El otoño del patriarca

Por Fátima Barrutta

Utilizo el título de esta inolvidable novela de García Márquez para reflexionar sobre el cambio que se avecina en el país. Una reflexión que es también una celebración de la democracia, ese sistema de gobierno que, para Churchill, es "el peor, a excepción de todos los demás", y que permite que quienes se creen dueños del poder, descubran de pronto que no lo son. Que son sus inquilinos. Que estaban allí porque la ciudadanía les confirió ese honor, pero esa misma ciudadanía los puede sacar. Y los saca.

Hoy vemos a las autoridades del Frente Amplio reaccionando de modos desiguales a la transición. El gobierno saca "ventajitas", designando generales en sus últimos meses de gestión, o congelando injustificadamente las tarifas de los servicios públicos, para que a la pesada herencia del déficit fiscal, el gobierno electo deba sumar un desajuste tarifario que lo obligue a comenzar aumentándolas.

Por su parte, Daniel Olesker sigue agitando fantasmas (como si tuviera que continuar mintiendo para convencer a los votantes, como si la elección no hubiera acontecido ya), ahora promoviendo la "resistencia", la "lucha" ante la supuesta pérdida de derechos adquiridos. La parte más terrible del video que Olesker compartió en redes sociales es cuando compara esa lucha que para él se avecina, con la del pueblo contra la dictadura. Alguien tiene que explicarle al senador electo que Lacalle Pou fue elegido por voto popular, una práctica que se ve que los marxistas-leninistas que integran su retrógrado Partido Socialista, no entienden del todo.

Y en ese cóctel explosivo, una horda de 200 muchachos anduvieron en la madrugada del domingo, a los cadenazos, rompiendo todo lo que encontraron a su paso en las inmediaciones de Kibón, donde se había celebrado un pacífico y tolerante acto de la coalición multicolor. Puedo dar fe de esos desmanes, porque vivo en la calle Marco Bruto, y mi auto fue uno de los vandalizados por esa turba, que coreaba consignas contra el presidente electo.

Pero no hay que darle a estos sinsabores más valor del que tienen.

Son los estertores de una ideología que se creyó dueña de las conciencias de los uruguayos. Hoy sus defensores comprueban que los cerebros de los compatriotas no son lavables y que, como decía el dictador Lorenzo Latorre, los uruguayos somos "ingobernables". Sí: cuando nos quieren patotear, somos ingobernables. Cuando pretenden instalarnos su software de pensamiento único, somos ingobernables.

Por eso, los patriarcas que creían tener el poder absoluto, ahora descubrieron que les llegó el otoño.

Y la libertad del ciudadano brilla al sol.



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