El gobierno en disputa

Por Santiago Torres

La fractura en el oficialismo nos muestra un gobierno sin rumbo y a los tumbos.

Acuñada por el Partido Comunista durante el primer gobierno de Vázquez, la expresión “gobierno en disputa” hacía referencia a la evidente disputa entre dos grandes bloques dentro del Frente Amplio: uno de naturaleza “socialdemócrata” (no olvidar el profundo desprecio de los comunistas por la socialdemocracia en tanto engañifa burguesa para anestesiar al proletariado y, de ese modo, perpetuar la explotación capitalista) y otro “popular”, que apunta a la construcción del socialismo, el —para ellos— de verdad y no su parodia burguesa.

Lo del “gobierno en disputa” siempre molestó a muchos dentro del Frente Amplio porque, de alguna forma, estaban expresando que en el Frente Amplio —y el gobierno— también había (hay) lucha de clases: los representantes de la burguesía contra los representantes del proletariado. Y vaya si semejante imputación se vive con culpa en el seno de la izquierda.

De afuera, de una forma u otra todos también compramos esa visión de los dos bloques, aunque visto desde una perspectiva bien diferente a la de los camaradas locales: un bloque —digamos— democrático y que mantenía las grandes líneas que venían de antes en materia económica: respeto a la economía de mercado y al derecho de propiedad, fomento de la inversión privada, sensatez fiscal, etcétera, etcétera…

Pues bien, es evidente que un disputa efectivamente hay y en este período de gobierno se hizo más evidente que nunca por un motivo claro: se terminó la farra. Y mientras uno de los bloques entiende que hay que procesar la resaca de la mejor forma posible, el otro dice que para la resaca no hay mejor remedio que seguir dándole a la botella.

Advierta el lector, sin embargo, que en realidad ambos bloques —hoy más enfrentados que nunca— coincidieron, con apenas matices, en mandarse (y mandarnos) la gran mamúa en el decenio de viento de cola. Me permito recordar una vez más que fue el “sensato” Astori quien inventó aquello de los “espacios fiscales”, que en realidad eran inexistentes, porque no era que hubiera habido recaudación “de más” sino que como tenían previsto gastar 100 en un año y gastaron 60, eso permitía gastar 40 más en el año siguiente. Y eso se hacía emitiendo deuda. La diferencia es que los otros, los “populares”, reclamaban que se gastara 200 adicionales. Y en la cuota de poder que manejaron durante el mujicato, así lo hicieron y por eso el desquicio de ANCAP, por ejemplo.

Pero en ambos bloques estaba bien presente la idea básica de que “mientras haiga, que le dean”. Y tiene su lógica: está inscripto en su ADN eso que he dado en llamar la fe en el poder taumatúrgico e intrínsecamente virtuoso del Estado. Lo demás es cuestión de grados.

Pero, como señalé antes, el viento cambió de orientación, empezó a soplar de frente, los cajones de whisky se terminaron y —peor— empezaron a llegar las facturas. En el medio hubo una campaña electoral en que, juntitos, prometieron que seguiría habiendo whisky para todos y todas, pese a que se veía que la billetera estaba cada vez más flaca. Ellos igual sostenían que eso era una pamplina alarmista de la oposición, que plata para más fiesta había. Cuando asumieron en marzo, sin embargo, vino el chucho y, de a poquito, los del “bloque sensato” entraron a confesar la verdad: la billetera estaba raquítica. El show de platitos chinos con que se amenizaba la fiesta del decenio anterior, fue imposible de mantener y los platitos terminaron en el piso.

Así las cosas, empezaron a pasarnos las facturas de la fiesta. De a poco: un día un tarifazo, otro día unas pautas salariales diseñadas para que hubiera pérdida de salario real, luego un insólito presupuesto a dos años, después otro tarifazo y ahora un ajuste fiscal en la rendición de cuentas, sin contar futuros nuevos ajustes y el aderezo de las expediciones de pesca de la DGI.

Semejante menú, además de caer muy mal en la gente, es intragable para el bloque de los “los populares” (salvo lo de la DGI), que por ello se le ha puesto de punta al bloque de “los burgueses”. Al punto que, luego de que Vázquez —sin la presencia de Astori aunque muy probablemente con su aquiescencia— pactara con los sectores del FA una versión más flexible del ajuste, la mayoría de la bancada oficialista se rebelara por postergaciones en el gasto de la UdelaR y la ANEP, obligando al Poder Ejecutivo a allanarse de algún modo y encontrar una nueva fórmula que dejara satisfechos a los “populares”.

Hace unos meses, apenas, señalé en este mismo espacio que “la fractura del oficialismo no es un mero problema político con eventuales consecuencias electorales, no importa cuáles. Tiene un directo efecto sobre la economía, que navega entre discursos pomposos y una ejecutoria incierta, sin rumbo, que oscila entre algunas medidas prudentes y sensatas y otras que son concesiones a los otros sectores del FA, que terminan neutralizando a las primeras”.

Eso es lo que estamos presenciando. Al momento de escribir estas líneas, la bancada de diputados del Frente Amplio pasó a un cuarto intermedio para negociar internamente la nueva fórmula. Sea cual fuere el resultado, empero, casi seguro va a haber un daño político. Si la fórmula supone una reculada del gobierno, éste saldrá malherido. Y si —aún peor— los diputados rebeldes no votan los polémicos artículos, habrá sido derrotado por su propia bancada, súbitamente convertida en oposición. El margen de incertidumbre sobre el rumbo del gobierno se habrá ampliado en cualquiera de las dos hipótesis. Sólo puede haber empate si la formulita mágica no altera los números finales del gobierno (ya de por sí inciertos).

Si hay algo peor que un gobierno con mal rumbo, es un gobierno sin rumbo. Es lo que pasa cuando se tiene un gobierno en disputa.



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