Una economía postrada y un país sin horizontes

Con un desempleo que preocupa y lastima y un subempleo cada vez mayor, la población sufre las consecuencias de una economía postrada y que no permite alimentar esperanzas. Vamos a seguir así, cayendo lenta pero seguramente, hasta que haya un cambio de gobierno.

El primer trimestre de 2019 muestra un promedio de 8,8% en el desempleo, pero en marzo la desocupación trepó al 9,5%, la cifra más alta de los últimos 12 años. En el interior del país, la situación es más dramática, con una tasa del 10,2%. La condición de los jóvenes se agrava, con una desocupación del 32,8 % en las mujeres menores de 24 años y del 22,1% en los hombres de la misma edad.
 
Desde 2014 en adelante, el desempleo ha venido creciendo, en forma lenta pero sostenida, ubicándose ya en guarismos muy preocupantes. Según un análisis técnico los desocupados llegan a 156.900 personas, a los que hay que agregar 147.800 más que son subempleados, quienes trabajan menos horas de las que desean. Hay otros 15.500 “desalentados”, que hoy no buscan empleo, pero sí lo hicieron recientemente. En total, conforman un conjunto de 322.200 uruguayos que sufren “insuficiencia de empleo”.

Ante esa dramática situación, el Frente Amplio reacciona recordando que en su momento “creó 300.000 empleos”, como si las fuentes de trabajo respondieran a la voluntad de los gobiernos y no a las sucesivas coyunturas económicas. Ese auge se debió, como sabemos, al empuje de la economía internacional, que, de la mano de los precios de las “commodities”, impulsó el crecimiento desde 2003 hasta 2014. Luego de ese período, el gobierno no ha hecho nada para mejorar el empleo, generando un déficit fiscal del 4,5% del producto, una deuda externa de U$S 40.000 millones, un “costo país” cada vez más asfixiante y una situación sindical que en nada ayuda a la inversión, condiciones todas ellas que significan un grave deterioro del clima necesario para que las empresas se desenvuelvan y generan empleo genuino, por fuera de los 70,000 nuevos cargos públicos que promovieron los gobiernos frenteamplistas y que, de una forma u otra, han contribuido a mitigar en los números el deterioro.

En ese panorama, no es extraño el resultado que arrojó marzo, con un desempleo casi histórico que, lamentablemente, amenaza con seguir de largo. A diario surgen noticias sobre cierres de pequeñas empresas, castigadas por los impuestos y por la falta de actividad. Almacenes, pequeños talleres de los barrios, panaderías, ferreterías, se han visto obligadas a cerrar contadas por decenas, sumándose a la larga lista de empresas medianas y grandes que vienen clausurando sus actividades en los últimos meses y años. Todos somos testigos de esa indeseable realidad que viene instalándose entre nosotros, anunciándonos en carne y hueso una caída y postración inevitable de la actividad económica, aunque desde filas oficiales se insista en que “el producto sigue creciendo”, circunstancia que técnicos relevantes han empezado a cuestionar [https://www.elpais.com.uy/informacion/politica/economista-asegura-anos-crecimiento-son-mito.html] por considerar que la metodología de medición de la actividad económica adolece de errores y requiere ser ajustada.

Si la realidad es así de cruda, las perspectivas no son más alentadoras. El país no tiene hoy —excepto lo que pueda significar la instalación de UPM 2 y las obras del promovido ferrocarril, todo lo que empezará a verse, con suerte, dentro de un año— ninguna posibilidad de mejora o reacción, porque las condiciones generales que ha provocado la equivocada acción del gobierno siguen siendo las mismas: déficit, deuda, costo país, prepotencia sindical.

El programa económico impulsado por el oficialismo, con amplio despliegue del gasto y el despilfarro en varios casos, ausencia total de reformas estructurales y encierro en el “más y mejor Mercosur”, despreciando la apertura al mundo y los acuerdos comerciales, llega inexorablemente a su fin. Y llega a su fin de la peor manera posible.



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