Mirando al futuro

Por Matias Marino

La construcción de la prosperidad en el mundo que vivimos requiere una mirada prospectiva liberada de prejuicios.

Este siglo XXI, que parecía ver la luz después de un siglo XX cargado de totalitarismos de izquierda y derecha, se presenta tremendamente convulsionado por una reconfiguración de los equilibrios de poderes globales, y dos fuerzas centrípetas que se enfrentan y que polarizan las relaciones internacionales: proteccionismo y globalización.

Ante esta realidad, nuestro país debe plantearse ciertas interrogantes: dónde estamos parados, cómo queremos posicionarnos, con qué productos queremos hacerlo y en qué podemos ser competitivos.

Nuestro país ha hecho gala de poseer una solidez institucional, de tener reglas claras en torno al comercio y estabilidad macroeconómica, a pesar de que desde el devenir de la dictadura transitaron por el gobierno todos los partidos. Estas reglas parecen mantenerse, aún  a pesar de algunas “patriadas” que los sectores más radicales del partido de gobierno quieren hacer.

La cuestión de fondo es que eso no basta para impulsar el crecimiento económico sustentable, motor central para el bienestar general. El desarrollo sustentable se genera fomentando inversiones extranjeras directas de calidad. No tienen que ser las tradicionales industrias extractivas, sino que se debe salir a buscar IED en términos de innovación y desarrollo (software, las TICs, etc.).

Este objetivo no se logra solo ondeando las banderas de la institucionalidad democrática, la solidez del sistema político y la previsibilidad. Esto se logra a raíz de un profundo desarrollo de la infraestructura y la logística. La creación de polos entre el gobierno, empresarios, trabajadores y academia, con el objetivo de concentrar los recursos escasos en los selectos sectores capaces de crear ventajas competitivas. Y no las viejas industrias que se desarrollaron desde las reformas borbónicas.

En este sentido, la clave es la convergencia: primero del sector público hacia adentro (no podemos tener una posición emanada de la OPP, otra de Economía y otra del Mides) y después una coordinación sin prejuicios ideológicos con el sector privado empresarial y la academia (pública y privada).

Otro bloque al cual debemos hincarle el diente es la educación; y aquí hay que ser muy precisos. No es posible ni viable tener una reforma educativa cada tres años. El siglo XXI nos exige un debate en esta área, teniendo en cuenta que en 50 años el que no hable por lo menos dos idiomas, sepa programación, y tenga dos carreras, estará fuera del mercado. Y además, que las habilidades, sobre todo de resolución de conflictos, técnicos pero también de relacionamiento, tienen que ser la nueva pedagogía.

Nuestro país tiene las bases estructurales para esta transformación. Pero la misma requiere que dejemos de mirar al pasado, enterrar los odios y los resentimientos y mirar todos juntos hacia el porvenir, por nosotros pero también por los que vendrán.



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