Nuestros queridos vecinos “hermanos”.

Por Adolfo Castells Mendívil

Históricamente, pequeño ante dos poderosos vecinos, Uruguay utilizó la “política exterior del péndulo”, que implicaba alternativamente estrechar lazos con uno u otro: Argentina o Brasil. Esto empezó a cambiar con los acuerdos bilaterales: el Protocolo de Expansión Comercial (PEC) con Brasil y el Convenio Argentino-Uruguayo de Cooperación Económica (CAUCE), ambos de 1975, que pretendieron estabilizar el péndulo y llevar a cabo relaciones comerciales de una importancia similar con ambos países.

Posteriormente, con el primer gobierno del Presidente Julio María Sanguinetti, se intensificaron esas relaciones con los vecinos y empezó a funcionar lo que se llamó “la integración trilateral”: cuando dos Presidentes se reunían entre ellos, invitaban siempre al tercero que se acoplaba a los instrumentos firmados, total o parcialmente. Esto fue el preludio del Mercosur.

En 1991, con el agregado de incorporar a Paraguay se materializó en el Tratado de Asunción esa integración, entendiendo al Mercosur por él creado, como un proceso de regionalismo abierto y la construcción de una unión aduanera. Con unos primeros años promisorios, a partir de la devaluación brasileña del real, en 1999, inició una era de paulatino deterioro del Mercosur, agravándose más aún con la feroz crisis argentina de 2001.

El proceso de regionalismo abierto no se cumplió y menos aún la unión aduanera. Se puede decir más bien que el regionalismo se cerró, culminando al cortarse el tránsito en los puentes sobre el Río Uruguay, con la permisividad —sino la complicidad— del gobierno argentino. La unión aduanera cayó ante los sucesivos tarifazos, de Argentina y de Brasil, o las trabas económicas, o los impuestos, o cualquier otro tipo de restricciones al comercio mercosureño y al libre tránsito de personas y mercaderías.

En ese contexto, el Uruguay (aquel de Vázquez y Astori) pretendió abrir el juego a los Tratados de Libre Comercio y encaró la posibilidad de realizarlos con los Estados Unidos y con China. Pero más allá que el Frente Amplio (aquel de Gargano y otros “visionarios”) se lo impidiera, ya habían saltado tanto Argentina como Brasil para amenazar al Uruguay de ser expulsado del Mercosur si firmaba un TLC.

Y de nada valieron las afirmaciones de Danilo Astori como Ministro de Economía, que aseguraba que un Tratado con Estados Unidos no sólo potencia la inversión, sino que puede generar incrementos notables en el nivel de actividad. Y fue más lejos en Punta Cala, como se recordará, cuando dijo que “sería un crimen desaprovechar la oportunidad”.

Sin embargo, la desaprovechamos porque la ortodoxia del FA confiaba en el Mercosur y desconfiaba patológicamente de los Estados Unidos. No obstante lo cual el Mercosur no nos serviría para nada, entre otras cosas, cuando se desplomó la cantidad de trasbordos de mercadería de Argentina en un 44% por la prohibición argentina a buques de su país, realizar transbordos en puertos que no tengan acuerdo de reserva de cargas (como es el caso de Uruguay).

Y esa es una de las tantas perjuicios que nos ha causado el “hermano” gobierno de la Sra. Cristina Fernández de Kirchner y anteriormente de su difunto esposo. Así como nuestro otro “hermano” brasileño damnificó nuestra exportación de lácteos y de la industria automotriz y de autopartes, entre otras cosas, por el cierre de la empresa china de automotores Chery.

Y ahora, nueve años después del atropello (avalado por la mayoría del Frente Amplio) de Argentina y Brasil sobre la firma de un TLC con los Estados Unidos, nos enteramos que la Presidente Dilma Rousseff viaja a los EE.UU. y que su Ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, Armando Monteiro, declara muy suelto de cuerpo que un TLC con Estados Unidos es una aspiración del gobierno brasileño y que el libre comercio entre los dos países fue uno de los temas discutidos en Washington, durante la estadía de Rousseff.

Es evidente a todas luces que Dilma Rousseff cambió su posición en los últimos dos años. Y cambió porque tiene una muy fuerte presión de los sectores empresariales, tanto agropecuarios, como industriales. Y porque el interés nacional de Brasil, por ende cambió.

Ahora bien, no hemos oído hasta ahora a ningún ortodoxo dirigente del Frente Amplio censurar esa actitud brasileña que ignora al Mercosur, porque ni tan siquiera se informó a sus socios (ni hablar de requerir autorización como pretendían Argentina y Brasil que lo hiciese el Uruguay). Quizás esos dirigentes y los del PIT-CNT están demasiado ocupados en denostar al TISA —sin tener la menor idea de lo que hablan— y por tanto no pueden ocuparse de Brasil.

Pero, además tampoco dicen ni una palabra del feroz ataque a la Justicia que están llevando a cabo los kirchneristas ni de la multimillonaria corrupción brasileña. ¡Faltaba más! Si son gobiernos “afines” y compañeros.

Todo este lamentable panorama con nuestros “hermanos” tiene una sola ventaja: a nadie ya se le puede ocurrir expresar a voz en cuello y con cara de emocionado: “Más y mejor Mercosur”, sin quedar como un idiota con tirios y troyanos.




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