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Esto no puede terminar bien
Por Jonás Bergstein
Alguien dijo alguna vez que el antisemitismo es algo así como el termómetro de una sociedad: “dime cuánto antisemitismo hay en tu sociedad y te diré cuán sana ella es qué perspectivas de sana convivencia democrática ella ofrece”. De hecho, países como Estados Unidos, no obstante su largo historial racista, hace años que han instruido a sus embajadas en el mundo a llevar su propio índice de antisemitismo, es decir, a monitorear la evolución del antisemitismo en cada una de las jurisdicciones donde esas embajadas se encuentran instaladas. Mucho más acá en el tiempo, la misma iniciativa fue promovida por Luis Almagro desde la Secretaría General de la OEA, uno de sus tantos aciertos al frente de esa alta organización.
Esa correlación tan clara -conforme la cual cuanto menos antisemitismo hay en una sociedad, más moralmente sana ella será-, no es antojadiza: el antisemitismo es una expresión de odio, de las cualidades más oscuras y sórdidas del alma humana -y sobre todo: las más destructivas-. Siendo así, nada bueno puede emerger de él. Por eso, la permeabilidad creciente de antisemitismo en cualquier sociedad, sólo puede presagiar la advenimiento de tiempos difíciles, sin duda peores y más oscuros: no tanto por los judíos -que en estas lides ya están bastante curtidos, al decir de mi Padre- como para la sociedad toda. El caso de la Alemania nazi es el más conocido -también el más sombrío- pero no es el único: pensemos en el antisemitismo endémico en Argentina o en Francia, o en el que cundió en los países árabes en tiempos de la creación del Estado de Israel, o el que hoy azota a Estados Unidos o a Inglaterra, por citar algunos de los ejemplos más actuales. ¿Qué nos dejaron todas esas manifestaciones de antisemitismo? Nada, absolutamente nada, o al menos nada bueno.
Evoco estas largas reflexiones -desafortunadamente mucho menos auspiciosas de lo que quisiera- a raíz de una serie de episodios más o menos recientes que a mi juicio encienden las alarmas y nos empiezan a marcar como sociedad: me refiero a la concentración de un grupo de personas frente al Palacio Legislativo para exigir a nuestros entonces flamantes legisladores la ruptura de relaciones con Israel (15 Febrero); a las banderas palestinas en la marcha del 8M -ignoro qué tienen que ver Palestina con los derechos de la mujer, que no sea más que con la violación sistemática de estos últimos- (8 Marzo); el comunicado de fines de marzo emitido por un conjunto de organizaciones sociales dirigido al Consejo de la UdelaR a efectos de que solicite a la Administración el cierre de la Oficina de Innovación y Tecnología abierta hace tan sólo algunos meses atrás (26 Marzo); y a la columna del profesor Luis Sabina Fernández en el portal de uy.press bajo el título “Estados Unidos e Israel: una cuestión de élites”, a mi juicio una versión 2.0 -mucho más sutil y refinada- de los Protocolos de los Sabios de Sión (4 Abril).
Cada uno de esos actos representa un hito en el espiral ascendente de odio al que asistimos. Todos ellos ameritarían un análisis individual, pero me temo que eso excedería con mucho las dimensiones de una nota periodística como ésta. De momento, subrayamos que todos ellos participan de un tronco común, que caracterizamos de la siguientes manera: (a) una preocupación obsesiva con todo lo que tiene que ver con Israel; (b) la más absoluta despreocupación por la suerte de los varios otros colectivos árabes masacrados en cantidades muchísimo más abultadas que nuestros pobres palestinos; (c) el total desinterés por la suerte de los 59 rehenes aun secuestrados; y (d) la total indiferencia ante el terrorismo de Hamás y sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos (Pareciera que esta última ni siquiera existe, o que no fue el perpetrador de la masacre del 7 de octubre). Ese cúmulo de circunstancias, conjunta y colectivamente consideradas, tiene nombre y se llama antisemitismo.
En esta instancia me detengo en el comunicado del 26 de marzo, quizás porque el Consejo Directivo de la UdelaR lo acaba de hacer suyo, por decisión unánime de sus integrantes (“el Comunicado”).
Empiezo por lo que el Comunicado en definitiva pedía: (i) el cierre de la Oficina de Innovación y Tecnología abierta por Uruguay en Jerusalem algunos meses atrás (“la Oficina”); (ii) la condena a las violaciones del derecho internacional y del derecho internacional humanitario por parte de Israel; y (iii) la ruptura de relaciones con Israel hasta que ésta deje de cumplir sus obligaciones.
Como diría Jack, vayamos por partes.
