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La estrategia del miedo no podrá con Europa

Pese a sus intentos, Estado Islámico no generará respuestas violentas, sino un clamor ciudadano en defensa de las sociedades abiertas, sostiene el historiador Loris Zanatta en esta nota de La Nación que nos interesa reproducir.

El Estado Islámico, EI, participa en las elecciones europeas. Lo hace a través de las bombas, los camiones lanzados contra la multitud, los asaltos con armas blancas, las matanzas de adolescentes en los mercados y teatros.

El EI vota por el miedo. Logró así golpear a Francia y Gran Bretaña en la víspera de las elecciones, asomar cabeza en Alemania, elegir cuidadosamente el lugar y el momento. No tiene una estrategia muy fina, ni nueva: es la misma adoptada en el pasado por el terrorismo de varios colores. Cuanto peor, mejor, ésa es la apuesta: el cálculo es que los europeos, ante la espada de Damocles que se cierne sobre ellos durante su rutina diaria, perderán su aplomo y tendrán reacciones xenófobas. Se reduciría así enormemente la influencia que las costumbres de las sociedades abiertas occidentales ejercen sobre los migrantes y sobre las sociedades islámicas, el factor que más alimenta el odio fundamentalista, aterrado frente a la perspectiva de que el islam deba enfrentar, como ya acontece, el mismo proceso de secularización por el que en su momento pasó el cristianismo.

La infranqueable barrera creada por el terror entre las dos comunidades empujará en masa a los fieles islámicos en los brazos de quienes prometen su redención. Todo estará entonces preparado para que el islam más atávico y primitivo se imponga sobre las ya débiles voces moderadas y aplaste sin piedad todo atisbo de herejía laica en su interior: se podrá así decir adiós a la ilusión de una ilustración islámica y se desarrollará sin más diques la confrontación con el Occidente, que, corrompido por el vicio, caerá como una manzana podrida. Ésta es aproximadamente la estrategia del terror. Un gobierno antiislámico en Londres, un presidente xenófobo en París, una regurgitación racista en Alemania serían para EI un regalo del cielo.

La apuesta al miedo tiene su racionalidad; perversa, pero la tiene. ¿Qué otra cosa más que el miedo induce a toda una sociedad a cambiar sus hábitos, a trastocar la escala de valores, a revisar los fundamentos de la seguridad colectiva, a buscar un chivo expiatorio? En este sentido, es innegable que el terrorismo de EI ha obtenido un cierto éxito. Nos guste o no, la sarta de ataques que desde hace años causa víctimas inocentes y casuales ha generado una verdadera trampa de psicosis colectiva.

¿Cómo podría ser de otra manera? Nos surgen malos pensamientos, miramos alrededor al ingresar en el metro, esperamos ansiosamente el regreso de nuestros hijos del concierto o de la cancha. Tienen razón los estudiosos del fenómeno al observar que el terrorismo no es nuevo en Europa, que desde finales del siglo XIX ha habido varias olas y que, estadísticas en mano, más personas murieron por mano terrorista en los años 70 de las que mueren hoy. Y aún sigue siendo mucho más probable morir en un accidente de auto que apuñalado por un fanático.

Sin embargo, el miedo no es tan racional. Además, a diferencia del pasado, el miedo actual se suma a otro miedo, más vago y silencioso, pero no menos profundo: el miedo que tantos europeos tienen hacia el "diferente" desde que la inmigración se convirtió en un fenómeno masivo. Los tonos excitados de los medios de comunicación y aún más de los movimientos políticos que encontraron en el miedo su razón de existir e invocan a gritos una "guerra" contra el terrorismo hacen el resto.

Sin embargo, yo no estaría tan seguro de que la cadena de causas y efectos que EI pretende implantar hasta causar el apocalipsis siga la lógica que los terroristas se imaginan. ¿Quién dijo que el miedo terminará causando en Europa una reacción identitaria de xenofobia violenta? En algunos casos, es sin duda así, pero la mayoría de las veces, no. ¿Y es tan evidente que los millones de inmigrantes musulmanes en Europa se sentirán más atraídos por las sirenas del fundamentalismo islámico que por la sociedad abierta europea? Son procesos históricos a largo plazo y es pronto para decirlo, pero no estaría tan seguro.

No descarto, al respecto, que el terrorismo islámico caiga en el mismo autoengaño de los terrorismos rojo y negro que barrieron Europa en los años 70: tal como aquéllos, despreciando el Estado de Derecho, lo combatían soñando interpretar un sentimiento popular que en realidad no existía. El terrorismo religioso apuesta a un cierre identitario en sociedades que, siendo mayoritariamente seculares, abiertas y plurales, no piensan en cerrarse. Y así como los terroristas del pasado fueron derrotados, primero, y luego metabolizados por el "sistema burgués" que querían enterrar, la misma suerte con el tiempo puede tocar al terrorismo islámico ante una reacción opuesta a la que espera provocar.

Todo esto sonará hueco ante el dolor irreparable que los actos terroristas han sembrado en Europa, la rabia ciega que se anida en extensos grupos sociales contra los inmigrantes sin distinción, el crecimiento evidente en los últimos veinte años de movimientos xenófobos. Sin embargo, si se mira con el desapego que las fuertes emociones de nuestro tiempo a menudo inhiben, se diría que la política del miedo no está generando el efecto esperado. Sería superficial exagerar la importancia de las recientes elecciones en varios países de Europa occidental, pero no hay duda de que EI las ha perdido todas: la brusca retirada de los partidos que aceptan jugar el juego del choque de civilizaciones que EI desea revela los límites de la estrategia basada en el miedo.

El terrorismo es una bestia fea y el terrorismo de raigambre religiosa lo es aún más, ya que toca las fibras más profundas del sentir individual y comunitario; fibras sobre las cuales la mayoría de las personas no está dispuesta a transigir o dialogar. Sin embargo, siempre ha sido y sigue siendo un fenómeno minoritario que produce grandes olas seguidas por largas resacas. Más que el propio terrorismo, por lo tanto, el peligro radica en el cambio genético que el miedo amenaza producir en las sociedades europeas. Si es así, no hay peor error que reaccionar a su desafío con la introducción de leyes especiales, la restricción de las libertades individuales, llamando a la guerra santa. No hace falta decir que EI debe ser resistida con medios adecuados y eficaces.

Pero Europa ya tiene el arma de destrucción para defenderse de EI: es no desnaturalizarse, apegarse aún más a su compromiso con la libertad, el pluralismo, la apertura, la tolerancia, estilos de vida que ya derrotaron fascismos y comunismos y que poco a poco, a pesar de mil dificultades y tensiones, terminarán por abrir una brecha en la compleja coraza islámica.

¿Demasiado esperanzado? Tal vez. Será que me quedé impresionado al ver el concierto de Ariana Grande y muchas otras estrellas británicas en Manchester, pocos días después de que el otro recital fue interrumpido por uno de los ataques terroristas más viles. Había algo grandiosamente normal, un coraje inconsciente en esas chicas izadas en los hombros de los novios que se reían y cantaban, lloraban y cantaban. ¿Tenían miedo? Supongo que sí. Pero estaban allí.
Correo de los Viernes.
Publicación Oficial de la Secretaría de Prensa del Foro Batllista.