El precio de la Independencia

Con ese título, el doctor Julio María Sanguinetti publicó una columna histórica en El País de Montevideo que nos interesa reproducir.

En abril de 1828, hace exactamente 190 años, el general Fructuoso Rivera invadió las Misiones Orientales, originalmente españolas y de dominio portugués desde 1801.

Fue un acto de audacia, "una hazaña fulgurante", como dice Luis Alberto de Herrera. Rivera estaba en desgracia. Después del desembarco de los 33 Orientales al mando de Lavalleja, los dos "compadres" marcharon juntos: Lavalleja siguió de Jefe y Rivera de segundo. Así llega al 25 de agosto, en que se proclama la independencia y la reincorporación a las Provincias Unidas, rápidamente aceptada por Buenos Aires. Consecuencia inevitable, el Imperio declara la guerra ante la "agresión" por el intento de segregarle la "provincia cisplatina". Juan Antonio es el Gobernador, Fructuoso el Inspector del Ejército. Los brasileños ponen a precio sus cabezas.

Don Frutos se luce en la batalla del Rincón (24 de septiembre), donde deja sin caballadas al ejército brasileño y que será derrotado el 12 de octubre, en Sarandí. Allí estaban todos: Lavalleja, Rivera, Oribe y Flores. Recién con estos triunfos, Buenos Aires se empeña en ayudar a la Provincia Oriental, que estaba demostrando su capacidad militar. Así se forma el gran ejército "republicano" al mando del General Carlos Alvear, que el 20 de febrero de 1827 se enfrenta en Ituzaingó a los imperiales. Fue la llamada "batalla de las desobediencias" porque el mando del general porteño, gran militar pero poco querido, fue constantemente desobedecido. De cualquier manera, se logró que el ejército imperial se replegara, derrotado pero intacto en su estructura.

Don Frutos ya no estaba. Se había vuelto a distanciar de su compadre. El motivo era siempre el mismo: aceptar o no que la fuerza oriental fuera comandada por un porteño y perdiera individualidad, como en su tiempo Artigas se enfrentó a Sarratea. Ahora era el General Martín Rodríguez que disolvía los Dragones Orientales, comandados por Rivera. Los orientales tenían claro que en aquel mundo de imperfección institucional, un grupo de ellos armados era la sola "patria" posible.

Don Frutos se refugia en Santa Fe, apoyado por Estanislao López. Desde allí intenta reiteradamente arreglar su situación con Lavalleja y lograr apoyo para su plan de reconquista de las Misiones, que según su idea era el único modo de doblegar la intransigencia del Imperio a abandonar la Cisplatina. Había que llevarle la guerra a su territorio y salir de la paralización en que estaban los dos ejércitos. No se le entiende y hasta se le declara "traidor" por el presidente de las Provincias Unidas, Bernardino Rivadavia.

Entonces se lanza solo a la aventura. Tampoco Manuel Dorrego, que había sustituido a Rivadavia, comprende la estrategia. El caudillo oriental vuelve entonces a su patria a buscar alguna gente y en la noche del 20 al 21 de abril de 1828 fuerza el Paso del Ibicuy y avanza en territorio brasileño. Lavalleja le manda perseguir por Oribe, que abandona la persecución cuando Bernabé Rivera lo convence del espíritu patriótico de la operación. Mientras tanto, el avance se hace incontenible y las fuerzas de Rivera van recogiendo miles de adhesiones. El presidente de la Provincia de San Pedro, se dirige al Vizconde de la Laguna : "La audacia de Fructuoso; el terror que ha encendido; su súbita invasión, su aparente moderación, la prédica revolucionaria; el conocimiento que tiene de toda nuestra gente y la posición que ocupa, todo lo torna un enemigo peligrosísimo; y tengo por cierto que si V.E. no se digna mandar Infantería en apoyo de las insignificantes fuerzas que defienden la Frontera de este lado, él puede penetrar por el Oeste o por el Norte, tomar la villa de Río Pardo; y aún llegar hasta Porto Alegre, luego que reciba algunos refuerzos". El presidente tenía razón: ese era el plan.

Mientras Rivera organizaba autoridades de la provincia al modo artiguista, cambia radicalmente la opinión en Buenos Aires. Cuando Pozzolo le entrega a Dorrego la bandera imperial conquistada, el gobernador de Buenos Aires marcha hacia la Catedral en son de victoria, reivindica a Don Frutos y termina dándole la jefatura del Ejército del Norte.

Interín, seguían las tratativas de paz. Ya Rivadavia había hecho un intento que le costó el gobierno. Dorrego ahora estaba en lo mismo y había enviado a Guido y Balcarce a Río de Janeiro para arreglar de cualquier manera: "No hay un fusil, ni un grano de pólvora, ni con qué comprarlos", les dice.

Buenos Aires estaba exhausta económicamente. El Imperio temió una insurrección en todo Río Grande, donde Rivera era también caudillo. Lord Ponsomby, el mediador inglés (designado a pedido de las dos partes) ayuda a que se suscriba la Convención Preliminar de Paz el 28 de agosto de 1828. Ésta suponía devolver las Misiones, que de mala gana entregó Rivera, a cambio de nuestra independencia. Ratificada que fue la Convención, se instala el primer gobierno patrio, se sanciona la Constitución y en 1830 asume Rivera la primera presidencia.

Culminaron así 17 años de lucha de los orientales. Lucha con los de Buenos Aires, con los portugueses, con los brasileños. Había una nación, que desde el Éxodo, había testimoniado su voluntad de gobernarse a sí misma. "Los pueblos no se decretan, se forjan. Y el nuestro no saldría, ni salió, de las carteras diplomáticas", señalaba Herrera. No era un invento británico, como suele decirse con ignorancia de esa historia. La campaña de las Misiones es el ultimo eslabón de esa notable gesta, que aportó el precio con el que se pagó nuestra libertad.



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