Revalorizar la política

Por Fátima Barrutta

"Política" es una palabra lamentablemente bastardeada. La última investigación de Latinbarómetro nos enfrentó como un espejo de nuestro peor rostro: la decadencia del apego democrático y republicano en crecientes sectores de la población.

Ahora, en plena campaña electoral, el fantasma de "a mí la política no me interesa" o "los políticos son todos iguales", aparece en cada vez más conversaciones en distintos barrios de Montevideo y ciudades del país.

¿Por qué se produce este fenómeno? ¿Cómo es posible que una democracia ejemplar como la nuestra, fundada en las estrategias de formación ciudadana que idearon y concretaron José Pedro Varela y José Batlle y Ordóñez, exhiba esta vergonzante pérdida de valores?

Creo que el origen del problema está en la combinación entre la ideología marxista que adoptaron los sectores intelectuales, sobre todo a partir de la década del 60, y su opuesto, el desprecio que ejercieron contra la institucionalidad los militares y civiles golpistas de los años 70.

Los primeros propagaron esa insidiosa hipótesis de las "libertades formales" o "burguesas", que menoscabaron la democracia, en promoción del concepto totalitario de lucha de clases. Los segundos cambiaron lo de la lucha de clases por otro paradigma igualmente tendencioso: la seguridad nacional.

Apretada desde los dos extremos, la convicción democrática se desarraigó del alma de muchos uruguayos, aunque supo reverdecer en el fermental período de la apertura, que cristalizó en el triunfo del No de 1980 y el primer gobierno de Sanguinetti y Tarigo.

Como lo ha dicho magistralmente Winston Churchill, podrá decirse que la democracia es el peor de los sistemas que existen, pero solo si exceptuamos a todos los demás...

El desarraigo democrático se ha incrementado en estos últimos años y las causas deben hallarse, nuevamente, en ambos extremos del espectro político.

Fundamentalmente en un ex presidente Mujica que tuvo la osadía de decir a los cuatro vientos, más de una vez, que "lo político está por encima de lo jurídico". ¿Cómo no va a perder valor la palabra política, después de que se la emplea de una manera tan despreciable?

Y por otro lado, la crisis de seguridad pública desatada por la ineficiencia y diletantismo del Frente Amplio, alimentó al otro extremo y hoy, un partido militar ensombrece la transparencia electoral que era tradicional en el país. Con un proceder inédito, el ex Comandante en Jefe Manini Ríos utilizó su cargo público para promover un liderazgo que hoy recoge frutos entre la gente menos politizada y más acuciada por la inseguridad reinante. Nuevamente, uno y otro extremo comprometen la imagen de la política.

Ante esta realidad, hay gente que reacciona desconfiando de los políticos de profesión y reclamando el advenimiento de los técnicos, aquellos que poseen la calificación académica para encarar los problemas sociales y económicos, aunque no los vivan a flor de piel, como lo hacemos los políticos.

Como el discurso de "son todos iguales" ha prendido, a impulsos de las campañas de descrédito amplificadas por uno y otro extremo, los técnicos emergen como nuevos sujetos de confiabilidad pública: ellos no pretenden agradar ni aspiran a negociar para acercar posiciones. Solo defienden tercamente lo que hay que hacer, aunque sea impopular.

La verdad es que el aporte de los técnicos es muy importante, sobre todo en áreas como la económica, donde la izquierda promete banales voluntarismos que solo conducen al estancamiento y la pobreza.

Pero hay un lugar adonde los técnicos no llegan y es a la empatía con la gente, con el ciudadano de a pie que sufre y sueña.

Ese lugar es el que irrenunciablemente debemos seguir ocupando los políticos.

Empatizar con las personas, dialogar con ellas, comprenderlas, ofrecerles soluciones concretas a sus problemas, urgencias y demandas.

Poner la conducción política de un país en manos de expertos que miran números, es quitarle la riqueza de la atención a lo diverso. Es cerrar los ojos a los costos sociales que implican determinadas políticas, aunque sus costos económicos sean favorables. Es incorporar al análisis de la realidad no solo los ojos de la razón sino también los del amor, la comprensión, el afecto y la solidaridad.

El Batllismo es eso: política de la buena. Empatía con los que sufren. El viejo y siempre renovado escudo de los débiles.

Por él militamos cada día, con orgullo y esperanza.



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