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Las izquierdas latinoamericanas y el gen autoritario

Con los años la región construyó su propia lectura ideológica y se diferenció de la izquierda europea ¿El retroceso democrático de América Latina está correlacionado con esta hegemonía política?, se pregunta el académico Fernando Pedrosa en un interesante análisis publicado en el blog Dialogo Político. Lo transcribimos aquí.

La moda de estudiar las derechas en América Latina oculta que la mayor parte de la región está gobernada bajo otro signo político. Mientras la élite académica y la prensa progresista han encontrado un nuevo placebo y denuncian el auge de la ultraderecha y su responsabilidad en el retroceso democrático, lo cierto es que vivimos otra etapa de predominio de la izquierda.

Esto se observa fácilmente al enumerar los países que gobiernan: Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela. Incluso se podría mencionar a España, por su activo papel en la política regional. Esto marca una supremacía que no se vio ni en los años de auge de la “marea rosa”. Podría acentuarse si el Frente Amplio triunfara en las próximas elecciones uruguayas.

¿El retroceso democrático está correlacionado a la hegemonía política de la izquierda? La pregunta amerita, más aún, después de la elección en Venezuela y los distintos grados de cobertura que casi todos estos gobiernos han dado al régimen de Nicolás Maduro.

Los orígenes y decadencia de la izquierda europea

Uno de los problemas históricos para definir a la izquierda latinoamericana fue hacerlo con categorías provenientes de la experiencia europea. En el viejo mundo, la izquierda estuvo asociada al socialismo en sus diferentes versiones y al protagonismo de trabajadores y sindicatos.

Esas características acompañaron a la izquierda durante años y se mantuvieron después de la Segunda Guerra Mundial. La socialdemocracia predominó en Europa occidental con su modelo de alineamiento con Estados Unidos, reconciliación con el liberalismo político, economías mixtas y una ruptura definitiva con el comunismo. Por esta razón, sus relaciones con las izquierdas latinoamericanas también fueron conflictivas.

La primera señal de alerta para esta izquierda ocurrió en 1973, lo que Ralf Dahrendorf llamó el fin del siglo socialdemócrata. La crisis del petróleo afectó a su principal construcción, el Estado de bienestar, y tuvo como consecuencia inmediata durísimas derrotas electorales.

La socialdemocracia que superó esa crisis emergió con cambios. Menos alineada con Estados Unidos, en un proceso de revisión de sus vínculos con el liberalismo y aceptando la posibilidad de alianzas con organizaciones y regímenes políticos no necesariamente democráticos, pero legitimados por revoluciones populares. En América Latina, generó renovados vínculos con el Partido Comunista cubano, el socialismo chileno de Salvador Allende, el sandinismo y las diversas izquierdas de los países centroamericanos y caribeños.

El derrumbe del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética implicaron un duro golpe para la izquierda europea en sus diferentes versiones y formatos. También lo fue para sus intelectuales y grupos afines, que entraron en un proceso de fragmentación y revisión. Esto implicó devaluar la identidad internacionalista. Se perdió la iniciativa para guiar intelectual y políticamente a las izquierdas mundiales. La izquierda se encerró entonces entre fronteras nacionales y regionales. .

Versión latinoamericana

El ruido de la caída del Muro de Berlín no se escuchó tanto en América Latina. Para la izquierda, fue apenas un obstáculo más de los que abundaban en los años noventa. De hecho, el Foro de San Pablo data de esos años y con su creación la izquierda latinoamericana pasó a la ofensiva. En plena crisis del socialismo real, en Latinoamérica mostraba una renovación programática. Las ideas se proyectaban con iniciativa y capacidad para disputar el poder e, inéditamente, influir en otras regiones.

Esto ocurrió porque la izquierda latinoamericana en el siglo XX no estuvo conformada igual que en Europa. Para empezar, la influencia socialista y marxista fue una vertiente más y no siempre la más trascendente. También estaban presentes el nacionalismo, el catolicismo —sobre todo su rama jesuita—, el dependentismo, la CEPAL, las lecturas sobre la revolución cubana y un extendido sentimiento anticolonial.

A esto se sumaban las particularidades nacionales. Como las influencias de clases medias, campesinos, intelectuales y militares, según cada caso. Además de los liderazgos y las diversas personalidades locales.

