Sobre educación y estilos de vida

Una manera de vivir saludable, que abarque cuerpo y alma, aporta aspectos positivos en la cotidianidad y esos valores deben impregnarse desde la Enseñanza, sostiene el experto Renato Opertti en esta columna que nos interesa reproducir.

Crecientemente los sistemas educativos en diversas regiones del mundo fijan como prioridad formar en temas que se denominan transversales. Esto es, temas que son comunes a los diversos niveles educativos –desde cero a siempre–, requieren del trabajo integrado e interdisciplinar de diferentes áreas de conocimientos y de asignaturas, y son abordados en términos de desafíos vinculados a la vida diaria. Por ejemplo, la educación inclusiva, la formación ciudadana “glolocal”, los enfoques de género, la educación Steam (por sus siglas en inglés, Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemática) y los estilos de vida saludables, son algunos de los temas más recurrentes en propuestas educativas de punta. Por ejemplo, en Finlandia, la educación básica -grados 1 al 9, que equivale en Uruguay a educación primaria y media básica- promueve, entre otras siete competencias, cuidarse a sí mismo y administrar su propia vida. Esto supone desarrollar un rango amplio y variado de habilidades vinculadas a salud, protección y relaciones humanas, movilidad y transporte, desempeñarse en una vida crecientemente tecnológica, y manejar las finanzas personales y el consumo. En su conjunto, estas habilidades hacen a un estilo de vida sostenible (OIE-Unesco, Halinen, 2017).

Crecientemente los sistemas educativos en diversas regiones del mundo fijan como prioridad formar en temas que se denominan transversales.

En el “Libro Abierto: Propuestas para apoyar el acuerdo educativo” (www.eduy21.org), EDUY21 propone que, en el marco de una educación unitaria, progresiva y compacta de 3 a 18 años, se promuevan en los estudiantes las competencias y los conocimientos vinculados al autocuidado, a la autonomía y a la responsabilidad. Esto implica, entre otras cosas, forjar capacidades que contribuyan a estilos de vida autónomos, solidarios, saludables y sostenibles. Veamos cada uno de estos atributos. En primer lugar, la autonomía tiene esencialmente que ver con las capacidades, las oportunidades y los espacios que disponen las personas y los ciudadanos para liderar y administrar sus propias vidas. Autonomía no implica aislamiento ni individualismo exacerbado sino tener un espacio propio, de intimidad, donde uno pueda encontrarse con uno mismo para sentirse a gusto y a partir de ese encuentro, poder generar empatía con los demás.

La autonomía implica, en efecto, hacer uso pleno de la libertad inherente a nuestra condición de seres humanos. Pensar críticamente sin ataduras y condicionamientos severos, dar rienda suelta a la creatividad y al ingenio, cuestionar las falsedades y mantenerse atento y con capacidad de respuesta frente a las manipulaciones, son algunos de los atributos de la autonomía. Asimismo, entraña poder planificar y proyectar la vida diaria y futura en su vocación, carrera y trabajo, así como desempeñarse en la sociedad con iniciativa y espíritu emprendedor. Sin una capacidad hacedora autónoma, difícilmente las personas podrán responder a desafíos laborales que implican crecientemente tener iniciativa, así como capacidad de proponer, plasmar y evidenciar lo que cada uno puede aportar en el desempeño de tareas cognitivas no rutinarias. Esto es, tareas que no puedan ser realizadas por los robots.

La autonomía implica, en efecto, hacer uso pleno de la libertad inherente a nuestra condición de seres humanos.

En segundo lugar, la educación debe poner el foco en forjar estilos de vida solidarios que implican, por lo menos, tres aspectos complementarios. Primariamente, y como se ha señalado, tener una actitud abierta a conocer y a entender a los demás, tenderles una mano y saber desarrollar la capacidad de escucha frente a diversas preocupaciones. Asimismo, implica desarrollar una genuina orientación de servicio hacia la comunidad que no debe prejuzgarse o adjetivarse como “asistencialismo”, sino reconocer y apreciar el valor agregado que cada alumno puede aportar a la convivencia con y al bienestar de otros.

