Malaquina: cuatro años después
Edición Nº 1031 - Viernes 11 de abril de 2025. Lectura: 2'
Por Leonardo Vinci
Han pasado cuatro años desde la partida del Escribano Eduardo Malaquina.
En los actos recordatorios, los principales oradores destacaron la visión y las virtudes del gobernante.
Se enumeraron a vuelo de pájaro sus obras.
Quedó de manifiesto que sus administraciones estuvieron presididas por la prudencia, la sabiduría y el trabajo, donde estuvieron presentes la austeridad, la honestidad y la rectitud.
Si bien es cierto que soñó con Don Ramón Vinci en los años 70 con la planta pasteurizadora de leche, con el Frigorífico Hortifrutícola -origen del complejo agroalimentario- y con el desarrollo turístico del Daymán, cuya propiedad pasó a manos de la comuna cuando presidía la Junta Departamental, hay otros aspectos que merecen ser subrayados.
Por ello, yo quisiera referirme a otra faceta del Escribano Malaquina, más concretamente a la conducta que tuvo en los años oscuros.
Hizo honor al pensamiento de Prudencio Vázquez y Vega -númen rector de la generación del Quebracho, lamentablemente fallecido antes de la revolución- quien sostuvo en su tesis doctoral que “Los hombres libres no deben prestar su concurso a los gobiernos usurpadores”.
No sólo no prestó su concurso, sino que -al igual que mi padre- rechazó cualquier insinuación que se le pudiera hacer en ese sentido.
Malaquina no concurría a los actos organizados por los militares, como si prestara oídos a los ecos del primer artículo sobre política escrito por Batlle y Ordóñez durante el militarismo, donde el futuro presidente decía: “Los que profesan el racionalismo en religión y en política, no pueden ir a consagrar la farsa de una ceremonia, ni a colocarse en el segundo puesto, después de los que han atentado contra la libertad y por consecuencia, contra la patria.”.
Inspirado en los ideales de la juventud del “Espíritu Nuevo” en 1878, entendió, al igual que Teófilo Gil que “…los pueblos no caminan mirando hacia atrás; (sino que) su ideal está en el porvenir…Los días de dicha en el futuro los deberemos a la educación. Esa es pues nuestra obra, la obra de todos los buenos ciudadanos”.
Y llegado el momento ¡Vaya si trabajó por la educación!
En 1980 nuestros ciudadanos estuvieron frente al gozne del destino, debiendo enfrentar una prueba de fuego, pues de su decisión soberana, el país tomaría el camino de la paz sustentada en el filo de las bayonetas o en el peso de las urnas llenas de votos de hombres libres.
El prestigio personal de unos pocos hombres como él, inclinó la balanza a favor de la razón y felizmente, el Uruguay pudo reencontrarse con sus mejores tradiciones.
Si fue importante su gestión como gobernante, no menos ejemplar fue su conducta como ciudadano.
Corresponde valorarlo.
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