Miranda, ¿ser o no ser?

Por Gustavo Toledo

A juzgar por su insoportable levedad podría ser confundido con un personaje de Milan Kundera (o, peor aún, de Benedetti), pero el doctor Javier Miranda pertenece al universo shakesperiano. Es una suerte de Hamlet de clase media, un perfecto burócrata de riguroso bléiser azul y pantalón gris que carga una mochila trágica en la que guarda aspiraciones que van más allá de los Comités de Base y las intrigas de la “mesa política”, atravesado —como es sabido— por una duda existencial: ¿ser o no ser? Quizás sea esa interrogante, antes que su pasado familiar o su derrotero como “militante de los Derechos Humanos”, lo que lo convierte en un símbolo de los tiempos que corren y en un espejo para tantos miles de pequeños y medianos burgueses de prosa progresista y praxis conservadora que tuvieron a bien votarlo en la interna del Frente Amplio.
 
Por lo que se ve, nuestro Hamlet de oficina cree, acaso con cierta dosis de ingenuidad, que, gracias a haber sumado más votos que sus rivales internos, “conducirá” al Frente Amplio, del mismo modo que lo hicieron el General y el Doctor-Profesor en su momento. Como si esa sumatoria de grupos, grupejos y grupúsculos se fuera a inclinar ante él, obediente, o lo pudiese llegar a tomar en serio, o hasta impulsar como candidato en 2019. De hecho, sólo un ingenuo pudo haber agarrado un fierro caliente como ese, que la mismísima Mónica Xavier, máximo (¡y único!) cuadro del xavierismo, con las mismas apetencias que él, al cabo de un tiempo devolvió a las brasas, luego de que su antecesor, el desperdiciado jefe de cadetes, Jorge Brovetto, lo dejara colgado en la percha del Plenario para retirarse a cuarteles de invierno.
 
Aún así, consciente de que por más presidente que sea (como todos sabemos, se trata de un sello de goma marca ACME, aquella marca trucha de los dibujos animados), la interna está dominada por los “radicales” (léase, los “compañeros” del MPP y el PCU), empezó por darles el gusto. Y fue él quien se inclinó, reverente, ante los fetiches de sus nuevos-viejos dirigidos-dirigentes. Y en especial ante uno: Venezuela, la nueva Cuba. La tierra de su quizás pariente, Francisco de Miranda, olvidado prohombre de la revolución atlántica, que el desaparecido Hugo Chávez y su delfín, el macondiano Nicolás Maduro, estrellaron contra el paredón de la ignominia, la vesania y la miseria.
 
Precisamente, días atrás, consultado por el diario El País sobre si se sentía identificado con el Madurato, respondió: “No me siento identificado con el gobierno de Maduro. Tampoco me siento identificado con el gobierno de Dinamarca”. Y si bien pareció distanciarse así de sus compañeros más escorados hacia el fascismo caribeño, poco después, entrevistado en el programa Código País de Canal 12, dejó en claro cuál es su conflicto existencial con relación al gobierno venezolano, esto es, en otros términos, con los valores que la izquierda defendió en el pasado y le dieron razón de ser. Y una vez más hizo referencia a la pequeña Dinamarca hamletiana:
 
¿Se están violando los DD.HH. en Venezuela?, le consultaron.
 
¿Por qué no me pregunta si se están violando los DD.HH en Dinamarca?, respondió.
 
Porque Venezuela es socio de Uruguay y queda cerca también…
 
¿Es por eso que me lo pregunta? ¿O me lo pregunta por una supuesta afinidad ideológica entre el FA y Maduro? Tenemos una crisis política seria, no hay la menor duda. Hay que tener cautela sobre las expresiones. También tenemos una crisis política en Brasil y usted no me pregunta si se violan los DD.HH. en Brasil.
 
Los pasos que se dan en Brasil se basan en la Constitución, ¿en Venezuela no cree usted que hay un quebranto de los DD.HH?
 
Hay denuncias consistentes y que creo que hay que tomar en cuenta, que efectivamente hay violaciones a los DD.HH., no quiero aventurar (me) en una discusión política que me puede generar problemas antes de asumir como presidente del FA. No puedo avanzar mucho más en ese sentido, cualquier respuesta que dé me deja en una falsa escuadra. Yo tengo elementos de fuentes confiables que lo denuncian y manifiesto una gran preocupación. Yo estoy aquí como presidente electo del FA, creo y por eso genero esta dialéctica de la función de la pregunta. Hay informaciones relevantes que me preocupan muchísimo, porque (son) de fuentes confiables, señaló.
 
Veamos, pues. Para el Doctor Javier Miranda, abogado, hombre del Derecho, notorio dirigente de la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos, máximo responsable de la Secretaría de Derechos Humanos de la Presidencia de la República e hijo de un honorable ciudadano asesinado y desaparecido durante la última dictadura, ¿hay “denuncias consistentes” de “fuentes confiables” sobre “violaciones a los Derechos Humanos” en Venezuela que le generan “una gran preocupación”, pero no quiere “aventurarse” a dar su opinión al respecto por temor a disparar una “discusión política” que le “puede generar problemas antes de asumir como presidente del FA”? Es decir, ¿no quiere quedar en “falsa escuadra” y que lo reten sus “compañeros”?
 
Triste, ¿no?
 
Si se hubiese referido a cualquier otro tema, sería entendible su prudencia y hasta defendible la búsqueda de “consensos” previos, como manda el mantra seregnista. Pero en una cuestión como ésta, que, por otra parte, le es tan cercana profesionalmente y a la vez tan cara en lo personal, su tibieza es un cachetazo a la historia del Frente Amplio y a la de la república, que, como servidor público, representa.
 
Ninguna hermandad ideológica, ninguna “patria grande”, ningún proyecto por más “revolucionario” que éste sea, puede estar por encima de la dignidad del hombre y el respeto a sus derechos esenciales, y por ende nada justifica que se guarde silencio ante la injusticia, el atropello y la violencia política. Y menos aún que se lo haga en nombre de la izquierda, que nació, justamente, en el llano, como escudo de los débiles y en contra de la tiranía.
 
Por desgracia, las palabras de Miranda, y más aún sus silencios, reflejan, en los hechos, la existencia en la interna de su fuerza política de sectores para los que esas violaciones a los Derechos Humanos “no existen”, para los que es preferible mirar para otro lado en vez de denunciar la deriva autoritaria de sus “compañeros de ruta” con tal de “no hacerle el juego a la derecha ni al Imperio”; y de otros, que, sin coincidir con aquellos, en aras de preservar la “unidad de la izquierda”, se tragan el sapo y hacen la vista gorda. En suma, unos y otros, en los hechos, son cómplices del oprobio venezolano. Y con ello, confirman el conflicto existencial de una izquierda que, poco a poco, se fue corriendo a la derecha (¡la peor de las derechas!) en defensa del statu quo.
 
No sé si en Dinamarca, que tanto obsesiona al nuevo presidente del FA, algo huele mal, pero en su fuerza política desde hace tiempo el hedor es insoportable. Así, con sus aprensiones y cálculos de boliche, el Doctor Miranda no hace más que confirmarlo. Y eso, a esta altura, no se tapa con inciensos astoristas y azahares socialistas.



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