Ya no Podemos: la crisis del populismo español

La crisis de Cataluña y la postura tolerante hacia los separatistas le significó a Pablo Iglesias el derrumbe de su respaldo popular, interpreta Martín Rodríguez Yebra, el corresponsal de La Nación en España, en esta nota que nos interesa divulgar.

Pablo Iglesias se está quedando solo. El ex profesor universitario que hace tres años sacudió la política española con la creación de Podemos, abandona los sueños de alcanzar el poder en lo inmediato y se centra estos días en defender un liderazgo dramáticamente menguante.

La crisis de Cataluña lo arrojó al peor de los mundos: su postura tolerante hacia los separatistas y feroz contra quienes defienden la unidad de España derrumbó su apoyo en las encuestas, empujó fuera de la conducción del partido a algunos de los fundadores y congeló la opción de construir una alternativa de izquierda con el socialismo para echar del gobierno al conservador Mariano Rajoy.

"A mí me gustaría un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y no solo a los independentistas", le reprochó la diputada Carolina Bescansa, que integró el núcleo fundador del partido. Íñigo Errejón, el otro gran ícono de Podemos, también expresó su desazón: "Un partido progresista que no reivindica la identidad nacional no es útil".

El invento cruje a uno y otro extremo ideológico. Una facción conocida como Izquierda Capitalista celebró el nacimiento de "la república catalana" cuando Carles Puigdemont y sus aliados la proclamaron en Barcelona. Los referentes podemitas de Andalucía salieron a desmarcarse en tono durísimo de esa posición.

A Albano Dante Fachin, jefe de la sucursal catalana del partido, Iglesias lo echó de manera fulminante por haber propuesto un acercamiento a los independentistas destituidos por Rajoy después de la fallida declaración de la independencia.

Había cruzado una línea: Iglesias defiende un referéndum pactado y que Cataluña siga en España voluntariamente, a partir de una reforma descentralizadora que convenza a una mayoría de la población. Al ejecutar a Fachin, se ató a su aliada Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. Ella también promueve el referéndum, pero ha sugerido en más de una ocasión que votaría sí a la independencia y todavía insiste en que Puigdemont -fugado en Bélgica- es el legítimo presidente de la Generalitat.

Las encuestas han sido sangrantes para Podemos desde el episodio catalán. El último sondeo del estatal Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) otorga al partido de Iglesias un 18,5% de intención de voto en unas hipotéticas elecciones generales, dos puntos menos que la medición anterior, de julio. En cambio, Ciudadanos -su contracara de centroderecha dentro de la nueva política- sube tres puntos, hasta el 17,5%, con un discurso de mano dura contra el separatismo.

En un estudio terminado más cerca en el tiempo, la consultora Metroscopia constata un derrumbe hasta el 14,7%, por detrás del PP (26,1%), el PSOE (22,7%) y Ciudadanos (22,7%). A Iglesias en particular lo exhibe en una situación angustiosa: tiene un diferencial entre imagen positiva y negativa de -65 y entre sus propios votantes sólo el 49% aprueba su gestión (contra el 65% de agosto).

Iglesias paga el precio de una estrategia que decidió meses atrás, enredado en el aburrido juego de la rutina democrática para un frente con influencia limitada como tercera fuerza parlamentaria. "Nos toca defender un Podemos que esté más lejos de la sociedad, que no nos sitúe en la media social", decía, entonces, cuando se lanzó a combatir el populismo transversal que promovía Errejón, simpatizante peronista y estudioso de las tesis de Ernesto Laclau.

El terreno de la rebeldía se estaba achicando. La mejora económica de España restó atractivo al discurso antisistema y quitó la mira sobre la corrupción del Partido Popular (PP). El recambio en la Corona serenó las pasiones republicanas, al menos fuera de la burbuja catalana.

Pero Iglesias se ilusionaba con la elección de Pedro Sánchez como líder del PSOE después de derrotar al aparato del partido con un discurso rupturista. Creía que juntos iban a poder impulsar una moción de censura para echar a Rajoy e instaurar un gobierno de izquierda.

La crisis catalana apagó esa ilusión. Sánchez se alineó con Rajoy para defender la unidad territorial, hay un resurgir del nacionalismo español y se afianza un sentimiento muy mayoritario de que cualquier propuesta de negociación con los independentistas apunta a justificar la secesión. Incluso la imagen del rey Felipe VI -al que Iglesias no para de cuestionar- se robustece.

Ya sin muchos de sus compañeros de aventuras al lado, Iglesias intenta ahora frenar la sangría. Se desentiende de la campaña para las elecciones del 21 de diciembre en Cataluña -que dejó en manos de Colau- y organiza una gira nacional para explicar cuál es su idea de un país "unido, plural, fraternal y diverso".

La abrirá en Córdoba, Andalucía, y en el título del plan se esconde el esbozo de una autocrítica: "Conectar España". Nombrar a esa patria que tantas veces lo acusaron de despreciar puede ser su pasaje de regreso a un populismo más tradicional. Aquel que antes que nada se preocupa por irritar a sus propios votantes.



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