Los signos vitales de Venezuela

La periodista y escritora cubana Gina Montaner, quien publica sus análisis el “El Nuevo Herald” de Miami, sostiene que Venezuela agoniza y que tiene pocas esperanzas de vida. El país boquea como un animal mortalmente herido y lo que se cierne sobre los venezolanos es la desesperanza del encierro asfixiante. Reproducimos aquí esa columna.

La caricaturista Rayma Suprani lo dibujó sin que le temblara el pulso: una línea sin picos que retrata la pérdida de signos vitales de Venezuela y una firma que emula a la del desaparecido Hugo Chávez, enterrador desde el más allá de su propio invento fallido. Por su fina y contundente ironía la reconocida dibujante ha sido despedida del diario El Universal, pasando a la lista creciente de voces disidentes dentro del periódico que se han visto obligadas a escoger entre la censura o la libertad de expresión.

Rayma no es médico pero su diagnóstico no ha podido ser más certero. La línea plana es, como ha dicho ella, el “espejo” de lo que está sucediendo en su país. Venezuela agoniza bajo el peso de un modelo político que implantó Chávez y que se ha perpetuado al mando de su sucesor y aprendiz Nicolás Maduro. El país boquea como un animal mortalmente herido y lo que se cierne sobre los venezolanos es la desesperanza del encierro asfixiante. Imaginemos una destartalada unidad de cuidados intensivos donde nadie sabe cómo reactivar el centro neurálgico de una nación a la deriva.

Hace años los venezolanos acudieron a las urnas y depositaron su futuro en manos de un militar golpista y facineroso cuyo héroe era nada menos que el dictador cubano Fidel Castro. No es la primera vez que un pueblo hipoteca su futuro y las consecuencias pueden ser nefastas y duraderas. Poco a poco, además de la creciente pobreza por el descalabro de una economía estatista, las parcelas de libertad y de iniciativa individual se han ido cercenando. Los pocos medios independientes son perseguidos y corren peligro de ser clausurados; el gobierno lanza fatwas contra análisis lúcidos como el del economista Ricardo Hausmann, a salvo en el santuario académico de Harvard; a la actriz cubano-venezolana María Conchita Alonso la amenazan con quitarle la ciudadanía; la oposición ha sido estigmatizada y algunos de sus líderes se pudren en el presidio político. Pero ¿de qué modo el gobierno de Maduro, desnortado como un gallo descabezado, justifica lo injustificable?

Sencillamente recurre a las teorías de las grandes conspiraciones para explicar el fracaso estrepitoso de su socialismo del siglo XXI.

Como buenos discípulos de otro personaje delirante, Fidel, los chavistas culpan a los demás de sus errores. Ahora, con la severa crisis sanitaria que ha estallado en la región de Aragua, señalan como chivos expiatorios a quienes se limitan a informar de que podría haber un brote de una enfermedad contagiosa que se ha cobrado al menos nueve muertos. A pesar de que se sabe que la insalubridad reina en la mayoría del los hospitales públicos, el gobierno tiene la osadía de acusar a la oposición de lanzar una “guerra bacteriológica” con la ayuda de una serie de medios nacionales y extranjeros, como parte de una supuesta campaña de desestabilización.

Hace años era frecuente que el mentor de Chávez culpara a Estados Unidos de todos los males que él y su hermano Raúl les han infligido a los cubanos a lo largo de más de medio siglo. Fidel llegó a decir que los ciclones que azotaban a la isla los conjuraba su archienemigo en una suerte de laboratorio maligno. Maduro y su antecesor son el reflejo de los Castro a la hora de inventar patrañas para buscar explicación a lo que no lo tiene.

Venezuela hoy es un enfermo crónico cuyo cuadro clínico no parece ofrecer salidas. Sus constantes vitales son flores mustias que necesitarían agua, aire y abonos para reverdecer en el horizonte amplio que confiere la libertad. Maduro y sus hombres no cultivan nada porque sólo son siniestros cancerberos que se han tragado la llave del jardín enclaustrado. La sutil línea de Rayma se limita a ilustrar la postración de todo un país. Hay eutanasias graduales y colectivas.



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