Narciso Mujica

A la persona se la devoró el personaje y hoy Mujica aparece henchido de vanidad, aunque afirme lo contrario.

Al principio el personaje era auténtico. Su desprolijidad en el vestir, su abandono, su malhablar, su espontaneidad para decir cualquier cosa sobre cualquier tema, improvisadamente, eran reales. Se correspondían con el José Mujica de carne y hueso, que pasó a ser “el Pepe”.

Así se hizo popular y así se popularizó también en el exterior, donde se confundió desprolijidad con austeridad y malhablar con sinceridad. La marihuana le dio luego el espaldarazo, por el apoyo de ese fuerte lobby que está funcionando en el mundo desde hace ya tiempo.

Llegamos entonces a un momento en que el personaje le pudo más y Mujica comenzó a servirlo a él. Ya no se trata de algo auténtico sino de una pose. Ir a comprar una tapa de inodoro en el “fusca” no le está impedido al Presidente; si va con la televisión detrás, eso es simplemente exhibicionismo… Y así se empezaron a organizar las cosas, incluso con la mirada puesta en el Premio Nobel. Ninguna entrevista al exterior se dio, como todos los Presidentes, en su despacho oficial, sino en su célebre chacra, perrita con tres patas incluida, que pasó a ser un best seller.

El exhibicionismo se le hizo real y ahora el personaje puede más, al punto que está creído de la pose. En le Rural, el sábado, se vivió un episodio cumplido de ese narcisismo que le ha nacido. Afirmó, sin ponerse colorado, que “nunca el país me lo va reconocer, nadie ahora, pero sí después, cuando reviente; nunca el país ha tenido el reconocimiento que tiene hoy, es este presidente el que abrió la puerta…”.

Da la impresión que realmente se lo cree. Está convencido de que su popularidad personal es prestigio del país y —por supuesto— asume que todo empezó con él, el que “abrió la puerta”. Y ahí uno se pregunta, ¿qué puerta? La de Argentina sigue más cerrada que antes, que es la primera puerta. Brasil lo mismo, que es la segunda. En Europa, ¿qué ha pasado? Fuera de Finlandia, nada; y Finlandia no vino con él sino que es el resultado de un proceso iniciado en 1987, con la presidencia de Sanguinetti y que en la de Jorge Batlle recibió la primera inversión de ese origen. Son las mayores inversiones de la historia, como todos los días se repite, pero nada tienen que ver con Mujica. A tal punto que ahora intentó él ampliar la presencia finlandesa con una nueva planta, se fue a Helsinski y volvió con un “no” y el reclamo de que mejores las carreteras y la logística.

En los círculos financieros es verdad que el país tiene prestigio y, por lo tanto, también crédito, pero eso lo ganó por su tradición y —muy especialmente— por la conducta seguida cuando la crisis del 2002, en que a la inversa del default argentino, aquí cumplimos con nuestras obligaciones.

En los ambientes políticos siempre el país tuvo prestigio por sus indicadores sociales destacados y su equilibrio institucional. Ese prestigio se dañó cuando la dictadura, en buena parte por la responsabilidad del grupo violento que integró Mujica en su tiempo. Pero se recuperó más tarde y a partir de 1985, en todas partes se reconoció el modo pacífico en que se recuperó la vida política.

Es verdad que con el Presidente Mujica, ha habido una oleada “cholula” de periodismo colorido, que ha buscado el personaje exótico. Cabe felicitarlo, pero debe cuidarse de esa popularidad, porque le ha producido ese ataque de narcisismo profundo. Da la impresión que realmente se cree que el Uruguay nació con él, aunque de a ratos diga lo contrario. Si mirara el panorama con algo más de objetividad, podría distinguir entre fanfarria y resultados, entre popularidad y prestigio.




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