Hay que atreverse a los algoritmos

Los desafíos tecnológicos del nuevo mundo obligan a los adultos a preguntarse por qué las generaciones pasadas no tuvieron gusto por las cuestiones algebraicas y los algoritmos, afirma en un interesante artículo de opinión el columnista de La Nación José Claudio Escribano. Reproducimos acá esa nota.

Ya es demasiado tarde para preguntarnos qué habría sido de nosotros si hubiéramos sentido en la adolescencia, como tantos otros estudiantes, menos aversión por los problemas algebraicos. En ese nudo se atragantó alguna incipiente voluntad de resolverlos. Ahora hay que aprovechar el tiempo a favor de los que afluyen a fin de inculcar en la gente joven, en los educadores, en los congresistas y en las empresas un interés acuciante por lo que antes desdeñábamos.

Los fenómenos digitales están determinando aspectos vitales de nuestras vidas. Un nuevo algoritmo y con él una novedad que habría sido una hipótesis inverosímil hasta ayer nomás. Pese al luminoso camino recorrido en esta disrupción con el pasado reciente, es posible que nos examinen en el futuro como sujetos cuyas existencias se desenvolvían en la edad de piedra de la nueva era. ¿Cómo desentendernos, así, de que la capacitación en la ciencia algebraica ha propulsado a la más grande de las revoluciones de la humanidad desde la revolución industrial, a comienzos del siglo XIX, y de que le quedan todavía otros frentes por conquistar? No ahorremos llamados a chicos y chicas con la señal de cuántas oportunidades creativas puede franquearles la ardua matemática, en la que indios y paquistaníes sobresalen con sus notas en colegios y trabajos, como saben en Silicon Valley.

Nos reunimos aquí, en Puerto Rico, en la 17 ava versión del Foro Iberoamérica. Lo fundó y estimuló con su sano histrionismo, su calidez y su gigantesca cultura el escritor mexicano Carlos Fuentes. El autor de Aura murió en 2012. Sus viejos y nuevos amigos de España, de Portugal y de muchos países latinoamericanos proseguimos los encuentros que él tonificaba año tras año. Bastaba con la magia de su sola presencia para lograr lo que ahora cuesta más, aun cuando a esta altura contemos con un premio Nobel, como Juan Manuel Santos, o con Antonio Guterres, el próximo secretario general de las Naciones Unidas. El foro aterrizó esta vez en este Estado asociado a los Estados Unidos. Se trataba de debatir un gran tema de actualidad: "Migraciones e identidad".

Uno puede elegir como siempre cualquier asunto para examinar en paneles y potenciar después lo que se argumente en ellos con aportaciones de mayor amplitud colectiva. Puede uno decidir, por ejemplo, que se hable de migraciones, de identidades nacionales o de gobernabilidad en un mundo en que se controvierten, entre los traqueteos sociales a la moda, hasta las viejas fórmulas de representación política. Puede hablarse al mismo tiempo de las derivaciones genéticas que acarrean los cruzamientos de etnias por la traslación de inmensos contingentes de personas de unas regiones a otras. Todo eso puede hacerse, como es lógico, pero será útil saber que si se va a hablar, como en esos casos, de catalizadores radicales en las sociedades contemporáneas, en algún momento emergerán los algoritmos como estrellas fulgurantes de la época que vivimos. Hoy, casi no se pueden abordar las consecuencias de esas mudanzas sin implicar a los algoritmos. Afloran por todas partes. Así ocurrió en el Foro de Puerto Rico.

Las migraciones constituyen uno de los asuntos de más intenso impacto mundial en estos días, con millones y millones de seres impelidos a desplazarse a lugares más seguros que el de los hogares que se abandonan. En tan desconsolador cuadro, se huye en general sin más tenencias que lo que se lleva puesto. La inmigración contemporánea alcanza la friolera de 240 millones personas, o el 3% de la población mundial. En el éxodo, muchísimos han pugnado por alejarse de teatros bélicos o ponerse a salvo de persecuciones raciales o religiosas, de hambrunas y desempleo. Son los que llegan desesperadamente a Europa desde el Cercano Oriente, el Magreb o el África de la más acentuada negritud. Invocan derechos humanos inalienables. Nadie osaría rechazarlos si la proclamación formal de principios nunca entrara en conflicto con la realidad concreta de los hechos y la oposición de otros derechos en sufrimiento. Cuando eso sucede, como acontece hoy en Europa, se observan sociedades divididas por el miedo a que el flujo caudaloso de la inmigración incesante y de hábitos diversos fracture sistemas milenarios de valores sobre los que ellas se asientan.

Tensión dramática entre derechos que en momentos álgidos se desalinean, y con olvido, por temores ancestrales, de que hay una casa más, "la casa común", de la que habla la última encíclica papal, Laudato si'. Entre la palabra de Bergoglio y la de un influyente financista español que se hace oír en el foro hay diferencias obvias, aunque no necesariamente incompatibles: en una Europa que envejece y se resiste a aumentar la edad jubilatoria, los sistemas de pensión quebrarían sin los inmigrantes que a regañadientes se reciben. "¿No aprendimos por la Historia que quienes emigran son los mejores, los más arrojados y los dispuestos a soportar inmensos sacrificios?", dice el orador. Por comparación, una de las esperanzas en el futuro de América latina radica en que su población es joven.

