Correo de los Viernes - Monopolista de virtudes (y de discursos)

Monopolista de virtudes (y de discursos)

En su clásica audición, el ex Presidente y actual Senador Mujica dijo hace unos días que estaba orgulloso de Lucía porque “no tiene precio, no es comprable, no es negociable...”.

Aparentemente, la señora Topolansky es excepcional por su honradez. Supuestamente, sería más insobornable que el resto. Lo dice en una campaña electoral en que los demás candidatos son todos personas de bien. Gente seria, que gana su sustento trabajando, profesionalmente Garcé y Rachetti o en el comercio el señor Novick. Ni el señor Mujica ni doña Lucía trabajaron nunca en nada. Su famosa chacra parece que llovió del cielo, ya que no es herencia ni en los años de su compra tenían ingresos; su actividad nunca existió, como quedó claro el día en que pretendió votar en la elección del BPS, donde no figuraba.

Sus credenciales están en la nefasta guerrilla que, desde 1963, asoló el país y alfombró el camino de la también nefasta reacción militar. En ese andar se conocieron. Felizmente, luego de restaurada la democracia que ellos habían intentado derribar, se sumaron a la acción política y en ella les fue mejor de lo que todos —incluso ellos mismos— pensaban que podía ocurrir. El país les perdonó; entraron a la cárcel repudiados y salieron bendecidos, porque el maltrato recibido en prisión les santificó para siempre. Hasta aquí poco habría para quejarse, aunque esa última conclusión no sea muy justa. Lo que es intolerable, en cambio, es la soberbia con la que hablan, elogiando y descalificando como jueces de conducta de toda la sociedad uruguaya.

Días pasados fue peor, cuando insultaron a destajo a los ”boniatos” de los candidatos de la Concertación, “payasos” en general y alguno de ellos, algo peor.

Realmente asombra el desafuero, la arrogancia con que está actuando el matrimonio, envuelto en el ropaje de su presunta sencillez y franqueza. Hemos llegado a un punto en que basta andar desprolijo para ser humilde y hablar soezmente para ser reconocido como sincero.