Las llaves de un nuevo tiempo

Tras doce años de prosperidad internacional, con un ciclo económico como nunca se había producido, el populismo llega a su fin en Argentina y posiblemente en la región.

Los gobiernos del matrimonio Kirchner dejan una pesada herencia, según coinciden múltiples analistas argentinos y de todo el mundo. “Fin de Fiesta” tituló el ex Presidente Sanguinetti una columna publicada en El País de Madrid –que reproducimos más abajo– en la que predijo, antes de la segunda vuelta electoral, la culminación de un tiempo caracterizado por el despilfarro que no atacó las causas reales de la desigualdad, ya que hay entre 13 y 17 millones de pobres, casi un tercio de la población. Pese al griterío oficial, la pobreza sigue igual o ha crecido, lo que es una infamia tras años de bonanza. El país está totalmente desfinanciado y a la crisis económica se le agrega una profunda decadencia moral.

Puede haber muchas interpretaciones de la elección, pero una surge con mayor fuerza: el repudio de la mayoría de los argentinos a un estilo de gobierno prepotente y confrontativo, que hizo del ataque “al otro” su estrategia principal. Como contrapartida, el tono amable e integrador de Mauricio Macri –con el que, es obvio, no alcanza para gobernar– sedujo a una población hastiada de la soberbia y el arrebato.

Una primera lección indica entonces que la salud democrática de Argentina está firme, lo que es un dato positivo para toda América Latina. Los argentinos reaccionaron con dignidad ante los atropellos, ante la corrupción y ante el agravio, lo que habla bien de su convicción republicana.

Una segunda línea de interpretación demuestra que hay una estrepitosa caída del peronismo-kirchnerismo y de sus históricas mañas en torno al uso y abuso del poder. El oficialismo perdió el control de la provincia de Buenos Aires, pese al fenomenal aparato clientelar que administró sin pudor ni control.

Como sostuvo el ex presidente Jorge Batlle en un artículo publicado en facebook –que reproducimos en esta edición– la economía le ganó al “relato”, ya que las provincias más pobres dependientes de la variada gama de ayudas estatales siguieron votando al kirchnerismo, pero las zonas más pujantes con desarrollo agrícola y fabril, optaron por el cambio, eligiendo a Macri. Lo mismo había ocurrido en Brasil, donde el oficialismo ganó en el nordeste dependiente de la limosna estatal, pero de San Pablo a Porto Alegre triunfó claramente la oposición.

Un tercer análisis echa por tierra el discurso de “la izquierda” porteña y vernácula: como interpretan varios analistas, algunos de los cuales reproducimos en esta edición, los millones de pobres no votaron unánimemente por el kirchnerismo y una proporción muy importante de ellos se volcó a Macri. El asunto no fue entre izquierda y derecha, ni entre los candidatos populares y los que no lo son. Hubo indignación ante un gobierno autocalificado de progresista y hubo apoyo a un candidato acusado de conservador que demostró saber llegarle a la gente.

Se abre por lo tanto un nuevo tiempo, lleno sin duda de dificultades, pero también preñado de esperanzas. El Presidente electo ha ratificado sus propuestas poniendo énfasis ahora en que será implacable con la corrupción, anuncio posterior a la elección que habría provocado la reacción de la presidente Fernández de Kirchner, quien se negó, en un penúltimo arrebato anti republicano, a ofrecer a la nueva administración los datos de la realidad. Junto a Corea del Norte y a otras dictaduras, Argentina es uno de los pocos países del mundo dónde no se conocen las cifras oficiales sobre el estado financiero de la nación, la inflación o la cantidad real de personas pobres, un lastimoso record que pone dudas sobre la gobernabilidad efectiva que el kirchnerismo esté dispuesto a brindar.

Pero en pleno siglo XXI y con un fuerte reclamo internacional a favor de la democracia y de la transparencia, le queda poco margen de maniobra a los grupos peronistas y sindicales habituados a voltear gobiernos y a promover la inestabilidad.

Si el presidente electo logra realmente superar “la grieta” que divide a la sociedad argentina – la división entre buenos y malos que promovió la señora Fernández de Kirchner– y logra convocar a las fuerzas intelectuales e innovadoras de ese gran país, que tienen un enorme potencial, estaremos en vísperas de un tiempo alentador, no sólo para Argentina, sino para todos nosotros.

Es posible y es necesario convivir con más sentido republicano, con mayor moral pública, con plena vigencia del Derecho y de las libertades, cuidando a la vez por la justicia verdadera y efectiva. Y eso vale para Argentina y vale para nosotros.



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