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Cómo leer con placer y sin culpa a un hijo de puta

Los hombres deben ser juzgados por sus actos en los tribunales; lo que dejan en este mundo nos lo podemos apropiar sin olvidar quiénes fueron. Esa es la manera de leer con placer y sin culpa a un hijo de puta, asegura el reconocido periodista Alejo Schapire, en una columna de su blog personal que recomendamos y transcribimos para nuestros lectores de Correo.

En una época que infantiliza al ciudadano, a quien hay que advertirle que está por exponerse a una obra que puede herir sus sensibilidades ("trigger warnings"), aunque haya pasado el filtro de "sensitivity readers" para desminar su ingreso; en un tiempo donde el narcisismo se alimenta en público del asesinato social (hacer echar del trabajo, linchamiento mediático) a quien haya transgredido la última versión de los valores morales, crece eso que se ha dado en llamar la "cultura de la cancelación". La lista de escritores, cineastas, actores, obras de cualquier época que no se ajusten al último comunicado de la lucha contra el heteropatriarcado blanco hace rato que ha cruzado la línea de lo ridículo. Desde Lo que el viento se llevó a los libros infantiles de Road Dahl, a la destrucción de las estatuas de Voltaire, Washington o a cambiarle el final a Carmen para "evitar un femicidio", sería largo y tedioso enumerar una parte significativa de lo que la "Critical Racial Theory" y la "Queer Theory" han conseguido en los últimos años con piezas clásicas, manuales escolares mientras reescriben, la historia, el código penal y el diccionario. Por suerte, y pese a que los campus universitarios son el semillero de la secta puritana, el paso por la academia no impide que ignoren bastante lo que hay en las bibliotecas; de otro modo, los autos de fe de los aprendices de los bomberos pirómanos de Farenheit 451 podrían verse desde el espacio.

Antecedentes

Aunque el fenómeno de la proscripción de obras y creadores parecen ser signos característicos de estos tiempos, la cuestión hoy conocida como "cancelación" no es nada nueva, si lo entendemos como la exclusión de creadores -junto a sus obras- que por su comportamiento se han convertido en non gratos. En la historia reciente, esto se planteó sobre todo y de manera paradigmática al término de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué había que hacer con los brillantes escritores, filósofos, artistas en general que habían colaborado y, peor aún, inspirado la primera destrucción industrial de humanos? La pregunta de si se podían tocar las partituras del panfletario antisemita Wagner, músico preferido de Hitler, en Israel, dividió durante décadas a los ciudadanos del país que había renacido después de Auschwitz. ¿Qué hacer con Nietzsche y su "superhombre", que había cimentado el aniquilador proyecto de la raza aria dominando el mundo? ¿Qué hacer con la embriagadora locura alucinada de la prosa de Louis-Ferdinand Céline, que también había vomitado panfletos que alimentaron deliberadamente el odio a los judíos? ¿Qué hacer el día que descubrías que el autor de esa novela fabulosa llama Hambre había sido escrita por Knut Hamsun, que apoyó la invasión de Hitler, a quien llamó "un predicador del evangelio"? La lista es larguísima, sin olvidar al Heidegger colaboracionista o al escritor y ex Waffen-SS Günter Grass.

Futbolistas, misses y escritores

¿Por qué la pregunta sobre la moralidad se aplica en particular a artistas e intelectuales? Es cierto que las aspirantes a reinas de belleza tradicionalmente deben expedirse sobre sus figuras tutelares en cuanto a moralidad y sus planes "para hacer del mundo un lugar mejor", pero a nadie le parece relevante. Ocurre que el deporte y política se mezclen, pero no es difícil separar en el imaginario los épicos goles de Maradona de sus incursiones en la pedofilia agravadas por llevar a menores al consumo de drogas o, por ejemplo, su afinidad con dictadores caribeños a quienes ayudaba a blanquear. La pelota no se mancha por eso (Maradona, la persona, sí).

Volviendo al nazismo, Hugo Boss hizo los uniformes de los nazis, el sr Ford de los autos era simpatizante del nacional socialismo y la Fanta fue un invento del Reich y, sin embargo, salvo gente extremadamente puntillosa, nadie examina hoy el pedigrí de estas instituciones y llama al boicot por su proximidad con una de las formas acabadas del mal. Las únicas salvedades son, curiosamente, los productos hechos por judíos en Israel, pero eso merece ser desarrollado en otra parte.

Si existe esa exigencia con escritores, artistas y filósofos es porque, se supone -y aquí está el problema-, que tienen un acceso privilegiado a la sabiduría; aparecen socialmente como mediadores entre una verdad que nos es esquiva y nuestra ignorancia. El haber inspirado, alentado, coqueteado o tolerado el nazismo sería una prueba definitiva de que tal acceso era falso o viciado; que simplemente ese algo bello o verdadero se había irremediablemente contaminado con ese pecado, por lo que el autor y su obra merecen ser enviados al basurero de la historia sin miramientos.

