Tenemos deberes

Por Julio Luis Sanguinetti

Se acerca el fin de la pandemia y un "nuevo tiempo" asoma, con la primera pregunta a cuestas: ¿Habremos aprendido las lecciones?

Es evidente que las acciones y reacciones serán variadas y de distinta intensidad y en muchos aspectos la sociedad se comportará como lo hacemos nosotros en nuestra cotidiana realidad. Lo primero, si algo aprendimos, será habernos percatado de la riqueza posible con la que hemos encontrado y sorprendido en el análisis de la problemática sobre "base y data" científica. También, ser más creativos a la hora de implementar y llevar adelante los cambios de rumbo. Parecería que los dogmatismos y las rigideces estarán en problemas. Buena cosa.

Sin quizás, la educación será el campo donde el pasado y la post pandemia tendrán una de sus batallas claves para definir si nuestro país irá a mejores destinos o no. Si iba a haber una batalla ideológica y una redistribución de legitimidades, obligaciones y derechos, ahora habrá una guerra en toda la línea, ya que, a la agenda previa deberían agregarse muchos de los temas que se iban a evitar y otros que surgen como aprendizajes de la "pandemia".

Lo más complejo serán los cambios que todo esto impone a los aprendizajes, a la enseñanza, a la tarea docente y por supuesto a la organización sindical. Los adelantos y avisos que hemos tenido de estos últimos son preocupantes porque el mundo seguirá su curso, los países inteligentes se adaptarán y cambiarán y los que no, seguirán en la pendiente, más lento o más rápido, pero en la ruta a "la salida" de un mundo desarrollado que es todavía posible.

La relación presencialidad - virtualidad, es sin duda, el "nudo gordiano" de la mayoría de los cambios que se imponen como consecuencia de la multiplicidad de impactos. El uso de plataformas digitales para distribuir los contenidos llegó para quedarse y eso obligará a los docentes a modificar no sólo sus métodos de enseñanza sino sus propias capacitaciones. Quedó al desnudo el bajo nivel de conocimientos digitales que tiene el promedio de los docentes en por lo menos dos aspectos, el uso de las herramientas y la necesidad de adaptar la enseñanza de los contenidos al nuevo vehículo. También el esfuerzo y dedicación que la mayoría ha puesto en paliar la situación. Por esas razones habrá que modificar los regímenes de trabajo de mil maneras y con creatividad, deberán incluir la flexibilidad horaria, la incorporación de nuevos aprendizajes y capacidades técnicas al currículo docente, así como la definición de un modelo.

El modelo deberá definir el balance del eje presencial - virtual, es decir, cuántos contenidos y qué contenidos son más eficientes y en qué formato. Por ejemplo, si decidimos saltar varios casilleros y propiciar un "modelo" que agregue horas sin grandes costos al aprendizaje de los alumnos, mucho ayudará a recuperar el rezago que tenemos en todos los niveles educativos, incluso soñar con un doble horario en la educación pública.

Todo esto deriva en otro "actor" que ha vuelto a ponerse en la escena: la familia y los entornos familiares. La pandemia ha trasladado a los encargados del hogar, sea quienes sean, una parte más importante aún de la que ya tenían en las responsabilidades educativas. Por eso el tipo de núcleo en el que vive el educando hace a la ecuación y desgraciadamente puede ensanchar la "grieta" y notoriamente, la conectividad no depende del sistema educativo pero sí del contexto, hablemos de aulas o de casas.

El modelo deberá dar cabida a las comunidades educativas. Estas, ya en experiencias locales como los liceos gratuitos de gestión privada, como internacionalmente en los casos de éxito, tienen un rol a cumplir. La descentralización y la adecuación al contexto parecen ser factores claves en la calidad de la educación y en solucionar el principal factor de rezago que es la deserción. Tenemos una de las peores tasas de conversión de alumnos de secundaria a terciaria del mundo y por ello la retención incide en las posibilidades de desarrollarnos. Más aún, en un país de nuestras dimensiones donde sólo la calidad nos hace diferentes para eludir las cuestiones de tamaño, entre otras. El modelo institucional que se diseñe será clave para su éxito dado que será el resultado de una negociación o de una guerra con los que han sido, hasta ahora, protagonistas principales de la esclerosis educativa: los sindicatos.

Nadie querrá estar en la piel de Robert Silva cuando la discusión comience. No sabemos si los sindicatos tienen claro que todo lo que se pretendía hacer cambió aún más con la suma de factores agregados por la pandemia. Podemos dar un salto cualitativo relevante si podemos incluir todos estos elementos. También habrá que elegir y deberíamos concentrarnos en el modelo institucional, la calidad y la definición de un cronograma de implantación que no deje espacio al tiempo como factor de rezago. Los sindicatos deberán entender que si no son parte de la solución serán parte del problema y el problema que tienen es que si no se suman fijarán un rumbo de colisión que pondrá a prueba el tejido republicano y democrático. Podrán contribuir a eliminar la brecha o a agrandarla. ¿Son conscientes? Su comportamiento en la pandemia nos hace ser pesimistas, pero tanto como la capacidad de gestión de la crisis por el gobierno, optimistas. Como decía un amigo judío: a creer se va al templo. Estamos en él, hay que ayudar a los dioses y por supuesto, tenemos deberes.




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