Puerto Rico, que nos acoge, es, como pocas otras, tierra de diáspora: 3,5 millones de portorriqueños viven en la isla, pero 5,3 millones se concentran en Nueva York, Nueva Jersey y Florida. Su situación se parece a la de Irlanda de fines del siglo XIX, cuando por hambre perdió la mitad de la población, que se dispersó por el mundo.

Cuando la emigración de latinoamericanos a los Estados Unidos se estudia desde la perspectiva de los flujos de dinero, lo primero que salta a la vista es la magnitud de las remesas a los respectivos países. Su total es de 77.OOO millones de dólares al año. Para países como Guatemala y Honduras, las remesas importan más que las inversiones directas.

Las migraciones exponen las situaciones más críticas en esta hora en que el inconformismo adquiere en todos lados relevancia. En Europa, desde luego, pero qué decir de los Estados Unidos, tanto con Trump, que está destruyendo el Partido Republicano -nada menos que al partido de Lincoln-, como antes, en el Partido Demócrata, la protesta se proyectaba en la candidatura del senador Bernie Sanders, un postulante presidencial a quien halagaba que lo llamaran socialista. Las sociedades están exteriorizando opiniones y sentimientos de modos distintos de como lo hacían hasta hace poco. Ni siquiera pueden predecir su comportamiento los especialistas que ganan el sustento diario con sondeos profesionales de opinión. Nunca han afrontado tantos infortunios -con el Brexit, con el plebiscito en Colombia- como en los últimos tiempos, o nunca les han pasado cuentas tan abultadas como ahora.

"¿O es que los encuestadores ya no examinan las vísceras de los pollos? -se preguntó el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti-. Lo hacían en Roma los augures para anticipar la voluntad de los dioses. A la globalización le están explotando por todos lados los particularismos locales."

Sanguinetti descree de que la democracia esté en crisis, pero sí sus instituciones. ¿Por qué habrían de salvarse si van tan a la zaga de las nuevas tecnologías, empujadas a todo viento por los expertos en algoritmos, tan adinerados hoy ellos y sus empresas como hace un siglo los dueños de acerías y ferrocarriles?

Los algoritmos están trastocando todo, incluso en sus esencias. Google, como se hizo notar en el panel sobre el futuro de la región, no tiene un solo mapa, y aun así, acudimos a Google cuando queremos conocer el planeta en la pormenorización de continentes, mares y océanos, o cuando procuramos interiorizarnos de la ubicación de una finca rural o de la de una casa perdida en algún conglomerado urbano. ¿Ignoramos que Facebook, el medio de mayor talla mundial, carece de una redacción propia y desconoce lo que es pagarle el sueldo a un modesto reportero?
No termina allí la retahíla de ejemplos paradigmáticos del nuevo mundo. YouTube, la más difundida de las marcas televisivas, dijo Sanguinetti, no ha tenido necesidad de pedir permiso a nadie para llegar adonde se le ocurra ni está sometida a regulación alguna como el resto de los canales o emisoras radiales que actúan en la legalidad. Y Uber, ese fenómeno extraordinario que ha enloquecido a los taxistas e interpelado el porvenir de éstos y de sus sindicatos, no dispone de flotas de vehículos; tampoco de un solo automóvil ni de una bicicleta, y a pesar de eso ha introducido a escala mundial novedades descomunales en el transporte urbano.

Como conjunto ordenado de operaciones destinadas a hallar la solución de un problema, los algoritmos deben su nombre a un célebre matemático del siglo IX. Sobre su lugar de nacimiento ha habido interminables polémicas; no en cuanto a que es hijo de la civilización que nunca ha estado tan presente, como en el siglo XXI, y por contradictorios motivos, en los avatares del mundo occidental. Ese matemático fue Muhammad ibn Müsa, con cuyo apelativo de al-Jwarizmi fueron bautizados en lengua española los algoritmos. Se ha discutido por siglos si ese matemático brillante nació en Bagdad, en lo que es hoy Irak, o en algún lugar de Uzbekistán. El asunto se encuentra tan privado de acuerdos como la compleja cuestión de establecer si ha llegado la hora de que Occidente pida al islam, de modo formal, que condene a quienes lo invocan con fundamentalismo tan obcecado como violento. ¿Sería injusto, sería posible?

Lo indudable, en todo esto, es la magnitud de los beneficios que aportaría a más individuos de las generaciones emergentes desatar a tiempo el nudo prejuicioso que en generaciones pasadas ahogó la comprensión, y hasta el placer, por las cuestiones algebraicas. Quienes a eso sumen talento podrían generar innovaciones como las del genio de quienes han modificado radicalmente, en apenas unas décadas, nuestra vida cotidiana.

Así las cosas, resígnense los adultos a que una sola reflexión apropiada sobre el origen y la potencialidad de esas tabletas electrónicas que hijos y nietos retienen a toda hora en las manos, puede compensar en ellos algo de lo valioso que en otros órdenes se pierden en medio de tanto ensimismamiento.



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