La vida a cambio de lucha

Por Ramiro Tafernaberry

La II Internacional, celebrada en París en 1889, con preeminencia de delegados considerados marxistas, fue la instancia que aprobó al 1° de mayo como día de los trabajadores en memoria de los Mártires de Chicago, pero aplicable y en recuerdo a todos los trabajadores que, en condición de libres, lucharon algún día por sus derechos.

Todo comenzó en Estados Unidos, a fines del siglo XIX, las fabricas estadounidenses contrataban a obreros mal pagados, quienes cumplían su función en pésimas condiciones y trabajando hasta 16 horas por día. En 1868, como antecedente, el entonces presidente de los Estados Unidos Andrew Johnson promulga la llamada ley “Ingersoll”, donde se establecía una jornada laboral de 8 horas diarias. La norma no tuvo el efecto esperado, fue negada por los empresarios y al poco tiempo volvieron las jornadas extensas.

Un 1º de mayo de 1886, luego de 20 años y como consecuencia, una ola de huelgas sacudió el territorio de EEUU. 5.000 empresas quedaron paralizadas, unos 340.000 trabajadores se movilizaron al grito de “8 horas para trabajar, otras 8 para descansar y otras 8 para lo que queramos”.

En Chicago ocurrió el impacto más grande, la totalidad de las fabricas cerraron, los ingresos a la ciudad se clausuraron y alrededor de 80.000 de obreros colmaron la Av. Michigan exigiendo una reducción de la jornada laboral y mejoras en la condición de trabajo.

A horas de la primer manifestación, en una de las fabricas de la localidad, ocurrió un enfrentamiento: un grupo de uniformados disparó sobre una gran multitud de trabajadores. Como consecuencia del grave incidente, seis trabajadores perdieron su vida y los heridos fueron varios.

Los dirigentes sindicales convocaron a una nueva manifestación en la Plaza Haymarket. En la tarde del 4 de mayo de 1886, frente a miles de concurrentes hablaban August Speis, Albert Parsons y otros lideres cuando, de pronto, policías fuertemente armados ingresaron a la plaza. Los manifestantes les respondieron que se trataba de una manifestación legal y pacífica. A los minutos, una bomba explota entre la fila de los uniformados, matando a un policía y dejando heridos. Inmediatamente, los guardias abrieron fuego sobre la multitud que huía del lugar, quedando un saldo de 38 civiles muertos y más de 200 heridos.

Los dirigentes fueron detenidos y los represores allanaron la mayoría de los domicilios, deteniendo a un gran centenar de huelguistas. En Chicago fue declarado el estado de sitio y los periódicos pedían la muerte de los manifestantes que se expresaban libremente por sus derechos.

Todo lo ocurrido concluyó en un juicio, muchos pidieron que se ahorcará a los revoltosos y la pregunta del millón fue: ¿quién tiró la primera bomba?

El resultado final o veredicto no sorprendió a nadie: pena de muerte para August Speis, Albert Parsons, Adolph Fischer, Louis Lingg, Michael Schwab, George Engel, Oscar Neebey y Samuel Fielden. La respuesta final fue: “Los colgaremos, son hombres demasiado inteligentes y peligrosos para nuestros privilegios”.

Hubo manifestaciones de protesta en Estados Unidos y en todo el mundo, pero de nada sirvió, la ejecución fue fijada para el 11 de noviembre de 1887.

Al aproximarse la fecha, se resolvió que Fielden, Schwab y Neebey reemplazarían su castigo por cadena perpetua. Lingg apareció muerto en su celda: el día anterior a cumplir la pena de muerte decidió suicidarse, haciendo estallar dinamita en la boca.

La ejecución de los restantes cuatro mediante la orca tuvo lugar en la cárcel de Chicago, mientras sonaba La Marsellesa, en aquel entonces himno del movimiento revolucionario. Mientras los encapuchaban, August Speis habló por última vez: “Llegará un tiempo, en que nuestro silencio será mas elocuente que las voces de los que hoy ustedes estrangulan”.

Los mataron y fueron enterrados. El recuerdo siguió y seguirá vivo, en cada trabajador que dejó y dejará su marca de lucha en la historia.



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