(i) El cierre de la Oficina. El Comunicado establece que al abrir esa Oficina, Uruguay está incumpliendo con sus obligaciones internacionales. Infelizmente, el Comunicado no funda esa afirmación, de manera que para nosotros no es más que una expresión de deseos (para decirlo en criollo: los firmantes no pueden soportar que Uruguay mantenga una oficina de ese tipo en Israel; menos que menos en Jerusalén). Baste decir que parece un contrasentido cerrar la única oficina de esas características que Uruguay tiene fuera de fronteras, considerando que: (i) todos estamos de acuerdo en que el mundo va en el sentido de la innovación y la tecnología; (ii) nadie cuestiona que Israel es la Start-up Nation en esta materia (pregunten si no a las naciones árabes signatarias de los Acuerdos de Abraham); y (iii) el Comunicado no aclara de qué manera aspira a suplir las funciones que cumpliría la Oficina en Israel, o qué oficina de similares características podría ser abierta en su lugar para cumplir con los objetivos de la que hoy existe.
(ii) La condena a Israel por sus violaciones al derecho internacional y el derecho internacional humanitaria. En lo personal, no sé cuáles son esas esas violaciones, porque el Comunicado no lo aclara. En cualquier caso, y si las hubiere, por supuesto que debieran ser condenadas. ¿Por qué no? Eso sí: habida cuenta de la honda preocupación que el Comunicado muestra por las proyecciones legales del tema, descartamos que los firmantes ya habrán exigido idéntica condena contra todos los otros violadores del derecho internacional y del derecho internacional humanitario que andan en la vuelta (empezando por Hamás).
(iii) La ruptura de relaciones con Israel. Quiero creer que desde hace mucho antes de ahora los firmantes del Comunicado ya habrán exigido la misma ruptura con todos los otros países que sistemáticamente violan los mencionados derechos y que lo vienen haciendo desde hace décadas: Irán, Venezuela, Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Siria, Líbano, Mali, Birkina Faso, y un largo etcétera.
Uno podría seguir y tratar de desmenuzar uno a uno los puntos de vista del Comunicado. Pero con toda franqueza, querido lector, a esta altura me pregunto si vale la pena, si vale la pena seguir abundando en refutaciones. ¿Para qué? Si al final de cuentas el necio -y ni hablar aquel que padece la enfermedad del antisemitismo, hoy convertida en una verdadera ideología política secular, al decir de Roger Berkowitz- por definición no sabe de razones y, peor aún, siquiera quiere saber de ellas.
Valgan algunas palabras finales a manera de cierre.
Primero. El Comunicado dice expresar “el sentir de la más amplia mayoría de nuestro pueblo”. ¿Cómo lo saben? ¿Consultaron la opinión de los uruguayos que viven (o vivían) próximos a la frontera con Gaza? O peor: ¿alguna vez se interesaron por su suerte?
Segundo. El Comunicado menciona las violaciones de Israel al Derecho Internacional consignadas en resoluciones de la Corte Internacional de Justicia y en un informe de la Corte Penal Internacional. Lamentablemente el Comunicado no justifica esa conclusión. Pero más allá de eso, la mención a esas fuentes es completamente comprensible (de hecho es el caballito de batalla de las usinas de antisemitismo de hoy, que son varias y gozan de muy buena salud): primero, porque el derecho internacional es justamente el derecho internacional creado por el mundo islámico y sus mayorías automáticas en los organismos internacionales; y segundo, porque Naciones Unidas, verdadero blanqueador de dictaduras al decir de Pilar Rahola, se ha convertido desde hace décadas -recordemos el famoso “sionismo igual racismo” de 1975- en una de las mayores fuentes de condena y de propaganda anti-israelí. Ya Abba Eban, con su fino sentido del humor, decía que en la Asamblea General de Naciones Unidas era factible obtener una resolución que declare que la Tierra es plana. De muestra un botón: la agenda de las sesiones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU comienza, invariablemente, con una referencia a las violaciones de DDHH por parte de Israel en el territorio palestino ocupado.
Tercero y último. El Comunicado dice alinearse a condenas similares efectuadas por países como Colombia, Bolivia, Cuba y Venezuela (todos ellos sin excepción rompieron relaciones con Israel): pavadita de socios, por decirlo de alguna manera. También invoca las expresiones vertidas por Antonio Guterres, secretario general de la ONU. Chocolate: Antonio Guterres acaba de darle carta de ciudadanía a Qatar en la Comisión de Derechos de la Mujer (sic). Con esos referentes, con esas fuentes de inspiración, ¿qué otra cosa podría esperarse?
Sr. lector: todo país que haya vivido escenas o momentos de violencia física, sabe muy bien que ella fue antecedida por expresiones de violencia verbal. En Uruguay bien lo sabemos. Si la espiral de condenas y agravios aquí comentada no se corta de raíz, la cosa solo podrá ir en picada. De ahí la expresión que da título a esta nota: esto no puede terminar bien. |
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