Esta presunta misión del artista-intelectual como privilegiado en el difícil acceso al bien y la verdad está tan arraigado en el imaginario colectivo que es un lugar común para el periodismo pretender que el autor "comprometido" conceda en una entrevista una declaración definitiva sobre la actualidad política que pueda servir de titular -siempre y cuando coincida con el perfil ideológico del diario-. En los últimos años, esto resultaba particularmente evidente cuando, más allá del estilo literario, los temas abordados en su trabajo o sus preferencias estéticas, el entrevistado tenía que ofrecer ante todo una previsible condena sobre la elección de Donald Trump. No es que fuese un asunto a evitar ni mucho menos, pero -y en esto la pereza del entrevistador suele ser la mejor aliada de la ideología- redundaba por lo general en desaprovechar lo que sí esta persona tenía de singular para decir sobre el campo en el que había pasado años elaborando una mirada propia.

Lo que importa es el dispositivo

¿Qué hacer entonces cuando la manifestación de la belleza o percepciones originales y certeras de la realidad salen por la boca equivocada? ¿Hay que "tirar al bebé con el agua de la bañera"? Tal vez hay que empezar por abandonar la idea de que el artista es un benefactor de la humanidad, una conexión entre quienes estamos en la oscuridad de la caverna y quien ha visto la luz. A veces, sí pueden reflejar destellos, muchas veces deformados; otras, miradas alucinadas o simplemente que alumbran zonas oscuras u olvidadas del alma. Pero en ningún caso son verdades reveladas, como le gusta presentar a la divulgación cultural. Picasso fue un genio de la pintura y una mala persona a la vez. ¿Qué sentido tiene privarnos de sus pinturas y las verdades que a través de su obra dio de la realidad? Ninguna. Podemos reprobar al individuo y reconocer sus aportes.

Separar al artista de su obra, la biografía del autor de lo que produce, no es fácil pero necesario. Y funciona en ambos sentidos. Que una persona sea fabulosa no es garantía de su capacidad para crear o decir algo significativo, incluso lo contrario. "Con bellos sentimientos se hace mala literatura", decía con razón André Gide.

El caso Céline

Volviendo al caso paradigmático de Céline, escritor mayor y persona despreciable, dice algo en este documento de 1959 que merece ser rescatado. En el programa En français dans le texte, el periodista Louis Pauwels emite solemnemente, antes de dar paso a la charla con el narrador, una advertencia a los televidentes. "Céline hizo una verdadera revolución en la escritura. Su primera novela, Viaje al fin de la noche, es la obra más singular de la literatura contemporánea y tuvo una influencia considerable. Y, sin embargo, hemos dudado antes de presentarles este documento sobre Céline. Porque este hombre, después de habernos dado una incuestionable obra maestra, ha multiplicado las ocasiones de hacerse odiar. Tuvo actitudes políticas y filosóficas de las que se ha dicho que eran propias de un delirio. Pero, lo que ha hecho sin embargo que decidamos presentárselos es que hay genialidad en este hombre temible y temido y hoy, prácticamente, abatido".

La entrevista tiene lugar en la casa del escritor en Meudon (suburbios de París), donde ejercía como médico de pobres, junto a su esposa Lucette, perros que recogió de la calle y un loro que silba con ironía.

De entrada, Pauwels dice al escritor:

-Louis-Ferdinand Céline, usted es un personaje extraño. Despierta pasiones por sus obras, por sus ideas, por sus actitudes. A menudo dice que la gente lo malinterpreta. Esta es una oportunidad para hacerse comprender mejor. Si tuviera que definirse en una palabra, ¿qué diría?

-Es que yo trabajo y la gente no hace nada, eso es exactamente lo que pienso. En lo que discrepamos totalmente es en que estamos en la era de la publicidad. Es el horror del mundo moderno que está hecho de publicidad. Entonces, yo sería partidario de la modestia, es decir, que lo que cuenta es el objeto. Aquí tenemos una cámara delante. Espero que sea magnífica. Pero, después de todo, el hombre que la hizo, debe haber tenido problemas. Tal vez era un cornudo, tal vez era un pederasta. Tal vez era un rubiecito. Tal vez era andrógino. Tal vez tenía dolor de garganta, no lo sé. Pero su dispositivo funciona, la prueba, ¿no? [señala hacia la cámara que lo está filmando]. Es el dispositivo lo que me interesa. No me interesa el hombre que lo hizo. No me interesan las vidas romantizadas.

Aunque es muy conveniente para Céline ser juzgado por su obra y no su biografía, es lo que de todos modos hacemos con todas las obras, ya sean ficciones, tratados filosóficos o simples artefactos de la vida diaria. Los hombres deben ser juzgados por sus actos en los tribunales; lo que dejan en este mundo nos lo podemos apropiar sin olvidar quiénes fueron. Esa es la manera de leer con placer y sin culpa a un hijo de puta.

Correo de los Viernes.
Publicación Oficial de la Secretaría de Prensa del Foro Batllista.