Por Tomás Laguna
La semana pasada se cerró un nuevo capítulo en la interminable historia de las negociaciones por un tratado de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea. La última ronda se llevó a cabo en Montevideo entre los días 10 y 14 de setiembre.
Solo podemos definir este nuevo esfuerzo como una gran frustración en las razonables expectativas para nuestra economía, condicionada en su propia génesis a un destino exportador.
Se cumplieron 18 años desde que estas negociaciones se iniciaron por primera vez, ocho desde su reinicio en el 2010, cuatro desde su nuevo empuje en el 2016. En el 2004 fue la UE quién se retiró cuando el acuerdo estaba avanzado, con algún logro importante para nuestros intereses, pero una reacción proteccionista hacia sus industrias de parte de Argentina y Brasil modificando sus propuestas a último momento fastidió en grado extremo a la UE, retirándose de las negociaciones.
Hubo un reinicio en el 2010 que se fue agotando en sí mismo. Por entonces el Parlamento Europeo condicionó cualquier acuerdo con el MERCOSUR y uno de los argumentos manejados fue la poca credibilidad que por entonces tenía Argentina. En el 2016 el histórico referéndum del mes de junio en Gran Bretaña decidiendo su apartamiento del Tratado de Maastricht (firmado en febrero de 1992 y que dio lugar a la Unión Europea) propició un nuevo interés de Europa mirando al MERCOSUR. Este último empuje, respecto del cual hubo particular optimismo, es el que hoy todos velamos aun cuando nadie quiere asumir la responsabilidad de firmar el certificado de defunción para enterrar al muerto.
Los tiempos se agotaron. Los tiempos del comercio mundial ya no son los mismos. Debemos asumirlo, hay una guerra comercial en curso. Una nueva guerra fría del siglo XXI. Las grandes economías se abroquelan en un resurgimiento proteccionista como no se ha vivido desde el advenimiento de la globalización y la consecuente expansión del comercio mundial. Los tiempos de nuevos TLC parecen agotados para el MERCOSUR y por extensión para nuestro país. La oportunidad se perdió tras negociaciones interminables que postergaron una vez más a nuestra economía en su necesidad de lograr una ventajosa inserción en los mercados mundiales.
La hora exige re direccionar los esfuerzos y volver a pensar las estrategias. No es que el MERCOSUR no tenga agenda. De hecho ya se iniciaron conversaciones con Canadá, con Singapur, con Corea del Sur. El EFTA (países europeos no incluidos en la UE) también es parte de la agenda, pero difícilmente se progrese en tanto no lo hicimos con la UE. China es la gran materia pendiente. Resulta impostergable logar algún acuerdo, por poco significativo que este sea. A esta altura es más que nada un asunto de auto estima...
Algo hubo de positivo en todos estos años negociando con la UE. El grupo de negociadores del MERCOSUR se conoce entre sí de memoria facilitando un juego de equipo que resulta imprescindible. Pero deben demostrar que son capaces de ganar algún partido.
Lo hemos dicho en anteriores artículos, inserción internacional sigue siendo una materia pendiente en nuestro país. Sea por incompetencia nuestra, por ideologización de las relaciones internacionales desde el partido de gobierno, o por dependencia del MERCOSUR, una economía que exporta entre el 70 y el 90% de lo que produce sigue condicionada por su incapacidad para colocar su producción al amparo de acuerdos preferenciales.
Poco y nada podemos esperar de lo que resta de este gobierno. Si luego del 2019 entrara una correntada de viento fresco que despeje el aire viciado que agobia a nuestra sociedad, entonces será la oportunidad de repensar nuevas políticas de Estado en materia de inserción internacional. Mientras tanto poco podemos esperar del MERCOSUR como tal, pero menos aún de nuestro gobierno.
