No puede.

Así las cosas, lo que nos deja el Frente Amplio tras doce años consecutivos de gobierno, es francamente negativo: Uruguay no tiene, para el corto plazo, derecho a la esperanza.

Lo tendrá, en cambio, al finalizar el lustro. A ese respecto, la ciudadanía deberá expedirse.



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