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Libertad sindical, pero solo cuando conviene

Los mismos que hasta hace poco se rasgaban las vestiduras en defensa de la libertad sindical, hoy callan o, peor, avalan un sumario contra un dirigente por decir lo que piensa. Carlos Piedra, presidente del Sindicato de la Guardia Republicana, fue suspendido de su cargo y con la mitad del sueldo, simplemente por hacer lo que cualquier sindicalista honesto debe hacer: señalar fallas, denunciar abusos y alzar la voz cuando hay injusticias.
¿Dónde están ahora los defensores de los derechos laborales? ¿Dónde están los que llenaban tribunas y campañas gritando “libertad, libertad”? ¿Dónde está el Frente Amplio, que desde la oposición convirtió la defensa del sindicalismo en estandarte? ¿Dónde están sus ministros, sus diputados, sus referentes? Silencio. Cómplice y escandaloso silencio.
Lo que hizo Piedra fue plantear preocupaciones legítimas sobre las condiciones en que trabajan los policías: equipamiento insuficiente, cascos inadecuados, amenazas internas, desconfianza hacia los mandos. Nada de eso es nuevo. Lo que sí es nuevo —y alarmante— es que se pretenda callar esa voz con un sumario administrativo. La directora de la Guardia Republicana dice que sus declaraciones “podrían desacreditar la gestión ministerial”. ¿Y? ¿Desde cuándo la función de un sindicalista es cuidar la reputación del gobierno?
El Ministerio del Interior, en lugar de atender los reclamos, opta por castigar al mensajero. Habla de “procesos reservados” y de “normativas específicas” para policías, como si eso justificara cualquier atropello. ¿Y la libertad sindical? ¿Y el derecho a denunciar? ¿Y la transparencia? Nada. Todo eso queda en suspenso cuando el que cuestiona no encaja en el molde oficialista.
Pero la verdad es que este episodio no hace más que confirmar una tendencia preocupante en este gobierno: decir una cosa y hacer la contraria. Se llenan la boca con el “diálogo social”, con el “respeto a los trabajadores”, pero a la primera crítica incómoda responden con sanciones, amenazas o el sumario de rigor. Porque, en el fondo, no quieren sindicatos: quieren voceros leales, alineados, obedientes. Y cuando no los tienen, los intentan disciplinar.
Lo de Piedra no es un caso aislado. Es una señal de alerta. Y también, una raya más al tigre.
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