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El cambio de rumbo
Por Julio María Sanguinetti
La elección del domingo ha marcado por primera vez que el Frente Amplio, sin mayoría en la primera vuelta, gana en la segunda. No fue así en las tres anteriores. En octubre, la dirigencia frentista terminó bastante decepcionada mientras la Coalición Republicana celebraba que no resultaba real el proclamado favoritismo frentista.
No es fácil explicarlo. Tampoco que un gobierno con muy buena aceptación no logre revalidarse en las urnas. Eso nunca había pasado, pero era extraño porque -pese a esa confianza en el gobierno- las encuestas venían marcando, invariablemente, ese favoritismo del Frente Amplio. Lo que nos lleva a concluir que la política es asunto más que complejo para pronosticar y que la opinión pública hoy responde a motivaciones de muy diversa naturaleza.
Para empezar, se ha comprobado que en la última semana se define un porcentaje importante de ciudadanos (de un 10% a un 15%), lo que puede producir alteraciones significativas. Allí inciden factores como quién luce como más posible ganador o quién, en ese momento, posee elementos emocionales a su favor. En el caso, me parece relevante la aparición de nuestro colega Mujica con una situación comprometida de salud y una suerte de diálogo con la muerte que le dio al Frente épica, sentimiento. En la otra punta de lo emocional, no es descartable la presencia de votantes independientes que pensaron que la situación parlamentaria se tornaba un tema más complejo con una victoria de Delgado en minoría en el Senado y sin mayoría propia en Diputados.
En el terreno político, es indiscutible que la bajada en noviembre, en los departamentos donde es mayoría la Coalición, ha sido un factor decisivo. Ni Montevideo ni Canelones, donde es minoría, mostraron fuga del voto de la primera vuelta aunque el Frente algo aumentara su caudal. En estos dos departamentos es donde más pesa la opinión ciudadana y menos la organización, que en términos relativos influye más en el interior. Lo que lleva a concluir que, pasada la elección parlamentaria, desmotivadas las agrupaciones principales y con algunos Intendentes nacionalistas preocupados más en mayo que en noviembre, se produjo una baja de militancia. Ella contrastaba con esa pasión que aparecía en el Frente y con un Orsi que, luego de una primera vuelta de escaso protagonismo, aparecía ahora más cómodo y activo en una comunicación sencilla y bonachona.
Delgado hizo en lo personal una buena campaña. Mostró solvencia, capacidad, fluidez… Pero la comunicación de su propuesta general, y su publicidad, adolecieron de una ausencia sustancial: mostrarlo como respetuoso coordinador de una coalición que co-gobernaría. En la primera vuelta, contra las encuestas incluso, Delgado ya había mostrado capacidad. No estaba en duda que era un buen candidato y podía ser un buen Presidente. Tenía luz propia y no solo el reflejo presidencialista de Lacalle Pou. En el balotaje el desafío era otro: motivar suficientemente a los votantes de los socios para evitar fugas. Los colorados, empezando por Ojeda, hicimos una prédica coalicionista. En cambio faltó Coalicionismo en la comunicación de la candidatura oficialista. En la segunda vuelta, ya no importaba tanto Delgado. La cuestión era que no se dispersaran votos batllistas muy ortodoxos, cabildantes algo frustrados, independientes decepcionados o votos sueltos indecisos que dudaban de la gobernabilidad.
Naturalmente, todo esto requiere análisis más fino de opinión pública. Simplemente estamos dando nuestra impresión para explicar el cambio sustantivo que se dio entre la primera y la segunda vuelta.
Ahora hay un nuevo gobierno en ciernes. Orsi será el Presidente de la República pero hoy no es el líder del Frente Amplio. No tiene la posición de Vázquez y Astori. Nuestro colega Mujica, siempre inclasificable, es más un predicador. Hacia adentro, Orsi podrá formar un gobierno con suficiente apoyo parlamentario, aunque sin figuras muy relevantes a la vista. Los desafíos están en la política económica, donde un Ministro que cree en los equilibrios “macro”, tendrá que lidiar con un sindicalismo clásico que ni considera la lógica de la economía de mercado y asume que todo lo presuntamente justo de por sí es viable.
Nos preocupa particularmente la educación. Allí los gremios son reacios a todo cambio hacia la modernidad. Siguen soñando con una educación crítica de la sociedad liberal y alejada del mercado laboral. Ya el Frente vivió esa tensión. En agosto de 2015, el Presidente Vázquez hasta aplicó la ley de servicios esenciales, tan repudiada por el Frente, ante el abuso de las paralizaciones. Y ni hablemos de Mujica, que en el libro de Danza y Tulbovitz dice nada menos que lo siguiente: “Hay que juntarse y hacer mierda a los gremios (de la enseñanza). No queda otra. Ojalá logremos sacarlos del medio”. Si entonces el desafío era fuerte, hoy está redoblado por la velocidad del cambio tecnológico en el mundo y la aparente consolidación de un sector marginal de la población a la que el Estado debe rescatar.
El Presidente electo prometió no aplicar nuevos impuestos. En Buenos Aires fue enfático ante el empresariado argentino, de decidida presencia entre nosotros, de que las reglas de juego no cambiarán.
Tiene a su favor que hereda un país en marcha, con un crecimiento del 3.5% este año, una buena situación de empleo y un déficit aún manejable. Pero en la votación frentista (azuzada por el reclamo sindical) siempre flota la idea que “se puede dar más”, de que los demás gobiernos en la mejor hipótesis “son machetes”, como dice Mujica, o “neoliberales”, como afirman disparatadamente los comunistas.
No están en juego las instituciones republicanas. Sí está en juego el rumbo con el que se las gestiona. Sí está en juego el modo de administración de un país con libertad política, propiedad privada, libertad de comercio y una dimensión que le impone acompasarse constantemente al mundo. Desde allí vienen los tiempos de prosperidad o crisis, de “boom” de precios internacionales, como tuvo el Frente en sus dos primeros gobiernos, o de crisis, como soportó y superó la administración del Dr. Lacalle Pou. En cualquier hipótesis, el cambio de la revolución digital es la norma y allí es donde adolece la cultura frentista, anclada todavía a viejas ensoñaciones socialistas. Ya no hay margen para esas antiguallas. O jugamos en la modernidad contemporánea o retrocedemos. O mejoramos la creación de riqueza o los sueños de mejor distribución social se transformarán en pesadillas inflacionarias.
Ser o no ser. Esa es la cuestión, como, calavera en mano, reflexionó el príncipe shakesperiano. |
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