Correo de los Viernes - Ser o no ser de las Fuerzas Armadas

Ser o no ser de las Fuerzas Armadas

Está claro que el peso de la dictadura en la opinión pública y el crecimiento desmesurado del personal militar en ese periodo, condujeron a los gobiernos democráticos posteriores a 1985 a racionalizar esa estructura. Se hizo con sobriedad y ponderación, enfrentando normalmente el acoso de quienes han hecho del agravio a las Fuerzas Armadas una razón de existir. Envueltos en la bandera de la lucha contra una dictadura que terminó hace 30 años, algunos grupos políticos, organizaciones sociales y dirigentes del Frente Amplio (que en general no lucharon por la libertad en aquellos tiempos) niegan todo reconocimiento a esa parte esencial de la estructura del Estado.

El hecho es que el sistema político uruguayo como conjunto debe reaccionar y trabajar para superar esta situación.

La Armada está hoy en condición mínima de operación. Un accidente de uno de los tantos cruceros que entran a nuestros puertos, no podría ser enfrentado. Faltan barcos y helicópteros. El cuidado de nuestra soberanía política y sobre todo económica en el mar territorial, no se puede ejercer al punto que ni idea tenemos de la pesca que nos “roban” embarcaciones extranjeras. En un ámbito fundamental, el de la seguridad humana en el mar, estamos desprotegidos y así lo reconocen los jerarcas. ¿Podemos seguir de este modo? ¿Podemos decirles a los barcos de pesca que no podemos atender rápidamente un naufragio o salvar la vida de un trabajador accidentado?

El caso de la Fuerza Aérea es parecido. A cada rato la vemos intervenir en inundaciones y accidentes. Su presencia es fundamental en esos casos, como también lo es en materia de prevención del delito. Nuestros radares nos informan de los aviones que pasan por el espacio aéreo, pero no hay capacidad de interceptar una aeronave sospechosas de narcotráfico. Esa gigantesca tarea se cumple cada día con más dificultades y es evidente que ahora se está ante una crisis.

Por supuesto, tampoco faltan quienes, con ignorancia por lo menos, reiteran la tontería de preguntarse sobre la existencia de las Fuerzas Armadas. Las misiones recién reseñadas hablan por sí mismas. Y podríamos añadirles muchísimas más. Cuando el conflicto con los ambientalistas de Gualeguaychú, ¿se imagen lo que hubiera pasado de no estar presente la fuerza disuasiva de la Prefectura? Un país que ni siquiera esté dispuesto a preservar su territorio, tarde o temprano sufrirá la humillación del desconocimiento. Si no hay un ejército que pueda cuidar la frontera, o cerrarla ante una epidemia, ¿quién lo va a hacer?

Uno de los casos mayores de desinformación es el que alude a la constante instrucción que deben mantener los servicios. Los muchachos que se accidentaron con el helicóptero estaban practicando una maniobra difícil, de las que hay que repetir en el entrenamiento para poder afrontarlas en la realidad. Si esos pilotos no están prontos para las emergencias, trabajando día a día, no hay modo de que puedan servir. Y lo mismo ocurre con todo lo militar. Si el Ejército no mantiene su personal entrenado y disciplinado, no puede actuar con eficacia cuando se le llama a una misión urgente.

La tontería de muchos mantiene la idea prejuiciosa de que en los cuarteles se está tomando mate. Por cierto, se toma mate en las guardias, que también son un trabajo, bastante tedioso y sacrificado, por otra parte. Pero día a día está la instrucción, está el entrenamiento, sin los cuales no hay un mínimo posible de eficacia.

Es lamentable que cada tanto haya que recordar estas verdades elementales, para que un tema que hace a la esencia del Estado se pueda abordar con un mínimo de racionalidad. Despojados de esas pasiones anacrónicas, de esos prejuicios, fruto de la ignorancia y —sobre todo— de la explotación demagógica.