Estos días de grandes novedades en la relación entre los EE.UU y Cuba, muchas declaraciones de prensa del oficialismo hacen pensar que nuestro país recién descubre su ligazón diplomática con la isla.
La realidad es bien otra: a partir de 1985, en que instalado el primer gobierno democrático después de la dictadura, se restablecieron primero las relaciones económicas (9 de abril de 1985) y más tarde las diplomáticas (17 de octubre de 1986). Esa actitud correspondía a una línea internacional tradicional en el país de no condicionar esos lazos a la identidad política del régimen de que se tratara. Fue un proceso de conversaciones con el gobierno cubano en que, en el respeto recíproco a esas diferencias, se restableció ese vínculo.
Dentro de la misma orientación fue que —en febrero de 1988— se hizo lo propio con China, pese a las encendidas oposiciones que mediaron. En ese caso la negociación se radicó en Buenos Aires, a cargo del entonces Embajador Luis Barrios Tassano.
Importa señalar que Uruguay condenó siempre el embargo estadounidense a Cuba, considerándolo una medida inconducente, que solo ha servido para que el régimen autoritario se envolviera en una bandera nacionalista. Con gran habilidad semántica, éste instaló la palabra “bloqueo”, dando la falsa sensación de una isla rodeada por fuerzas enemigas. Es notorio que Cuba tiene abierto el mundo entero para comerciar o financiarse y si sus relaciones son relativas es por el notorio estancamiento económico.
En el segundo gobierno del Dr. Sanguinetti se invitó a Fidel Castro a visitar al Uruguay, lo que se concretó el 15 de octubre de 1995. Hacía 20 años que ningún país de la región le había invitado. El último había sido Salvador Allende. En aquel momento se pensó que había un clima propicio para aproximar posiciones con los EE.UU. y el gobierno cubano manifestaba mucho respeto hacia la actuación internacional del Uruguay. Todo parecía tener un favorable clima, pero luego —a raíz de un incidente con un avión estadounidense— todo se diluyó.
Al margen de algunos incidentes diplomáticos que se produjeron, Uruguay mantuvo su actitud contraria al embargo norteamericano y así se le hizo constar a los propios presidentes de EE.UU. en varias ocasiones. Era una época de verdadera acción internacional. El país fue visitado por todos los mandatarios de América y varios de las grandes potencias, dentro de una política de Estado. Las delegaciones presidenciales incluyeron siempre representantes de la oposición y cuando no las integraron fue por exclusión propia. Lo mismo se cuidaba de la presencia de los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, como expresión del funcionamiento institucional de nuestra democracia.
En estos últimos años todo ha cambiado. La política oficial no se discute con la oposición, las delegaciones son exclusivamente del partido de gobierno y en el período actual, todo ha estado al servicio de la imagen del presidente Mujica. Incluso en este fin de año ha resultado patético el intento presidencial, ayudado por algunos periodistas complacientes, de colgarse al episodio EE.UU. – Cuba que, según sus propios protagonistas, solo tuvo la intermediación del Vaticano y del gobierno canadiense. Ha sido reiterado el empeño propagandístico, con respuestas negativas de Colombia y Venezuela, que desecharon intentos ”mediadores” de nuestro Presidente, a quien un extraño narcicismo le ha instalado la idea de aspirar al Premio Nobel.
Nuestra relación con Cuba, como con China y la vieja Unión Soviética, fue llevada siempre con madurez y pluralidad diplomática. Lo que, naturalmente, no modifica el deseo vehemente de que la democracia ganara espacio. Es el mismo voto que hacemos ahora con la situación de Cuba, privada de libertades y anclada en la pobreza. Este cambio abre un nuevo espacio. En el encierro y la soledad, nada se abre. En Polonia empezó con una visita papal. Ahora turistas y empresarios serán la vanguardia de una esperanza.
