Todos asistimos a diario al espectáculo del resquebrajamiento de una serie de patrones culturales y modos de relacionarnos que hacen a esa sociedad meso-integrada que alguna vez supimos ser. No todo está perdido.

Hay luz al final del túnel: algunas cosas están bien, diríase incluso hasta muy bien, sin nada que envidiar a los niveles de aquello que el Presidente Sanguinetti llamara “el Uruguay del optimismo”.

Me refiero a un episodio reciente del cual pude ser afortunado testigo. En estos días me tocó asistir a las X Jornadas Académicas 2015 del Tribunal de lo Contencioso Administrativo. Como se sabe, se trata del máximo órgano jurisdiccional creado por la Constitución de 1952 para revisar (y en su mérito, anular) las decisiones firmes o finales de la Administración. La sola iniciativa de que un órgano público de este tipo tome la iniciativa de invitar anualmente a la cátedra y demás especialistas (ajenos a sus cuadros) a analizar críticamente su actuación, es de por sí elocuente y digna del mayor encomio. Esa gratificación es mayor aún cuando se tiene a la vista el abanico de sentencias del Tribunal en lo que tiene que ver con la materia tributaria, de natural implosión a partir de la reforma tributaria. Es allí donde hemos encontrado algunas señales sobremanera auspiciosas.

La primera, la calidad argumental de las sentencias, esto es, la fundamentación que exhiben, trabajada y meditada. Hacen honor a la máxima acuñada por el juez Luis Torello (citada por Carlos Delpiazzo en las Jornadas): “Las sentencias no se escriben para el ganador, sino para el perdedor; mientras el ganador irá directamente al fallo, el perdedor es el que deberá desmenuzar los argumentos de la sentencia para poder apelarla”.

La segunda, la sofisticación técnica. Históricamente las sentencias del TCA daban la sensación —dicho sea esto con los mayores respetos— que la materia impositiva no era precisamente el fuerte del alto cuerpo. Cosa ciertamente comprensible si se tiene en cuenta que no había (ni hay al día de hoy) juzgados especializados en materia fiscal. Si bien esta última circunstancia aún pervive, justo es decir que las carencias que el Tribunal evidenciaba en la materia se ven, cada vez más, gradualmente diluidas. La incorporación de asesores técnicos de sólida formación en la disciplina, sin duda ha sido un acierto y tiene algo que ver con todo ello.

La tercera. En décadas anteriores no era fácil relevar —siempre en la materia impositiva— fallos que hicieran lugar al pedido del contribuyente y anularan lo actuado por la Administración. En otras palabras, el Estado resultaba, en la generalidad de los casos, ampliamente vencedor. Era ciertamente difícil prevalecer frente al Estado en el ámbito contencioso administrativo. Las sentencias recientes muestran un cambio sustancial: es difícil al día de hoy establecer a priori si será el Estado o el contribuyente quien habrá de emerger victorioso. La Revista Tributaria, fiel reflejo de la jurisprudencia en este ámbito, muestra una alternancia en la conclusión de los fallos: algunos le dan la razón al Estado en tanto otros se la dan a los particulares.

Estos últimos tienen, al día de hoy, la garantía de que sus planteos serán considerados sin preconceptos, y con la seriedad y el rigor que sus inquietudes y necesidades imponen. No es poca cosa en los tiempos que corren.