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Brexit: ser o no ser
La búsqueda de paraísos perdidos debe tocar alguna fibra profunda del alma humana, porque en su faceta religiosa o terrenal, ha movilizado a lo largo de la historia a sociedades enteras. La versión del paraíso que se les ocurrió a los conservadores británicos en 2015 –atada a la nostalgia imperial que Gran Bretaña padecía desde la posguerra– prometía recuperar la grandeza del país y su soberanía plena de un solo golpe: abandonando a la Unión Europea y con ella, la carga de regulaciones que, decían, había coartado la libertad británica, comenta la académica Isabel Turrent en una columna para Letras Libres que recomendamos leer a continuación.
A espaldas de la realidad, emprendieron la campaña final a favor de la salida de la Unión Europea –Brexit– encabezados por un bufón carismático –Boris Johnson– y ganaron por escaso margen el referendo en 2016. GB salió de Europa de la peor manera posible y, durante años, los conservadores evitaron cualquier discusión sobre el tema. Brexit había llegado para quedarse.
Pero no el paraíso prometido. GB no se convirtió en el Singapur de Europa, Trump mató el sueño brexitesco de que E.U. compraría ahora sus exportaciones y las pérdidas empezaron a acumularse. Sin el mercado europeo (450 millones de consumidores), la tasa de crecimiento del comercio británico cayó de 4.9%, a tan solo 0.3%. Y entre 2016 y 2022, Inglaterra perdió 26 billones de libras de inversión externa. Era, sin duda, la peor decisión estratégica del país en la posguerra.
Pero, contra viento y marea, siguió siendo un dogma conservador intocable. Fue necesaria la segunda llegada de Trump a la Casa Blanca, que rompió a golpe de aranceles lo que quedaba de la relación especial de Estados Unidos con Gran Bretaña; la invasión rusa de Ucrania –cuya defensa requería el fortalecimiento militar de toda Europa– y la llegada del Partido Laborista al poder, para que el gobierno británico se sentara nuevamente a la mesa con la Unión Europea.
Keir Starmer, el nuevo primer ministro, eligió, para subrayar la importancia del encuentro, a la fastuosa Lancaster House londinense y Bruselas mandó a sus más altos funcionarios: Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, y António Costa, el presidente del Consejo Europeo. Reset, la palabra que usó Starmer para definir el objetivo de la reunión, habla más de los límites que le habían impuesto los conservadores. Reencuentro hubiera sido inaceptable. Para enfrentar sus críticas, el primer ministro reafirmó nuevamente que no convocaría a un nuevo referendo sobre Brexit: bajo su gobierno Gran Bretaña no se uniría de nuevo a la UE. (Probablemente, Bruselas y Starmer mismo tenían en mente reproducir para Inglaterra, en el futuro, el modelo de acuerdos periódicos que rigen la relación de la UE con otros países que no son miembros).
Como quiera que sea, lo acordado en Lancaster House no habla de distancias inamovibles, sino de acercamientos. Bruselas y Londres firmaron acuerdos para incrementar el comercio (a cambio de que Gran Bretaña cumpla con las regulaciones de calidad de la UE), y elevar la inversión. Starmer consiguió también que los turistas británicos pudieran pasar de nuevo por las aduanas que cruzan, sin largas filas, los ciudadanos de la UE (ni los brexitistas más fanáticos estaban dispuestos a padecer más tal deshonor). A su vez, el primer ministro concedió a la petición europea de prolongar 12 años más los derechos de pesca de la UE en aguas británicas.
Por último, firmaron acuerdos de cooperación militar para enfrentar con más eficacia a Trump y ayudar a Ucrania.
La Unión Europea es el proyecto de integración económica y política más exitoso de la historia del continente. Los beneficios que reciben sus miembros son tan evidentes, que ninguno de ellos ha intentado abandonarla después del Brexit británico. Si el país empezara a recibir esos beneficios pronto, la creciente proporción del electorado que piensa que Brexit fue un error, apoyaría a Keir Starmer y su política de acercamiento con Europa, para provecho de todos. |
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