El faro apagado de la ética
Viernes 14 de noviembre de 2025. Lectura: 2'
Por Juan Carlos Nogueira
El descrédito de una institución comienza el día en que el cálculo reemplaza al principio.
En su parábola El faro de Alejandría, José Enrique Rodó relata cómo el faraón Ptolomeo mandó grabar su propio nombre sobre la piedra del faro construido por Séstrato. Pero el arquitecto, sabiendo que el tiempo desvanecería la capa de cal y arena que ocultaba su firma, grabó debajo la verdad. Con los años, el nombre del faraón se borró y la piedra reveló la autoría verdadera.
Así también, en la vida pública, hay quienes intentan cubrir con artificios y discursos suplantadores la verdad que incomoda. Pero las máscaras políticas se desgastan, y la historia, como el viento sobre el mármol, acaba revelando lo que se intentó ocultar.
La reciente decisión de la JUTEP (Junta de Transparencia y Ética Pública) de desoír el informe de su propio departamento jurídico en el caso del presidente de ASSE, constituye otro capítulo de esa misma negación de la verdad.
El dictamen técnico fue claro: existía incompatibilidad constitucional entre la función pública y el cúmulo de empleos privados del jerarca. Pero la dirección política de la JUTEP prefirió cubrir esa verdad con la cal de la conveniencia. No se trata de un error administrativo, sino de una renuncia deliberada al principio que da sentido a la institución: la defensa de la ética pública.
La JUTEP, al actuar así, se aparta de su razón de ser y se vuelve un instrumento de cálculo partidario. La verdad jurídica fue reemplazada por la utilidad política. Y cuando lo político se impone sobre lo jurídico, la ética deja de ser un faro y se convierte en un ornamento.
En el caso de la parábola, el tiempo, juez paciente e implacable, terminó por disolver, al cabo de siglos, la cal de la mentira. Pero nuestros “Ptolomeos” actuales parecen no advertir que, en tiempos de Internet y redes sociales, la cal de la mentira se cae al instante, explotando en la cara del farsante.
Cuando una institución encargada de custodiar la ética actúa por cálculo político, pierde su esencia. El faro de la ética se apaga, deja de ser un referente y pasa a ser un mero adorno. Y sin esa luz, es inevitable el naufragio.
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