Luis Batlle, un hombre de bien

Por Santiago Torres

¿Qué puede significar la figura de Luis Batlle para alguien que favorece soluciones liberales en el campo de la economía?

Recuerdo que tenía 17 años cuando cayó en mis manos “Pensamiento y acción”, la recopilación de discursos y artículos de Luis Batlle Berres que realizara Santiago Rompani. Me devoré los dos tomos y quedé fascinado con el personaje. Por ese tiempo, además, ingresé a militar en un grupito de gente más bien joven que lideraba Washington Abdala, dentro de la 15, al que decidimos llamar Movimiento “Luis Batlle Berres”. Eran tiempos de lucha por la recuperación de las libertades conculcadas por la dictadura.

Muchos años pasaron y yo, de a poco, no a través de una epifanía intelectual, empecé a cambiar mi pensamiento en muchos aspectos. No soy de los que crea que pensar siempre de la misma manera sea una particular virtud. Uno lee, reflexiona, madura y aprende cosas nuevas que, eventualmente, determinan cambios en el pensamiento. En mi caso, entendí que el dirigismo, el estatismo, especialmente los monopolios del Estado, no favorecían a la gente. Creo que la realidad me exonera de demostrar nada, pero voy a poner un ejemplo de lo que digo: hasta que durante el último gobierno colorado se abriera el mercado de la telefonía celular, el servicio era caro y sólo accedía una minoría al mismo. ANTEL afirmaba que la demanda estaba “satisfecha”. Bastó que el mercado se liberalizara para que aquella demanda “satisfecha” demostrara claramente que no lo estaba y directamente explotó. El efecto democratizador ha sido tan evidente que a nadie en su sano juicio se le ocurre retornar a la situación anterior. Como a nadie se le ocurriría hoy retornar al contralor de exportaciones e importaciones y los cambios múltiples.

El mundo de Luis Batlle Berres, en el que se formó, era muy otro. El pensamiento vigente, lo que podríamos dar en llamar el “conventional wisdom”, era completamente diferente. Por ejemplo: en 1931, a raíz de la crisis de 1929, el Ministro de Hacienda Javier Mendívil nombró una comisión de notables para sugerir rumbos de acción ante la pérdida de valor de la moneda. Integraron la comisión Eduardo Acevedo Álvarez, Ricardo Cosio, Emilio Frugoni, Julio Ma. Llamas, Pablo Ma. Minelli, Octavio Morató, Carlos Quijano, José Serrato y Luis Supervielle. El banquero Supervielle propuso la flotación de la moneda. Frugoni, un retorno al patrón oro. Cualquiera de ambas soluciones eran “de mercado”. El resto de la comisión, empero, se volcó por sugerir el control del precio y de la cantidad de dinero y, siguiendo su recomendación, en octubre el gobierno instaura el control de cambios que derivó en el contralor de exportaciones e importaciones.

Pero además de ello, el mundo de la guerra y la post-guerra era un mundo, por un lado, de escasez y, por otro, de un proteccionismo monumental. EEUU y una Europa devastada, impidieron cualquier intento de liberalizar el comercio mundial. La OMC no pudo concretarse sino en 1995, recién luego de la ronda Uruguay del modesto GATT. La sustitución de importaciones no era la aplicación de una teoría económica sino el resultado, en buena medida, de un mundo que en la guerra no producía.

Luis Batlle dio una feroz batalla por conquistar mercados. En EEUU hasta se enfermó por los enfrentamientos que tuvo con los poderosos empresarios textiles. Incluso propuso, en una verdadera audacia política para la época, el ingreso de China comunista a la ONU. Batlle Berres sabía que el desarrollo del país no podía pasar nunca por nuestro diminuto mercado interno y apostaba a la exportación, procurando —sin éxito— derribar o aunque más no fuere abrir un resquicio en aquellas murallas comerciales. ¡El proteccionista era el mundo, no Luis Batlle!

Batlle sabía que algo había que hacer para superar las dificultades que empezaron a aflorar en la segunda mitad de los 50. Pero lógicamente le costaba visualizar por dónde ir, aunque claramente intuía que un comercio libre era parte de la solución. Pero ningún economista —una profesión que recién se abría paso— pudo acercarle una receta. Porque el país no la tenía. La reforma cambiaria y monetaria del primer gobierno blanco, fue una solución limitada aunque en aquel entonces se lo viera poco menos que como un giro copernicano. Hasta Alejandro Vegh Villegas en 1974, nadie se animó a dar un giro tan profundo en el manejo cambiario y monetario. Y no por casualidad ocurrió en dictadura: semejante solución, que hoy con el diario del lunes parece tan obvia, no era nada obvia para nadie. ¿Cómo juzgar entonces a Luis Batlle, que se había formado en aquel país intervencionista y estatista y que se extendió hasta 1974? Batlle Berres intuía que un cambio se precisaba, pero no se le puede reprochar que no viera el panorama claramente porque, en rigor, nadie lo veía. Ni en Uruguay, ni en ninguna parte.

El Luis Batlle Berres que yo respeto y al que también rindo homenaje, es el demócrata a carta cabal. El que marchó al exilio durante el régimen de Terra. El que apoyó la causa de la República Española. El que dio asilo a los argentinos perseguidos por el régimen de Perón. El que fustigó la invasión estadounidense a Guatemala, en 1954, y el derrocamiento de Jacobo Arbenz. El que batalló incansablemente por las exportaciones industriales. Ese es el Luis Batlle Berres que yo quiero y respeto. Y siento que sería un miserable si hoy —reitero— con el diario del lunes, me dedicara a demoler y señalar errores en quien no era sino un hombre que expresaba una visión que no era sólo la del país, abrumadoramente, sino la del mundo desde 1929. Todo el mundo era keynesiano y proteccionista. ¿Y yo le voy a reprochar a los batllistas de la época, como Luis, que no fueran liberales de la escuela austríaca? Sería un insensato, por lo menos.

Por lo tanto, yo también rindo homenaje a Luis Batlle Berres. Como dijera Onetti en el obituario que le dedicara a su amigo, un hombre de bien.



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