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Paran para aplaudir al Frente

El PIT-CNT anunció con bombos y platillos su primer paro general parcial del gobierno. ¿La consigna? Acabar con el “modelo de desigualdad” que, según dicen, heredamos de la Coalición. El problema es que ahora gobierna el Frente Amplio, y el paro es –literalmente– para apoyarlo. Se suspenden actividades, se castiga al trabajador, se complica al productor, se interrumpe el servicio público… para respaldar al patrón político. Es la definición perfecta del sindicalismo ideológico servil.
Mientras proclaman una cruzada contra la desigualdad, los sindicatos frenteamplistas son protagonistas de una ola de conflictos que está llevando al país de nuevo a un estado de asamblea. En el sector de la pesca, los paros y bloqueos se han vuelto permanentes. En la industria láctea, los enfrentamientos entre gremios y empresas como Conaprole y Claldy no cesan. Reclaman todo. Dialogan poco. Y en cuanto pueden, recurren a la extorsión de siempre: trancar el país. Todo esto, en nombre de una lucha que ya ni ellos pueden explicar.
Pero lo que más desconcierta es la falta absoluta de autocrítica. El paro del PIT-CNT no es para exigir al gobierno mejores políticas. Es para hacerle la segunda. Para legitimarlo. Para brindarle una supuesta cobertura popular que se desmorona en cuanto se ven los piquetes, las plantas bloqueadas y los trabajadores rehenes del conflicto.
El país, mientras tanto, observa. Ve que los líderes sindicales que antes levantaban el puño contra los gobiernos “neoliberales”, hoy reparten justificativos cuando el caos lo provoca su propio gobierno. Dicen que luchan contra la desigualdad, pero no dicen nada cuando se suben los sueldos a los gerentes de ASSE. Denuncian la precarización laboral, pero se callan cuando los paros arbitrarios echan por tierra la producción de miles de trabajadores del interior. Hablan de solidaridad, pero no mueven un dedo por los que pierden jornales por decisiones caprichosas.
Es que para esta nueva izquierda sindicalizada, la desigualdad no es que alguien no pueda trabajar. Es que el gobierno no tenga el monopolio absoluto del relato. Por eso les molesta que se critique. Por eso atacan a quien se atreve a señalar los desastres que están dejando en cada rincón donde gobiernan. Hoy lo que vemos no es un movimiento sindical fuerte. Vemos una sucursal más del oficialismo, que en lugar de representar a los trabajadores, le rinde obediencia ciega al gobierno del Frente.
Y mientras tanto, el país vuelve a tropezar con los mismos errores de siempre. Con sindicatos radicalizados que creen que gobernar es controlar todo. Que creen que el conflicto permanente es una forma válida de poder. Que confunden derechos con privilegios y organización con chantaje.
El resultado está a la vista: cortes, bloqueos, paralizaciones. Empresas presionadas, trabajadores divididos, productores abandonados. Todo esto ocurre mientras el gobierno aplaude en silencio y el PIT-CNT convoca a parar… para celebrar. Porque eso es lo que realmente están haciendo: celebrando su propio poder. Un poder que no se basa en el diálogo ni en el consenso, sino en la amenaza y la presión.
Así estamos...
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