Parásitos

El Poder Ejecutivo padece hoy el desquicio que su propio partido ha generado en las empresas del Estado, con la OSE ofreciendo agua turbia y la ANCAP hundiéndose en un déficit sin precedentes. Entre otras acciones, la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) acaba de emitir un instructivo que, con la finalidad de ofrecer un servicio público adecuado, propone combatir la “ineficiencia, burocratismo, la falta de ética y toda forma de parasitismo y corrupción”.

Dándose por aludidos, los sindicalistas de AFE y OSE se han indignado y consideran la instrucción gubernamental un “juego político para tapar la incapacidad de gestión”.

Es todo parte del surrealismo ambiente. Que un gobierno que está hace 10 años descubra ahora su propio “parasitismo” y “corrupción” es, por lo menos, bizarro. Que los sindicalistas se enojen es de una ingenuidad adolescente: reconocen que el parasitismo existe y se consideran agraviados. Tienen razón , sin embargo, cuando hablan de “juego político”, porque si lo que se quiere es realmente combatir esas prácticas, basta hacerlo en la vida diaria, perseguir cada caso y generar un clima distinto a este jolgorio “compañero” en que nadie es responsable de nada, los dirigentes —grandes o chicos— son intocables y ningún funcionario puede ser reprendido porque ello implica “persecución”.

Bien sabemos que en la función pública se dan con frecuencia esos males. Así como hay funcionarios ejemplares, que se “ponen el cuadro al hombro”, es notorio que siempre aparece el otro, el que cultiva el menor esfuerzo, el que no toma ninguna iniciativa, el que está siempre pronto para la pequeña “avivada”. Desgraciadamente, este último no tiene una condenación social suficiente y ni sus superiores ni los sindicatos hacen lo necesario para corregirlos o sancionarlos. Todo queda en el territorio de la viveza criolla. La tendencia es vieja, por cierto, pero en los últimos años, con la llegada del Frente Amplio, se ha extendido e institucionalizado. Los propios dirigentes, licenciados permanentes, son el mal ejemplo que incluso les quita autoridad  para ejercer alguna influencia saludable, si así lo quisieran.

Bienvenida sea, entonces, la preocupación. Pero que la caridad empiece por casa y el gobierno actúe con firmeza en el día a día y empiece por llamar a estos dirigentes gremiales para que, en vez de ofenderse, cumplan con el deber pedagógico de aconsejar a sus dirigidos y prestigiar la alicaída función pública.




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