Correo de los Viernes - La vergüenza del racismo

La vergüenza del racismo

Las manifestaciones de antisemitismo que han aparecido recientemente no pueden aislarse de las expresiones y actitudes asumidas por el Presidente y el canciller. Son su directa consecuencia.

En nuestro país, laico e igualitario, han aparecido pintadas antisemitas, racistas, las cuales, más allá del conflicto Israel-Hamas, apostrofan al pueblo judío, parte integrante de la nación uruguaya.

Si algo ha caracterizado a nuestro país es justamente el espíritu igualitario que le permitió consolidar su nación y construir su ciudadanía con el aporte de gente de todos los orígenes. A la vieja matriz española de origen andaluz y extremeño se le fue agregando, en la segunda mitad del siglo XIX, la fuerte impronta italiana, el aluvión gallego, los valdenses, los libaneses, los armenios, los judíos... Todos se amalgamaron en la escuela vareliana, crisol de nuestra República.

Desde los orígenes del país se superó la discriminación oprobiosa de la esclavitud. Más tarde vino la progresiva lucha por los derechos de la mujer. Más allá de leyes, lo importante fue generar una cultura de la igualdad y la tolerancia y eso caracterizó claramente al Uruguay. Naturalmente, siempre hubo islotes de prejuicio que cada tanto afloran. Son islotes, pero no despreciables. Y ahora han reaparecido, crudos, reaccionarios, sombríos, con motivo del conflicto del Medio Oriente.

Lo lamentable es que ese racismo ha nacido al amparo de las posiciones lamentables de nuestro gobierno. Cuando el irresponsable del Presidente, que dice cualquier cosa sobre cualquier asunto, calificó de “genocidio” la acción defensiva de Israel y nuestro Canciller se permitió, como un “barra brava” hasta fotografiarse con la bufanda palestina, abrieron el camino a la reacción regresiva. Esta es la triste realidad. El modo abusivo, no solo equivocado sino exagerado, grosero, ambientó naturalmente la aparición pública de esos rencores escondidos.

El rechazo institucional obviamente se ha hecho. Es lo formal. Pero en el caso es cínico, porque un gobierno que condena el racismo en el mismo instante en que objetivamente lo está estimulando, no cabe calificarlo de otro modo. Sin embargo, todo sigue, todo parece resbalar. En cualquier otro momento de la historia nacional, da la impresión que la condena social habría tenido otra fuerza, como pasó allá por 1959,1960, en que el país se sacudió. Ahora, como desde arriba mismo se estimula esta vergüenza, la situación se desdibuja y pasa sin la real sanción moral que merece.

No se puede disociar esta situación de la actitud del “progresismo” latinoamericano, que no vacila en apoyar al terrorismo islámico y que en el conflicto medio oriental opta siempre por el lado palestino. O sea que el antiyanquismo o el antijudaísmo es tan fuerte que le lleva a adherirse a la corriente más reaccionaria, la que subordina la mujer a nivel prácticamente animal, la que vive una cultura de la muerte, la que desprecia el racionalismo occidental y las garantías del sistema democrático. No hay modo de justificar esta actitud, pero es nuestra desgraciada realidad hemisférica y hoy —para vergüenza nacional— también la realidad uruguaya.

El tema es de la esencia de nuestra comunidad democrática. No es un mero asunto político. Va más allá. Y debiera entenderse en toda su dimensión para advertir hasta qué punto, paso a paso, el Frente Amplio nos ha ido llevando lejos de nuestras mejores tradiciones.