La mujer en Uruguay

El avance de los derechos de la mujer en Uruguay, es una constante desde principios del siglo XX. Aún queda terreno para avanzar, pero en el campo de la cultura y la psicología social antes que en el terreno jurídico.

El 1º de febrero pasado asumió la presidencia de la Suprema Corte de Justicia la Dra. Elena Martínez, una magistrada de sólida carrera judicial. No es casualidad que así sea, porque hoy el Poder Judicial tiene mayoría femenina entre sus jueces. Al término de la ceremonia, se realizó la revista militar que el batallón histórico de Zapadores realiza tradicionalmente, y al frente estaba una joven oficial del Ejército. Es la consecuencia de que en la segunda Presidencia del Dr. Sanguinetti se abrió la Escuela Militar, tradicionalmente masculina, a la opción femenina.

Este episodio es revelador de una larga evolución, que muestra el espíritu de una sociedad uruguaya que, lejos de ser insensible, ha sabido avanzar, trabajosamente en algunos momentos pero con persistencia, para igualar los derechos y posibilidades de los dos sexos del género humano.

Recordemos que en los años fundacionales del Batllismo se estableció la licencia maternal (1906) y se dispuso que el 10% de la administración publica debía estar integrado por mujeres (1910). Las primeras en ingresar al Estado fueron funcionarias de Correo, pioneras entonces pero testimonio de esa voluntad afirmativa.

El divorcio por causal y el de sola voluntad de la mujer (1912) se vivieron en aquellos años como pasos emancipadores de la condición femenina. Fue la primera gran discriminación positiva, como ahora se dice. Y no fue sencillo, porque hubo una muy fuerte oposición de sectores católicos que defendían la indisolubilidad del matrimonio. Ya entonces se discutía sobre lo que significaba abrir un derecho sin violentar la conciencia de aquel que tenía otra idea. Nadie estaba obligado a divorciarse, pero ¿por qué no establecer esa salida para una situación insoportable?

En la misma línea, la investigación de paternidad, aun para un hombre casado, fue también un paso fundamental en este proceso.

La Universidad de Mujeres, luego Instituto Batlle y Ordóñez, fue una revolución. Hoy parece anacrónico, pero en aquel tiempo el hecho social era que los padres no concebían que sus hijas avanzaran hacia el mundo universitario. No las enviaban a Secundaria. Había que establecer un ámbito estimulante que sin duda cumplió un rol de gran significación.

Tanto Batlle como Baltasar Brum fueron activos propagandistas de esos esfuerzos, y de la posibilidad del voto universal. Como se sabe, Don Pepe escribía artículos —bajo el seudónimo de Laura— como si fuera una mujer, con rotundos argumentos en contra del criterio desvalorizador de sus capacidades. El voto llegó en 1932 y en 1946, la ley promovida por la Senadora colorada Dra. Sofía Álvarez Vignoli de Demicheli (muy injustamente olvidada), igualó los derechos civiles, con un sabia norma que, con muy buena técnica legislativa, permitió un notable desarrollo, al modificar tácitamente toda norma discriminatoria.

Los hechos fueron luego hablando. Adela Reta fue la primera mujer catedrática de la Universidad. Alba Roballo la primera Ministro. Y así se ha llegado a que hasta un poder del Estado, como el Judicial, tiene amplia mayoría de juezas. Paralelamente, se advierte en la educación superior que, salvo en la Facultad de Ingeniería, la mayoría es femenina, tanto en ingresos como egresos. Ello asegura un avance cierto. Esto es fundamentalísimo, porque los cuadros profesionales del país, en todos los ámbitos, públicos y privados, van a mostrar progresivamente una nueva realidad

Por estas razones es que no tienen lógica los arrebatos radicales, que lejos de abonar por la buena causa, generan reacciones negativas. Las agresiones a la Iglesia del Cordón, por ejemplo, el día de la manifestación del 8 de marzo, fueron un punto en contra. Los excesos del llamado “lenguaje inclusivo” llevan en Francia y España a reacciones muy fuertes de sus academias y del mundo literario, que queda hipotecado en sus posibilidades idiomáticas.

Donde el tema realmente es dramático es en la violencia doméstica y el llamado “feminicidio”, o sea el asesinato de unas mujer por su cónyuge o pareja. Esto es tremendo. En nuestro país estamos viviendo una epidemia y ello impone a la sociedad entera un gran esfuerzo cultural, que empieza en el hogar, sigue en la escuela y en todos los ámbitos de la vida social. Del mismo modo, es también importante que el machismo doméstico vaya equiparando las responsabilidades en el hogar, aun afectadas por un gran desnivel en perjuicio de la mujer.

La otra batalla es la laboral, que pasa por las remuneraciones y el acceso a ciertos cargos. Si las mujeres pueden ser jueces y tener en sus manos la vida y el patrimonio de la gente, es obvio que pueden llegar a cualquier lugar, en el ámbito público o privado. Sin embargo, los hechos dicen que aún se está lejos y que la maternidad aparece como un escollo, no siempre invocado expresamente, pero real, para alcanzar los niveles gerenciales.

La cuestión está en el mundo y también entre nosotros. Cada país tiene sus particularidades. El Uruguay también. Del punto de vista oficial, legal, de los valores cívicos, está asumida la igualdad de oportunidades. En los hechos, como vemos, no es así y compromete incluso valores esenciales como la integridad física. Allí hay que concentrar el esfuerzo. Que requiere de una gran constancia porque no hay nada más persistente que la psicología de los pueblos y es en este territorio donde se libra esta milenaria batalla.



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