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Cuando perder el tren -los trenes- tiene consecuencias
Por Jorge Ciasullo
Cuando en el año 2007 –primer gobierno del Dr. Vázquez– se propuso un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos (TLC), hubo una férrea oposición por la llamada Mesa política del Frente Amplio (FA), que terminó impidiendo la formalización del acuerdo y la famosa frase “el tren pasa una vez” pasó, lamentablemente, a ser un ejemplo de lo que no debe hacerse.
El pasado lunes 18, se realizó en el pueblo Centenario, la reunión del Consejo de Ministros, bajo la modalidad llamada gobierno de cercanía. Al término del encuentro, el presidente Vázquez, se refirió a la sucesión de cierres de empresas, algunas de ellas tradicionales como Colgate y Palmolive, manifestando: “Es típico de una evolución histórica, en el país han cerrado muchos emprendimientos a los largo de decenas de años, por ejemplo el Frigorífico del Cerro, por ejemplo BAO en La Teja... pero es más noticia el cierre de una empresa a que se abren tres...”
Es verdad que, en cualquier economía, se producen cierres de empresas y aperturas de nuevos emprendimientos, sin embargo, parecería que en nuestro país, la situación de cierre o reducción de empresas se viene dando en forma sostenida, particularmente en la industria, desde el año 2011, donde comenzó una sistemática caída del empleo llegando hoy a la pérdida de casi 50 mil puestos de trabajo.
Esa pérdida de empleo se debe a dos situaciones, o el cierre definitivo o la reducción de personal, en base a despidos o no llenado de vacantes, como forma o intento de subsistir al mercado local, en competencia muchas veces con el mercado o empresas regionales.
La llamada competitividad se basa en elementos que son resorte exclusivo de la política económica del gobierno, cuyas decisiones en ese aspecto en los últimos años, han impactado negativamente en la industria. En términos generales, algunos de esos elementos son: 1) Suba desproporcionada de salarios; 2) Aumento de la carga impositiva; 3) Costo del Estado; 4) Aumento de tarifas 5) Cambios tecnológicos y la permanente cadena de conflictos sindicales. Es decir, todo ello perjudica la competitividad, la capacidad de competir con otras empresas en algunos casos regionales, cuya producción de igual producto se realiza a menor costo y además se comercializa internacionalmente en base a acuerdos arancelarios satisfactorios.
Se ha hablado y discutido sobre los acuerdos, exenciones y beneficios que se otorgarían a UPM en caso de construir su segunda planta y se ha sostenido, por algunos sectores oficiales, que esos beneficios podrían extenderse a otros emprendimientos. Ello no es así, porque hay que tener la capacidad económica –relacionada con la inversión directa– para negociar con los ministerios respectivos, los gremios y aún con la presidencia de la república. Y no es así porque en nuestro país más de 95% de las empresas son pequeñas y medianas, cuya capacidad negociadora está limitada por su propio tamaño.
Creemos que el Uruguay debe tomar medidas drásticas para que sus empresas se vuelvan competitivas, principalmente a nivel de costos, por lo que hemos señalado y su inserción internacional basado en acuerdos comerciales con todos los mercados posibles.
Se sostiene, internacionalmente, que se está bajo una nueva revolución industrial, basada en la inteligencia artificial y la robótica, lo que determinará la sustitución de miles de puestos de trabajo tipo físicos –ensamble de automóviles ya en curso, por ejemplo– por máquinas. Debe entonces la sociedad prepararse para esa revolución, en base a programas concretos que permitan potenciar habilidades en algunos casos intrínsecas en el individuo y en otros el mayor énfasis posible en aprendizaje de idiomas e informática. O sea, educación.
Nuestro título refiere a “los trenes” y es que son varios que el Uruguay, por sistemática oposición de la mesa política deja pasar, el ya nombrado TLC con Estados Unidos, la vergüenza del acuerdo con Chile, el intento de acuerdo con China y aún el atraso cambiario.
En este último aspecto, la región particularmente Argentina y Chile, adaptaron su moneda a la realidad, Uruguay en cambio, se aferra a un tipo de cambio que, como se sabe, limita su capacidad tanto en el mercado local como exportadora .
En definitiva, son trenes que dejamos pasar que, más temprano que tarde -a la vista está- nos pasarán la cuenta.
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