Las izquierdas latinoamericanas del siglo XX formaron un mapa de organizaciones variopintas que no se ajustaban claramente a los parámetros europeos o revolucionarios clásicos. Por recursos, liderazgos, redes transnacionales, apoyos populares y sindicales, estas organizaciones predominaron sobre el resto de la izquierda política regional. Mantuvieron, sobre todo, una identidad democrática que las diferenciaba y las hacía blanco de críticas de los más extremistas

Los partidos comunistas de la órbita soviética seguían su propio camino. Los sectores más radicalizados se agrupaban en torno a Cuba. Con las numerosas guerrillas que mantenían vínculos entre sí y con organizaciones armadas de otras partes del mundo. Sin embargo, en el universo de la izquierda latinoamericana hubo una posición secundaria con curas tercermundistas, artistas, universitarios e intelectuales atraídos por el aura romántica del guevarismo y el clima de época.

Hacia la ideología hegemónica

Esa heterogeneidad comenzó a reducirse significativamente durante los años del neoliberalismo. Principalmente porque muchos de los actores principales hasta entonces sufrieron significativas pérdidas de poder y hasta desaparecieron de sus escenarios nacionales. Por ejemplo, algunos partidos ligados a la socialdemocracia internacional como el APRA y AD.

De esa selección natural sobrevivieron los sectores más radicalizados. Pasaron a ocupar el centro de la escena a partir de grupos, dirigentes y organizaciones que habían bebido de las ideas de la izquierda de los años 70, el antiimperialismo y la oposición al liberalismo político.

El reemplazo hegemónico pasó a ser radicalmente diferente.

Izquierda en clave cubana

La nueva izquierda —una vez más—, con Cuba al frente, multiplicó su poder e influencia al cooptar la Venezuela bolivariana. Sumó organizaciones como el Partido de los Trabajadores brasileño, así como sectores intelectuales y movimientos sociales críticos de la experiencia comunista, pero más por su incapacidad de enfrentarse con mayor carácter e inteligencia al poder capitalista que por su autoritarismo.

La lectura de la izquierda en clave cubana vertebró ideológicamente este proceso de expansión. Dio nueva vida a aspectos del estalinismo, derrumbado del otro lado del océano. La resistencia a los años neoliberales dotó de identidad a las organizaciones latinoamericanas y de conciencia de una pertenencia común, más allá de las diferencias.

En este camino, la llegada de Hugo Chávez al poder —en el momento de mayor auge de los precios del petróleo— representó un paso cualitativo que supieron aprovechar en la construcción regional. El militar venezolano añadió también su sello populista y castrense. Sedujo a nuevos públicos, como el peronismo argentino, que nunca había integrado este grupo ideológico. La aparición del Movimiento al Socialismo boliviano le dio al colectivo un toque multicultural que resultó irresistible para el progresismo europeo.

Nueva vida a izquierdas globales

Con esta fusión de tradiciones y recursos ilimitados, construyeron un sólido corpus teórico (de la mano de Ernesto Laclau). Posteriormente, un entramado cultural y simbólico que les permitió presentarse ante el mundo como una sola entidad. Ese prestigio, pasado el tiempo y tras fracasos y retornos, sigue siendo parte del capital que la izquierda latinoamericana muestra al mundo.

Para entonces, la izquierda europea y parte de la norteamericana, que habían quedado huérfanas de ideología y política, también rearmaron sus estrategias y programas a partir de lo que emanaba de América Latina. Las academias, los movimientos sociales, culturales, feminismos y ambientalistas abandonaron sus influencias más liberales en el altar de esta propuesta regeneradora de la condición humana. El hombre nuevo había regresado. También los viejos vicios.

El latinoamericanismo de izquierda se convirtió así en la savia que dio nueva vida a las izquierdas globales. Al hacerlo, incluyó y difundió un ADN autoritario que, en diferentes grados, pero invariablemente, se expresa en todos los grupos, organizaciones y liderazgos de la izquierda. Es en este proceso, y no en ultraderechas fantasiosas, que hay que buscar las causas de un retroceso democrático que, hoy, es una realidad agobiante.
Correo de los Viernes.
Publicación Oficial de la Secretaría de Prensa del Foro Batllista.