La crisis silenciosa de la democracia representativa
Viernes 14 de noviembre de 2025. Lectura: 4'
Por Marcela Pérez Pascual
La crisis de la representación no anuncia el fin de la democracia, sino la urgencia de reinventarla.
En el reciente encuentro del Círculo de Montevideo, expresidentes, académicos y referentes políticos reflexionaron sobre la situación actual de las democracias representativas y los profundos desafíos que enfrentan los sistemas políticos ante la revolución tecnológica, la fragmentación social y la pérdida de legitimidad de las instituciones tradicionales.
El punto de partida fue claro: la democracia representativa, tal como fue concebida en el siglo XX, atraviesa un momento de agotamiento estructural. Nació como un mecanismo de mediación entre la ciudadanía y el poder, articulado por los partidos políticos. Sin embargo, en la era digital, donde cada ciudadano puede expresar, opinar y organizarse desde un teléfono, esa mediación se diluye. La autorrepresentación instantánea ha reemplazado, en muchos casos, a la representación institucional. El resultado es un escenario marcado por la polarización, la radicalización de los discursos y una creciente desconfianza hacia los partidos y los sistemas tradicionales de gobierno.
A diferencia del siglo pasado, cuando los movimientos políticos tendían a converger hacia el centro, hoy predominan los extremos. El desencanto con la política alimenta formas de populismo emocional que se sostienen sobre la inmediatez y el rechazo al consenso. Lejos de fortalecer la democracia, estas dinámicas derivan en regímenes híbridos, donde la legitimidad electoral coexiste con prácticas autoritarias y el vaciamiento progresivo de las instituciones.
Los participantes subrayaron que esta crisis no se limita a la política: es también cultural, ética y tecnológica. En un mundo interdependiente y globalizado, los avances en inteligencia artificial, comunicación y biotecnología plantean dilemas inéditos. “¿Qué significa ser humano en la era de la inteligencia artificial? ¿Cómo compatibilizar los avances tecnológicos con los valores democráticos?”, se preguntaron varios de los panelistas. Sin una gobernanza global coordinada, advirtieron, la tecnología puede profundizar las desigualdades y concentrar el poder en un puñado de corporaciones y Estados, ampliando la distancia entre los ciudadanos y la decisión política.
El diagnóstico para América Latina fue especialmente preocupante. La seguridad pública emerge como la gran demanda social de la región, marcada por la expansión de megalópolis donde conviven riqueza y exclusión. Este terreno fértil para el narcotráfico y la violencia erosiona la autoridad del Estado y devuelve a las sociedades, como advirtió Thomas Hobbes hace siglos, a un “estado de naturaleza” en el que prevalece la ley del más fuerte. Frente a ello, se insistió en la necesidad de políticas públicas integrales, centradas en la seguridad, la justicia social y la ética gubernamental. La evidencia comparada demuestra que los países con menor corrupción y mayor transparencia son los que conservan una ciudadanía más satisfecha y una democracia más estable.
Desde una mirada más filosófica, se señaló que las democracias no mueren de golpe: se desgastan lentamente, pierden eficacia, atractivo y sentido. La ruptura de certezas y la fragmentación del discurso público, acelerada por las redes sociales y la desinformación, disuelven las verdades compartidas que sostenían el pacto democrático. De allí surge la urgencia de reconectar las instituciones con las personas, restaurar el sentido de comunidad y reconstituir una gobernanza democrática capaz de actuar en entornos de incertidumbre permanente.
Los expositores identificaron cinco ejes fundamentales sobre los cuales reconstruir ese pacto:
- Rendimiento y nueva gobernanza, capaz de responder con eficacia a las expectativas ciudadanas.
- Justicia social, como condición indispensable de legitimidad.
- Ciudadanía activa y responsable, que asuma derechos y deberes en ámbitos digitales, ambientales e intergeneracionales.
- Identidad y tolerancia, pilares del pluralismo y del respeto a la diversidad.
- Representación y consensos, sin los cuales la política se degrada en confrontación estéril.
El Círculo de Montevideo, fundado por Julio María Sanguinetti en 1996, nació justamente con el propósito de promover el diálogo entre el pensamiento y la acción política en tiempos de cambio. Fiel a ese espíritu, el encuentro concluyó con una reflexión que resume el desafío actual: el problema no es solo preservar la democracia, sino actualizarla; dotarla de sentido, eficacia y legitimidad en un siglo donde la velocidad tecnológica supera la capacidad de deliberación colectiva.
“La historia cambia —recordaron los participantes—, pero las estructuras permanecen”. El futuro de nuestras democracias dependerá de si somos capaces de reinventar esas estructuras sin perder el alma que les dio origen: la fe en la razón, el respeto al otro y la convicción de que la libertad solo tiene sentido si se ejerce en comunidad.
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