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Ante la muerte de Luis Batlle Ibáñez. Un maestro, un espíritu.

Su formación se consolidó con el maestro Guillermo Kolischer, cuyo conservatorio incluso dirigió, en Montevideo. Estudió tres años con Ives Nat en París, a donde llegó luego de ganar un exigente concurso, premiado por un notable jurado internacional. Más tarde, compartió actividades de concierto y docencia con el maestro Rudolf Serkin, uno de los más grandes intérpretes de todos los tiempos, exiliado en los EE.UU. desde 1933, a raíz de la persecución nazi.

Junto a Serkin, Luis alcanzó su mayor nivel, especialmente en la interpretación de Beethoven, de quien ejecutó y grabó sus 33 sonatas; y de Mozart, acaso el autor que más le inspiraba. Con Serkin colaboró en los grandes festivales de Prades (junto a Pablo Casals) y de Marlboro. Incluso codirigió con él el prestigioso Marton College, alternando la docencia con los conciertos.

Cada vez que venía a Montevideo, se vivía un acontecimiento brillante y desparramaba generosamente su talento entre los jóvenes que comenzaban a destacarse en nuestro ambiente.

Espíritu superior, de carácter jovial, vivía la música con intensidad pero sin la solemnidad o el narcisismo que a veces rodea a los grandes intérpretes. Mozart, en sus dedos, era una fuente de gracia y soltura; con Beethoven, transitaba como nadie en sus obras más refinadas. Sobre ellos charlaba con amenidad, como lo hacía con todos sus amigos, que disfrutamos durante años de sus agudas observaciones sobre los EE.UU. y sus sabios comentarios sobre el arte.

Con él, se pone punto final a un tiempo glorioso de nuestra vida artística. Su música, permanece, sin embargo, y entre quienes le conocimos queda el rastro inolvidable de ese sabio siempre joven y cordial, generoso e inspirado.

A sus hermanos, Pona y Jorge, y a sus hijos llegue nuestro afectuoso y sincero sentimiento de pesar. Le extrañaremos.

J.M.S.
Correo de los Viernes.
Publicación Oficial de la Secretaría de Prensa del Foro Batllista.