Un Ministro sin responsabilidades

El Ministro Bonomi es un ejemplo bien particular. Ha desempeñado su cartera en dos gobiernos sucesivos pese a que todas las encuestas lo instalan como el ministro más impopular. Ha tenido a disposición recursos que nunca recibió ningún de sus antecesores en Interior, pero los resultados del delito son los peores de la historia. Declara constantemente a la prensa, pese a que su voz y léxico no son fáciles de entender. La que sí es expresiva es su actitud: lo que ocurre nunca es tan grave como se dice y, en todo caso, tiene más responsabilidad la víctima que él como jerarca encargado del orden público.

En sus constantes declaraciones, descarta la mitad de los homicidios diciendo que son “un ajuste de cuentas”, con tono menor y distraído, como si no se tratara de asesinatos y muertos reales. Cuestiona todas las estadísticas y arroja responsabilidades sobre las víctimas, como acaba de hacer nada menos que con una legisladora, robada por tercera vez en su casa, pero que —en su versión— “dejó una ventana abierta”, pese a la fractura del portón de entrada.

Su actitud ante el fútbol es increíble: claramente instigado por su Subsecretario, hermano del Presidente y también viejo terrorista, ha acuñado la idea de que ese “espectáculo público” no es tal sino “privado” y que, en consecuencia, nada tiene que ver su cartera.

Ahora ha arrastrado todo el fútbol a una parálisis por su exigencia de que se instale un multimillonario sistema de identificación facial, que no solo cuesta millones de dólares sino que está a la vista que tampoco será la panacea. Identificado el revoltoso a la entrada del estadio, ¿se irá para la casa o se rebelará junto a su “barra” y se llevará por delante a porteros y guardias privados, que carecen de facultades para arrestar? Ya se vio el domingo en El Campeón del Siglo, cuando una esmirriada presencia policial no pudo con una deliberada avalancha de quienes querían entrar sin pagar y, por supuesto, lo lograron cumplidamente.

Todo es la consecuencia de la incapacidad para identificar a los violentos habituales ( como cualquier acción normal de inteligencia lograría) y luego, a su vez, de actuar ejecutivamente. El Ministro no quiere tener fama de “represor” y, por consiguiente, hace actuar a medias y con poco respaldo a una fuerza policial que —justo es decirlo también— tampoco recibe un apoyo judicial acorde a la situación. El preciosismo probatorio termina en que los protagonistas de peleas entran al Juzgado como sospechosos y salen de él condecorados con una impunidad que les prestigia en su medio.

Un país donde el fútbol es el espectáculo público más popular, y que tendrá próximamente partidos internacionales, está hoy en suspenso. Ni los futbolistas quieren jugar si no hay Policía, pero el Ministro y su Subsecretario, estólidos, insisten en que no la habrá mientras no se instale un sistema que la Asociación Uruguaya de Fútbol, con fondos bloqueados, no puede comprar. Emplean una rigidez que no asumen frente a los delincuentes y se desligan olímpicamente de responsabilidades que le son intransferibles.

En el manejo de la Policía, además, ocurren cosas tan ridículas como la semana pasada, en que en un partido de básquetbol había l2 policías para un centenar de espectadores y se le negaban 20 a un partido de fútbol. O que se duplicaba la guardia de un plantío de marihuana mientras se conducía el fútbol a la crisis que vive…

Para el Ministro se “fracasó” en el Campeón del Siglo porque no se evitó una avalancha o la entrada de público a la cancha en el partido final del campeonato. Da la casualidad que esos hechos son la confirmación flagrante de que sin Policía no hay la menor garantía y que se estimula precisamente a las patotas violentas anunciándoles que no habrá fuerza pública.

Nadie duda de que se trata de una tarea ingrata. Pero el Ministro viene hablando hace diez años sin encarar en serio nada. ¿No le bastó para identificar a 20 o 30 de los revoltosos, que precisa supercámaras? Lo único que hace es rehuir responsabilidades, adosárseles a todo el mundo menos a los servicios a su cargo y reclamar inversiones fantasiosas cuyo resultado tampoco es decisorio. Después se enojan cuando se dice que en este país sobra Estado en los escritorios y falta en la calle.



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