También supone tomar debida nota que la solidaridad requiere del esfuerzo de cada uno de nosotros en forjar una sociedad de cercanías culturales y sociales, combatiendo duramente las desigualdades que jaquean una sociedad de oportunidades. En tercer lugar, tomar cabal conciencia que estilos de vida saludables son el cimiento del progreso, así como del bienestar individual y colectivo. En un mundo donde hoy muere más gente de problemas de obesidad que de hambre y donde 3 de cada 10 adultos eran obsesos en el 2016 según la Organización Mundial de la Salud (El País, Madrid, 30/9/18), saber cuidarse a sí mismo y a los demás es clave. Esto implica que los alumnos dispongan de saberes integrados, de evidencias duras y de estrategias sensatas para tomar cabal conciencia que las maneras en que nos cuidamos, nos alimentamos, nos transportamos y protegemos al medio ambiente, son indicativos fuertes de nuestra identidad, imagen y desempeño en la vida. Si, por ejemplo, no sabemos y no actuamos frente a las consecuencias negativas de un consumo en exceso de azúcares, grasas saturadas y sales, estaremos hipotecando nuestra calidad de vida a presente y a futuro. Los estilos de vida saludables son un fiel reflejo de cómo nos comprometemos en lograr un justo equilibrio entre la mente, el espíritu y el cuerpo.

También supone tomar debida nota que la solidaridad requiere del esfuerzo de cada uno de nosotros en forjar una sociedad de cercanías culturales y sociales, combatiendo duramente las desigualdades que jaquean una sociedad de oportunidades.

EDUY21 pone un fuerte énfasis en que las actividades físicas, la recreación y el deporte sean parte de las habilidades requeridas para la vida diaria y que sirvan a las sinergias entre los aprendizajes y las emociones. También señalamos que los estilos de vida saludables no deben ser una iniciativa puntal que aisladamente realiza un centro educativo sino debe ser parte de una cruzada nacional como por ejemplo el combate al consumo de cigarrillos, liderado por el presidente Tabaré Vázquez. Dichas acciones deben sustentarse en liderazgos de actores políticos y educativos, comprometer a la sociedad en su conjunto, y reflejarse en el trabajo diario de los centros educativos.

En cuarto lugar, la sostenibilidad del planeta es una preocupación que nos compromete a cada uno de nosotros en el terreno de las acciones individuales y colectivas. Tomar conciencia en torno a la sostenibilidad implica asumir nuestra cuota de responsabilidad individual y social en buscar respuestas frente al daño en los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad (Bartolotta, 2015). Resulta vital desarrollar desde la educación inicial la preocupación por proteger el planeta como una cuestión de supervivencia, desarrollo y mejoramiento de la vida. Compartir evidencias con los alumnos, e involucrarnos en actividades concretas donde puedan apropiarse de lo que implican actitudes y comportamientos sostenibles –por ejemplo, en relación al transporte–, es un camino a recorrer. Asimismo, deben tener argumentos para cuestionar a quienes inconsciente e impunemente rechazan el cambio climático desprendido de toda evidencia.

La promoción de estilos de vida autónomos, solidarios, saludables y sostenibles debe ocupar, por tanto, un lugar de destaque en una agenda comprehensiva de cambio educativo que pueda implementarse a partir del 2020. Entre otras cosas, implica una articulación fina entre conceptos, contenidos, diversidad de estrategias de enseñanza y de aprendizaje, y por sobre todas las cosas, la intencionalidad que los aprendizajes impacten en un cambio de mentalidades, culturas y prácticas.

La promoción de estilos de vida autónomos, solidarios, saludables y sostenibles debe ocupar, por tanto, un lugar de destaque en una agenda comprehensiva de cambio educativo que pueda implementarse a partir del 2020.

Estamos convencidos que la educación es una llave poderosa de entrada para que uruguayas y uruguayos mejoremos sensiblemente la calidad y la prolongación de la vida. Son temas que nos deben convocar más allá de tradiciones, posicionamientos y afiliaciones, y que deben ser parte de acuerdos políticos, sociales y educativos concebidos como políticas públicas de larga duración.



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