"La venezolana"

Por Fátima Barrutta

A veces la sociedad muestra intolerancia y discriminación

Siempre se discute si la violencia inusitada de los intercambios verbales en las redes -sobre todo en twitter- refleja o no en forma acertada el deterioro de la convivencia. Algunos creen que se trata de un micromundo militante, despegado de la realidad, plagado de trolls anónimos y rentados que responden a estrategias de comunicación sucia. Esto puede ocurrir en parte. Pero también creo que, en su divisionismo casi siempre hostil, las redes no dejan de evidenciar lo que siente nuestra sociedad en forma soterrada.

El anonimato de muchos de los opinantes (sumado a la cara descubierta de otros que se enorgullecen de sus sectarismos) hace aflorar lo peor de los sentimientos y valores ocultos de las personas. Y es muy importante tenerlo en cuenta, porque de alguna manera esos contenidos silenciados en la vida pública y vociferados en las redes expresan puntos de vista que persisten en nuestra sociedad, a pesar del ropaje políticamente correcto que los enmascara.

Algo de esto pasó con la numerosa condena que tuvo en twitter el nuevo programa televisivo de canal 4, que conduce Ignacio Álvarez.

No estamos aquí para defender esa propuesta periodística, que es en sí misma opinable y sobre la que son respetables las distintas visiones.

Sí nos preocupó y mucho la manera como fue insultada y vituperada una comunicadora que hizo sus primeras armas televisivas en ese programa.

Las razones fueron, ni más ni menos, dos: su manera de vestir y su nacionalidad venezolana.

Respecto a lo segundo, se multiplicaron mensajes en las redes protestando porque el canal le daba oportunidades a una inmigrante en lugar de a una periodista uruguaya. Un desborde xenófobo y chauvinista más propio de los nazis que de una sociedad como la nuestra, de puertas abiertas a la inmigración y, más aún, de un perfil tolerante y progresista delineado gracias al aporte de las corrientes migratorias europeas que tanto la enriquecieron social y culturalmente. Una lee esos comentarios y siente que algo se ha perdido del país modelo y la sociedad integrada construidos por José Pedro Varela y José Batlle y Ordóñez.

Pero eso no fue todo: las redes supuraron también odio y menoscabo hacia la joven comunicadora venezolana, por su forma de vestir y la belleza de su figura. En un país supuestamente "inclusivo" donde la actual oposición se preció durante quince años en el gobierno de defender los derechos de las mujeres y las minorías, ahora resulta que hay hombres y mujeres que califican de "prostituta" a una muchacha joven por su forma de vestir o sus expresiones de simpatía ante las cámaras de televisión. Qué lamentable. Cuánta mediocridad. Leyendo muchos tuits que la insultan de manera asquerosamente escatológica (a los que se sumaron posteos de lectores en las publicaciones digitales que comentaron el programa), se llega a la dolorosa conclusión de que el supuesto país inclusivo y tolerante que el Frente Amplio vendió como un logro propio es solo una cáscara, una careta que, en circunstancias tan sencillas como estas, se cae sola, mostrando el verdadero rostro de la sociedad, desagradablemente machista y discriminador.

Es curioso además que los insultos son inmediatamente partidizados: aparecen los derechistas que condenan a la muchacha por su nacionalidad, en ese estúpido prejuicio que insiste en que los inmigrantes llegan a quitar trabajo, en lugar de hacerlo para aportar sus talentos y culturas. Y están también los izquierdistas que critican esa misma condición por el hecho de que la comunicadora haya huido del supuesto paraíso socialista de Nicolás Maduro, un gobernante autoritario que reprime a su propio pueblo y ha provocado que millones de venezolanos, como ella, se hayan visto obligados a abandonar su tierra. Unos y otros, derechistas e izquierdistas, la injurian por ser mujer, hermosa y elegante. Es la clase de odio irracional que alienta los autoritarismos y la pérdida de libertad.

Ojalá se trate, como dicen algunos, de un micromundo que en nada representa a la sociedad real. Tiendo a creer lo contrario: son el emergente de un terrible deterioro cultural que dejaron sembrados los quince años de una hegemonía cultural divisionista, soberbia y prepotente.

El gran desafío de la coalición republicana es ese: dar vuelta esa negra página y recuperar un Uruguay tolerante y culto, con todos y para todos.




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